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Esteban Hernández

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Por qué la izquierda está fracasando y la derecha triunfa

Los males de las formaciones de izquierda son diversos, pero hay un par de ellos que constituyen la clave: su mala lectura de la sociedad y el mirarse al ombligo

Foto: Iglesias e Irene Montero, en el Congreso. (EFE)
Iglesias e Irene Montero, en el Congreso. (EFE)

Todos los años, Byron Wien, vicepresidente y principal gurú de Blackstone, uno de los mayores fondos de inversión del mundo, organiza los Benchmark Lunches, encuentros que tienen lugar en Long Island los viernes estivales y en los que se reúnen personas de la élite que veranean por la zona. Un centenar de participantes, entre los que se cuentan multimillonarios, académicos, gestores de fondos de capital riesgo o de capital inversión, directivos de empresas productivas y de fondos inmobiliarios, debaten acerca del estado del mundo y de las tendencias de futuro. Pero, en el de este año, Wien, quien modera las conversaciones, se sintió obligado a introducir una reflexión personal, que entiende clave en nuestra época. Desde su perspectiva, “una parte sustancial de los estadounidenses se van a dormir asustados todas las noches: porque no tienen trabajo; o porque tienen uno pero los ingresos no les llegan para pagar todos sus gastos; o porque tienen un buen empleo pero piensan que lo pueden perder fácil, ya sea por las circunstancias en que se desenvuelve su sector o porque la tecnología les reemplazará. Sanders, Trump y el populismo en general son productos de una población insegura. Ellos sienten que las políticas de sus gobiernos les han defraudado”.

Si hay alguna idea que explique los cambios en la política reciente, es esta, porque describe de manera bastante ajustada el lugar en el que estamos: hay mucha gente cuyo nivel de vida ha empeorado, que mira al futuro con desconfianza, y cuyas perspectivas son bastante oscuras; hay muchos jóvenes que están convencidos de que su trayectoria profesional va a estar muy por debajo de lo que les prometieron; y hay demasiada incertidumbre en lo económico y demasiada confusión respecto de un mundo cuyas reglas no acaban de entenderse.

Los ganadores

Este contexto genera inevitablemente transformaciones políticas, pero los ganadores en la nueva época, al contrario de lo que suele pensarse, no son los rupturistas, sino aquellas fuerzas que optan por el pragmatismo y que prometen que la situación será transitoria (“hemos hecho esfuerzos, es hora de que llegue la recuperación, que alcanzaremos si seguimos siendo sensatos y no nos echamos en brazos de aventuras extrañas”). Pero las segundas, las que se convierten en las principales fuerzas de oposición, sí son nuevas (como hemos visto en las recientes elecciones europeas) y deben su ascenso a la canalización del descontento a través de opciones fuertes.

A veces proponen el regreso al proteccionismo; otras ocasiones se basan en la idea de que en un mundo global su país competirá mucho mejor si va solo

En esta atmósfera de incertidumbre, lo que se busca en la política es seguridad y pragmatismo. La mayoría de las personas aspiran a encontrar líderes que aporten las soluciones necesarias para que les saquen del lugar en el que están o que les ayuden a conservar lo que tienen. Paradójicamente, son menos dadas a confiar en las bondades de la democracia, pero demandan remedios a las instituciones con más ahínco. De hecho, las opciones sistémicas basan en esto su oferta, una suerte de “dejemos de lado la política y hagamos lo que tenemos que hacer económicamente para solventar los problemas, porque el momento es grave”.

Cargas pesadas

Los populismos de derechas actúan de un modo similar, prometiendo acciones contundentes (la salida del euro, el Brexit, la ruptura con el Estado central, la expulsión de emigrantes o la devolución del país a sus nacionales), pero que son necesarias para una vida mejor. Son fuerzas de repliegue, que se cierran sobre sí, que concentran las energías en pelear por uno mismo y por los suyos. A veces tienen que ver con un regreso al pasado a través del proteccionismo, y en otras ocasiones se basan en la sensación de que, en un mundo global, su país competirá bastante mejor si va solo y no arrastra cargas pesadas.

Los populismos de derechas no están triunfando por sus propuestas xenófobas, sino porque centran el asunto en lo que le importa a la gente: lo material

Pero sería mucho más práctico fijarnos en las causas que les empujan en lugar de en las soluciones que proponen. Los populismos de derechas no están triunfando por sus propuestas xenófobas, sino porque centran el asunto en lo que le importa a la gente, lo material. Si Le Pen o Trump han tenido éxito, más que por el cierre identitario, es porque han convencido a mucha gente de que van a crear puestos de trabajo restringiendo la globalización, o que van a sancionar con mano muy dura a las compañías que se lleven los empleos fuera de sus países, o porque han prometido a los agricultores que los malos tiempos van a finalizar, o por tantas otras cosas que generan esperanza entre los votantes de que, por fin, van a tener dinero y sus opciones laborales van a multiplicarse. Son propuestas que hacen que sus votantes se acuesten con mucho menos miedo, por utilizar los términos de Wien.

Haber permanecido ciegos a este contexto, especialmente en lo que se refiere a la importancia de lo material, es lo que explica el débil presente de la izquierda en Europa, tanto de quienes ocupan posiciones más centristas y sistémicas como de quienes defienden tesis más rupturistas.

El nuevo eje

El gran eje de la política contemporánea no es el de derecha e izquierda, sino el que separa la ortodoxia económica, neoclásica, que siguen e imponen la UE y las principales instituciones internacionales, de quienes se oponen a su aplicación. Esa es la línea que diferencia lo que debe hacerse y lo que no, lo que se percibe como sensato y lo que se define como irresponsable. La continuidad o el cambio, lo sistémico y lo antisistémico, quedan establecidos a partir del lugar que los partidos ocupen en esa división.

El centro izquierda verá su espacio reducido a competir con la derecha sistémica por ser percibidos como gestores eficientes de los recursos públicos

La izquierda sistémica, los viejos partidos socialdemócratas, ha apostado por respetar la ortodoxia económica, pero eso le está complicando la vida. Cuando dirigen un país, porque sus medidas van en contra del programa que habían defendido en las elecciones y de lo que sus votantes esperaban, y cuando son la fuerza de oposición, porque las promesas que pueden formular son bastante más débiles que las de sus competidores, en lo que se refiere al trabajo y a los ingresos. La previsión es que las reformas que se seguirán realizando, gobierne quien gobierne, provocarán un aumento de la desigualdad, y esa no es una buena noticia para el centro izquierda, porque verá cómo tanto por la derecha como por la izquierda otras formaciones hacen promesas mucho más atractivas. Su espacio quedará reducido al de pelear con la derecha sistémica por los mismos votantes, con lo que su única baza será la de mostrarse como gestores eficientes de los recursos públicos, más que sus competidores, y eso electoralmente no suena muy atractivo.

La otra izquierda

La izquierda que no apuesta por seguir la ortodoxia económica lo debería tener fácil en este escenario. Son buena parte de sus antiguos votantes quienes peor lo están pasando, hay descontento en la sociedad, y el contexto está dado para que pongan sobre la mesa políticas económicas diferentes dirigidas a lo material. La clase obrera y segmentos importantes de la media empobrecida y de la media podrían ser fácilmente atraídos por una apuesta fuerte en este sentido. Pero no ha ocurrido eso: esta clase de votantes es la que ha preferido respaldar a la derecha populista en Europa y la que ha dado, en buena medida, su voto al PP en España. No ha sido solo la campaña del miedo lo que ha llevado a Podemos a un decepcionante tercer puesto, sino la sensación de que en lo económico hay opciones mejores.

Pero este viraje hacia la derecha de quienes lo están pasando peor es fácilmente comprensible cuando se constata lo mal que han entendido la sociedad en la que viven las nuevas formaciones de izquierda, y hasta qué punto han quedado apresadas en sus tradiciones teóricas en lugar de fijarse en la realidad.

Están hablando de sí mismos y de las viejas cuitas de la militancia izquierdista mucho más que de los problemas reales y cotidianos de la gente

Tras del fracaso electoral del 26 J, ese que hizo que la noche de las elecciones el ambiente en la sede de Podemos fuese más que triste, fúnebre, los debates públicos e internos en la formación morada se multiplicaron. Todos empezaron a pensar qué se había hecho mal o, más propiamente, qué habían hecho mal las otras pandillas del partido (por utilizar el término de Echenique) y quiénes eran en última instancia los culpables. Últimamente, los debates que ocupan a los de Iglesias y Errejón versan sobre el tono, la posición táctica (si adoptar una posición más beligerante o más conciliadora), acerca de cómo se estructura internamente el partido, sobre si los círculos deben contar más o menos y todas esas cuestiones que no les interesan más que a ellos. En otras palabras, están hablando de sí mismos y de las viejas cuitas de la militancia izquierdista mucho más que de los problemas reales y cotidianos de la gente a la que deberían representar (o si el término no gusta, defender). Nadie ha entendido, salvo Garzón, que no está en Podemos, que lo que se impone es un análisis de la realidad, ver qué necesita la gente y qué nuevas medidas pueden ofrecerles para ganarse su confianza. En lugar de eso, discuten sobre personas, tonos y estructuras, sobre si ciclo largo o 'blitzkrieg', y todas esas paridas que quedan bien en Arganzuela pero que no contribuyen a que la gente tenga más trabajo o pueda pagar la luz a final de mes.

Creyeron que diciendo que son una izquierda horizontal y participativa el trayecto estaba hecho y todos se sumarían corriendo a un proyecto irresistible

Esto ocurre porque no podía ser de otra manera. Es lo que llevan haciendo desde que nacieron, solo que en lugar de acusar de obsoletas y de obstáculo para el movimiento a las pandillas internas, lo hacían con otros partidos. Nacieron como una formación reactiva, primero contra la casta, después contra la izquierda de la naftalina, después contra la socialdemocracia y ahora contra el enemigo interno. Creyeron que diciendo que estaban construyendo una izquierda horizontal y posmoderna el trayecto estaba hecho, como si ofreciendo participación en lugar de la jerarquía de los viejos partidos todo el mundo perdiera la cabeza por sumarse a un proyecto irresistible.

Podemos como Primark

No, esto no va de abrimos la tienda, nos anunciamos por la tele y todo el mundo acude en masa como si fuera Primark. Esto, como demuestran las últimas experiencias electorales en Occidente, va de saber ganarse a la gente con propuestas fuertes, con ideas que hagan hincapié en lo material, que tomen el empleo en serio y que hagan pensar a la gente que con otro Gobierno le iría mejor en su vida cotidiana. En lugar de eso, hay bicicletas, lucha contra el maltrato animal, las mismas invocaciones a la defensa del Estado de bienestar que podrían hacer los socialistas, y discusiones sobre Springsteen, Coldplay y Beyoncé.

Prefieren perseguir a los de dentro, como si acabando con los errejonistas, las pablistas, los pedristas o los susanistas los votos les fueran a caer del cielo

Pero no es un error de Podemos, es un mal de la izquierda europea en general. Nacieron para combatir las viejas formas izquierdistas, y a eso se dedican. Todas las discusiones internas nacen de ahí: distintas tradiciones peleando por los mismos espacios. Pero esos no son los de la ciudadanía, y el triunfo de la derecha populista (y de la sistémica) está ahí para recordárselo.

Y eso en Podemos, porque en el PSOE lo que están es buscando la supervivencia personal, donde la coartada ideológica ya ni se tiene en cuenta. En definitiva, que en lugar de echar un vistazo al exterior para ver cómo ganarse a la gente, están dedicados a las peleas internas; en lugar de analizar qué está ocurriendo en la calle para que en un terreno tan favorable no se hayan convertido en partidos fuertes, prefieren perseguir a los de dentro, como si acabando con los errejonistas, las pablistas, los pedristas o los susanistas los votos les fueran a caer del cielo.

Todos los años, Byron Wien, vicepresidente y principal gurú de Blackstone, uno de los mayores fondos de inversión del mundo, organiza los Benchmark Lunches, encuentros que tienen lugar en Long Island los viernes estivales y en los que se reúnen personas de la élite que veranean por la zona. Un centenar de participantes, entre los que se cuentan multimillonarios, académicos, gestores de fondos de capital riesgo o de capital inversión, directivos de empresas productivas y de fondos inmobiliarios, debaten acerca del estado del mundo y de las tendencias de futuro. Pero, en el de este año, Wien, quien modera las conversaciones, se sintió obligado a introducir una reflexión personal, que entiende clave en nuestra época. Desde su perspectiva, “una parte sustancial de los estadounidenses se van a dormir asustados todas las noches: porque no tienen trabajo; o porque tienen uno pero los ingresos no les llegan para pagar todos sus gastos; o porque tienen un buen empleo pero piensan que lo pueden perder fácil, ya sea por las circunstancias en que se desenvuelve su sector o porque la tecnología les reemplazará. Sanders, Trump y el populismo en general son productos de una población insegura. Ellos sienten que las políticas de sus gobiernos les han defraudado”.

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