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El PP, ante Ciudadanos: "Me mata. Me da la vida"
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El PP, ante Ciudadanos: "Me mata. Me da la vida"

Si pensamos en las municipales y autonómicas de mayo, la eclosión de Ciudadanos es desastrosa para las cuentas del PP, pero a la vez puede ser lo que le permita salvar muchos gobiernos que perdería.

Foto: Albert Rivera, líder de Ciudadanos. (Efe)
Albert Rivera, líder de Ciudadanos. (Efe)

En uno de los muchos anuncios magistrales que Miguel García Vizcaíno y la Sra. Rushmore han hecho para el Atlético de Madrid, se describe con exactitud la singularísima relación emocional de los seguidores atléticos con su club: “Me mata. Me da la vida”.

Algo parecido deben estar pensando los dirigentes del PP ante la ¿resistible? ascensión de Ciudadanos. Si pensamos en las municipales y autonómicas de mayo (de las generales ya hablaremos cuando toque), la eclosión de Ciudadanos es desastrosa para el PP porque puede hacerle perder –y, sobre todo, impedirle recuperar–un montón de votos; pero a la vez puede ser lo que le permita salvar in extremis muchos gobiernos que de otro modo tendría perdidos irremisiblemente.

Casi 5 millones de votantes se han alejado del PP desde 2011. La leyenda de la indestructible fidelidad de sus votantes ha dado paso, en la intención de voto declarada en las encuestas, a tasas de fidelidad que han llegado a estar por debajo del 50%.

Pero eran votantes huérfanos: abandonaban al PP, pero no se apuntaban a ningún otro partido. En algún momento pareció que UPyD podría acoger a muchos de ellos, pero ya hemos visto que la señora Díez ha sido tan eficaz destruyendo a su partido como lo fue montándolo. Así que flotaban en el éter del “no sabe/no contesta”, esperando que alguien les ofreciera un recipiente atractivo para depositar su voto defraudado.

Toda la estrategia de recuperación electoral diseñada por Rajoy para 2015 se montó sobre dos premisas: la primera era el efecto balsámico de la esperada recuperación económica. La segunda era precisamente el horror vacui del voto huérfano: mientras sigan en el limbo de la abstención o de la indecisión hay esperanzas de que finalmente regresen; incluso podría bastarnos con recuperar a la mitad de ellos, dicen que decía Arriola.

Por primera vez en mucho tiempo, el PP tiene que enfrentarse a una competencia de verdad en su propio espacio político: se acabó el monocultivo en la derecha

El análisis era correcto siempre que se cumplieran ambas premisas. Pero el caso es que dentro de 35 días se abren las urnas y no se ha cumplido ninguna de las dos.

En cuanto a la primera, porque la recuperación va lenta y unos cuantos datos macroeconómicos alentadores no bastan para hacer olvidar embustes y sacrificios, recortes y copagos. Pero sobre todo porque tanto sufrimiento económico y social ha abierto la puerta a la ira política ciudadana. Después de siete años en los que la economía ha sido el elemento determinante de todas las elecciones, cuando parece que llega la recuperación resulta que la decisión de voto ya no va principalmente por ese carril, sino por el carril de la indignación política.

Y lo que es peor, en el momento decisivo apareció Ciudadanos. Un partido forjado en la defensa de la unidad de España, con un aroma seductor de centro-derecha moderno y carente de la caspa que aún desprende en muchas ocasiones el PP (nadie verá jamás a Albert Rivera manifestándose del brazo de los obispos o regateando los derechos de las mujeres); y completamente libre del chapapote de la corrupción.

Por primera vez en mucho tiempo, el PP tiene que enfrentarse a una competencia de verdad en su propio espacio político: se acabó el monocultivo en la derecha española. La emergencia de Ciudadanos impide la “operación retorno” del voto pródigo que se esperaba para esta primavera y para el próximo otoño. Y se ve que no saben muy bien cómo manejarse frente a este nuevo rival: primero lo ignoraron, luego lo citaban en catalán o lo acusaban de joven y ahora le tiran los tejos sin pudor. Manca finezza

Pero, paradojas de la vida, tamaña desgracia electoral podría verse compensada con creces, porque en muchos sitios libera al PP de la exigencia ineludible de sacar la mayoría absoluta para gobernar.

la única forma de impedir que Esperanza Aguirre sea alcaldesa sería un inverosímil tripartito madrileño entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos

El Partido Popular gobierna hoy con mayoría absoluta en 32 capitales de provincia y en 12 comunidades autónomas gracias a la catástrofe del PSOE en 2011. Sólo podía conseguirlo así, porque el gran éxito de ocupar en exclusiva todo el amplio espacio que va del centro-derecha moderado y contemporáneo a la extrema derecha recalcitrante tenía la contrapartida de dejarle sin socios para cualquier alianza. El dilema era tajante: o mayoría absoluta o a la oposición.

La aparición de Ciudadanos en las instituciones alivia esa tensión y abre posibilidades ignotas. Por ejemplo, que el PP pueda sostener gobiernos minoritarios en ayuntamientos y comunidades autónomas en los que sea el primer partido simplemente por la tolerancia de Ciudadanos o porque no sea viable una coalición contraria capaz de sostener un gobierno alternativo.

Un ejemplo posible –yo diría que probable–es el Ayuntamiento de Madrid. Supongamos que el PP recibe en la capital de España un castigo similar al que ha sufrido en Andalucía, un retroceso de 15 puntos. Pasaría del 50% de 2011 al 35%, perdiendo alrededor de 10 concejales y quedando muy lejos de la mayoría absoluta.

Pero podría ser suficiente. Porque cabe esperar que por debajo el resto de los votos se repartan en tres paquetes entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos, y aún queda la duda de si la autodestructiva IU alcanzará el 5% necesario para obtener concejales. Si el PP hubiera perdido la mayoría absoluta en Madrid en cualquier elección anterior, tendría inmediatamente enfrente una coalición de izquierdas que lo enviaría directamente a la oposición. Pero entonces no existía Ciudadanos.

Hoy el panorama es otro, porque si en la primera votación ninguna candidatura obtiene la mayoría absoluta (que es lo que sucederá) se proclama alcalde al candidato de la fuerza más votada, que en Madrid será el PP. Así pues, la única forma de impedir que Esperanza Aguirre sea alcaldesa sería un inverosímil tripartito madrileño entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos.

¿Se puede gobernar un ayuntamiento durante cuatro años estando en franca minoría? Claro que se puede

¿Se puede gobernar un ayuntamiento durante cuatro años estando en franca minoría? Claro que se puede. En los ayuntamientos no se votan leyes, la elección como alcalde del candidato más votado es automática y después sólo hay que negociar una vez al año para aprobar los presupuestos; el resto es pura gestión.

Si Bildu ha podido gobernar el Ayuntamiento de San Sebastián con 8 concejales sobre un total de 27, el PP puede hacerlo perfectamente en Madrid con 20 o 21 concejales sobre 57. Y lo que digo para Madrid es igualmente aplicable a muchas otras ciudades. Y por cierto, esto podría beneficiar también al PSOE en los lugares en los que consiga cruzar la meta en primera posición aunque sea por centésimas: las capitales andaluzas, por ejemplo, están ahí, esperando.

En las comunidades autónomas, la cosa es algo más complicada porque la elección de los presidentes autonómicos sí requiere un voto favorable o, al menos, una abstención negociada, y porque después hay que buscar los votos para cada ley. Pero aun así, la fragmentación opera también a favor de la subsistencia de gobiernos minoritarios a cargo de la fuerza más votada.

Así pues, Ciudadanos puede tener un paradójico doble efecto de bloqueo para el PP: por una parte bloquea la recuperación de sus votantes descontentos y le condena a un severo retroceso y a perder casi todas sus actuales mayorías absolutas. Electoralmente, lo mata. Pero a la vez bloquea las coaliciones alternativas y le permite salvar gobiernos siempre que mantenga la primera posición. Institucionalmente, le da la vida.

En uno de los muchos anuncios magistrales que Miguel García Vizcaíno y la Sra. Rushmore han hecho para el Atlético de Madrid, se describe con exactitud la singularísima relación emocional de los seguidores atléticos con su club: “Me mata. Me da la vida”.

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