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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Próxima estación, Cataluña

Cataluña, que es imprescindible para sus ciudadanos, España y Europa, está en una encrucijada. Sólo queda confiar en que el optimismo de la voluntad prevalezca sobre el pesimismo de la razón

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No sé si finalmente habrá elecciones en Cataluña el 27 de septiembre. Probablemente nadie lo sabe, ni siquiera el que formalmente tiene la potestad de convocarlas. Pero con elecciones o sin ellas el aire viene cargado de malos presagios, y no hay ningún mal presagio para Cataluña que pueda ser bueno para España.

Todo lo que ha ocurrido políticamente en Cataluña en los últimos años ha sido una sucesión de despropósitos inducidos por la irresponsabilidad de unos, el oportunismo de otros y la torpeza de casi todos.

Todo empezó con aquel indigerible tripartito maragalliano del que sirvieron ración doble y que, por decir lo menos, sumió a Cataluña en el desgobierno durante siete años. Siguió con un delirante proyecto de Estatuto que hubo que “peinar” para adecentarlo; y del peinado salió un adefesio legislativo que tuvo hermanitos gemelos, así que hubo también adefesio andaluz y adefesio valenciano, entre otros.

Luego vino la campaña anticatalana del PP, que para hundir a Zapatero era capaz de cualquier cosa, desde predicar el boicot patriótico al cava y al fuet hasta poner por todo el país mesas que decían pedir firmas pero que en realidad agitaban el odio.

El siguiente paso del revés lo dió la sentencia del Tribunal Constitucional que enmendóla plana a los ciudadanos que habían votado en un referéndum y dejó al adefesio aún más desfigurado.

Y el estropicio definitivo fue cuando el señor Mas, desde el poder recuperado para el partido del Establishment catalán, abrazó la causa del independentismo rupturista en una fuga hacia adelante que le ha deparado crueles desengaños cada vez que se han abierto las urnas.

Lo único que puede dar un equilibrio político a Cataluña es la competición ordenada entre un nacionalismo moderado y un socialismo catalanista

El tripartito destrozó al PSC, que dio tantos bandazos y vaivenes que cuando ha recuperado el sentido de la orientación ya nadie le presta atención. La deriva secesionista va camino de destruir a CiU, antes poderoso y fiable partido institucional y ahora patético rehén de quienes detentan la denominación de origen independentista. El PP arruinó para siempre el poco crédito que le quedaba en Cataluña, hizo resucitar dos veces (una con Aznar y otra con Rajoy) a la moribunda ERC y abrió las puertas al partido de Rivera, el mismo que hoy le disputa los votos en toda España. Y la sentencia del Tribunal Constitucional generó un agravio sobre el que se han alimentado todas las frustraciones y se han hecho crecer todas las inquinas.

El resultado de tanto desatino es que a un lado de laPlaza de Sant Jaume estará una alcaldesa que ya ha anunciado que sólo cumplirá aquellas leyes “que Nos parezcan justas” (así, con Nos mayestático), lo que supongo autoriza a cada ciudadano a incumplir las ordenanzas municipales de la señora Colau que considere injustas; y en el edificio de enfrente a un Presidente de la Generalitat con un gobierno multicolor y un sólo punto en su programa: separar a Cataluña de España -y de la Unión Europea- en quince meses.

Siempre he pensado que lo único que puede dar equilibrio político a la complejidad de la sociedad catalana es la competición ordenada entre un nacionalismo moderado comprometido con España y un socialismo catalanista y sociológicamente mestizo y transversal. Es decir, la mejor versión de CiU y la mejor versión del PSC. Y así ocurrió mientras esos dos partidos fueron los pilares que sostenían el entramado institucional de Cataluña, representaban a una gran mayoría social y encauzaban la relación con el resto de España.

El PSC camina melancólicamente hacia la irrelevancia política. Y en cuanto a CiU, desde que Mas se subió al tigre independentista cada elección es una derrota

Y siempre he pensado que la solución razonable para el problema catalán pasa porque los catalanes entiendan que no encontrarán un asiento mejor para su bienestar y su autogobierno que el que les puede ofrecer un Estado español organizado federalmente; y que los demás españoles entendamos y asumamos que el “hecho diferencial” de Cataluña no es un invento de los nacionalistas para fastidiarnos o para llevarse nuestro dinero, sino una realidad histórica y cultural que no se puede negar y mucho menos combatir sin que ello tenga consecuencias nefastas para la convivencia.

Por eso ha sido tan importante durante la democracia el papel del PSC y de CiU: porque uno ha aportado la visión de un federalismo solidario y el otro la reivindicación responsable del hecho diferencial sin romper las reglas del juego constitucional.

A causa de sus propios desvaríos, hoy esos dos pilares han perdido la confianza de la mayoría y, sobre todo, la capacidad de conducir a Cataluña (en el buen sentido de la palabra) hacia un espacio de gobierno eficiente que no desquicie a la sociedad.

El PSC camina melancólicamente hacia la irrelevancia política. Con su fuerte enraizamiento municipalista ha podido salvar algunos muebles el 24 de mayo, pero es un oasis engañoso. Es posible que en las próximas elecciones tenga cuatro partidos por delante: CiU, ERC, Ciudadanos y Podemos/Iniciativa. Pocas cosas pueden conducirse desde la quinta posición.

No podemos olvidar que Cataluña es estratégica y es imprescindible. En primer lugar para sus ciudadanos; pero también lo es para España y para Europa

Y en cuanto a CiU, desde que Artur Mas se subió al tigre independentista cada elección es una derrota. En las autonómicas de 2012 bajó 8 puntos y perdió 12 escaños; en las europeas de 2014 tuvo 100.000 votos menos que en las anteriores; en las municipales del 24 de mayo ha bajado 7 puntos y ha perdido 500 concejales y el Ayuntamiento de Barcelona entre otros.

Mas ha perdido por completo el control del proceso que él mismo impulsó y todo el mundo lo sabe. Sólo falta que quienes realmente pilotan ese proceso -si a estas alturas queda alguien que pilote algo en Cataluña- se desembaracen de él en el momento en que deje de resultarles útil en su triste función actual de dar un barniz de respetabilidad a un proyecto alocado e inviable.

A mi juicio, la salida razonable a este conflicto sigue pasando por una reforma de la Constitución que dé paso a un nuevo pacto estatutario con Cataluña. Pero los escenarios más verosímiles resultantes de las próximas elecciones ofrecerán condiciones aún más difíciles que las actuales para que esto pueda llevarse a cabo.

Tendremos un Parlamento fragmentado en el que será más difícil que nunca armar grandes acuerdos. Es probable que el PP tenga que pasar una temporada en la oposición, y mucho tendría que cambiar ese partido para esperar que contribuya a un nuevo consensoconstitucional estando fuera del Gobierno.

También es probable que Ciudadanos, que desde su origen se ha nutrido delenfrentamiento con el nacionalismo catalán, tenga una influencia determinante sobre el próximo gobierno de España. No creo que eso dé margen ni siquiera para salir de las trincheras y empezar un diálogo verdadero.

Y sin embargo, no podemos olvidar que Cataluña es estratégica y es imprescindible. Lo es en primer lugar para sus ciudadanos, que merecen dirigentes que les devuelvan la serenidad y gobiernos sensatos que se ocupen de gobernar. Lo es para España, que vislumbra la salida de la crisis y necesita sentirse completa sin la amenaza de una amputación traumática; y lo es para Europa, que en su actual estado de extrema debilidad no podría resistir una escisión de esa magnitud en el corazón del Mediterráneo.

Puestas así las cosas, sólo nos queda confiar en que el optimismo de la voluntad prevalezca sobre el inevitable pesimismo de la razón.

No sé si finalmente habrá elecciones en Cataluña el 27 de septiembre. Probablemente nadie lo sabe, ni siquiera el que formalmente tiene la potestad de convocarlas. Pero con elecciones o sin ellas el aire viene cargado de malos presagios, y no hay ningún mal presagio para Cataluña que pueda ser bueno para España.

Cataluña PSC Artur Mas