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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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¿A quién le conviene repetir las elecciones?

Una elección fallida es un fracaso de la democracia y una frustración colectiva. El prestigio de la democracia representativa ha sufrido mucho en España durante estos años de crisis

Foto: Montaje de mesas electorales en Pamplona. (EFE)
Montaje de mesas electorales en Pamplona. (EFE)

Es impresionante la vocación de los socialistas por convertir los problemas generales y las dificultades ajenas en conflictos propios. La elección del 20-D le crea un problema gigantesco a España porque ha hecho una elección fallida de la que no puede salir un gobierno estable. Y le crea un problema tremendo al PP porque Mariano Rajoy va a una investidura con 123 votos a favor (los de su partido), 40 abstenciones (las de Ciudadanos) y 187 en contra (todos los demás).

Y sin embargo, los socialistas no han perdido ni un segundo para atraer todos los focos hacia su disputa interna. Es una especie de narcisismo suicida que los empuja a pensar que el mundo gira a su alrededor, especialmente cuando gira para mal. Ahora resulta que todo el problema de este endiablado escenario postelectoral es la pelea dentro del PSOE por una hipotética política de alianzas que, para más inri, sólo existe en su imaginación. Con 90 diputados, Sánchez no tiene ninguna posibilidad de ser presidente del Gobierno.

Por varias razones:

Porque no salen las cuentas aunque consiguiera convencer a Podemos y Asociados y a Izquierda Unida.

Porque los 17 diputados independentistas catalanes (9 de ERC y 8 de Convergencia) votarán NO a Rajoy y NO a Sánchez, igual que PP y PSC han votado NO a Mas y votarían NO a Junqueras en el Parlamento de Cataluña.

Porque Podemos no tiene el menor interés en gobernar con el PSOE ni en situar a Pedro Sánchez en la Moncloa. El plan no es asociarse al PSOE, sino debilitarlo hasta suplantarlo. En Derecho Mercantil se llama fusión por absorción.

Porque Albert Rivera jamás haría la locura de embarcarse en un gobierno de izquierda multicolor políticamente secuestrado por los nacionalismos radicales.

Porque aunque Rajoy pierda la investidura, el rey no tiene ninguna obligación constitucional de proponer a Sánchez como segundo candidato. Sólo lo hará si éste le ofrece garantías de que puede ganar la votación, y no es el caso.

Y porque los poderes fácticos del PSOE ya han enviado un mensaje inequívoco al secretario general: “Yo que tú no lo haría, forastero”. Y por una vez, parece que van en serio.

Pero Sánchez sigue pedaleando simplemente para mantenerse sobre la bicicleta. Sabe que para sobrevivir necesita dos cosas: primero, mantener la ilusión óptica de que tiene mando en plaza; y segundo, protagonizar un debate de investidura, aunque sea para perder la votación.

Quien llegue a un acuerdo con Pablo Iglesias obtendrá 42 votos en el Congreso; los demás los tendrá que negociar con Colau, con Oltra, con Beiras…

Los del PP saben también que Rajoy no ganará la investidura, haga lo que haga C’s. Y lo de exigir al PSOE que se abstenga es una broma pesada. Hablamos del mismo político que el 12 de mayo de 2010, en una votación de máxima emergencia nacional, decidió permitir que España se fuera por el precipicio con el único propósito de tumbar al Gobierno socialista. Aquella abstención era mucho más necesaria que ésta. Pero se creen con derecho a exigirla porque si los del PSOE son especialistas en hacerse el harakiri en público, los del PP son maestros en la ley del embudo: la parte ancha para mí y la estrecha para ti.

Podemos está descubriendo ahora que su buen resultado del 20-D conlleva una pesada hipoteca. Quien llegue a un acuerdo con Pablo Iglesias obtendrá 42 votos en el Congreso; los demás los tendrá que negociar con Colau, con Oltra, con Beiras…y estos lo han encadenado al discurso de la España centrífuga y al referéndum de autodeterminación en Cataluña. En cuanto se mueva un milímetro de esa posición, el tinglado podemita salta por los aires.

Albert Rivera tuvo la oportunidad de convertirse en el árbitro de la política española y la desperdició. Hay ocasiones que se presentan una vez en la vida. Ahora se ha condenado a ejercer el papel de comparsa del PP aparentando que lo condiciona, pero es sabido que finalmente la gente prefiere el original a la fotocopia.

No olvidemos a Cataluña. Artur Mas añade una más a su nutrida colección de derrotas electorales. Ha liquidado a su partido para nada: cuarto puesto en las generales y rebasado por su socio/rival independentista, ERC. A la chita callando, las acciones de Junqueras no dejan de subir.

¿Qué pasaría si se repitieran las elecciones?

Si pensamos sólo en los votos, los beneficiarios probablemente serían el PP y Podemos.

En las elecciones del 20-D ha prevalecido el voto como desahogo, pero ahora se impondría la necesidad de dar al país un gobierno. El PP, con un nuevo candidato –repetir con Rajoy sería un suicidio- podría crear el vértigo del vacío de poder y recuperar gran parte de lo que ha entregado a Ciudadanos.

Podemos sólo tiene que esperar a que el PSOE progrese adecuadamente en su proceso autodestructivo para convertirse en el nuevo partido mayoritario de la izquierda. Eso sí, tiene que manejar con cuidado sus amistades peligrosas del nacionalismo radical. Pero los 900.000 votos de Alberto Garzón están ahí, y no creo que Iglesias sea tan necio como para volver a despreciarlos.

Al PSOE, según parece, sólo le importa quién manda en el PSOE. Si recuperaran la cordura, podrían hacer algo. Pero si siguen enzarzados en esta riña de familia acomodada venida a menos, el suelo electoral volverá a temblar bajo sus pies.

Y a Ciudadanos más le vale que sus 40 diputados demuestren en estos meses que sirven para algo más que para jalearse a sí mismos y hacer de muleta del PP. El Ibex no da segundas oportunidades tras un gatillazo como este.

Pero la principal perjudicada de la repetición de elecciones sería España.

Primero, porque una elección fallida es un fracaso de la democracia y una frustración colectiva. El prestigio de la democracia representativa ha sufrido mucho en España durante estos años de crisis como para soportar este nuevo paso en falso.

Y segundo porque, calendario en mano, estaríamos condenados a tener un gobierno en funciones como mínimo hasta el próximo verano. Y hay un montón de cosas que, según la ley, un gobierno en funciones tiene prohibido hacer; por ejemplo, presentar proyectos de ley. Además, estaría capitidisminuido para afrontar el desafío independentista de Cataluña, que se va a intensificar. No creo que nos debamos permitir el lujo de tener durante medio año a un gobierno radicalmente limitado en su capacidad de acción.

La solución pasa por un Gobierno de amplia base parlamentaria (por supuesto, sin Rajoy) comprometido con un programa de cuatro puntos

¿Puede evitarse? O dicho de otro modo, ¿puede el Parlamento elegido el 20-D alumbrar un gobierno? Si lo miramos exclusivamente desde el punto de vista del interés de los partidos políticos, me temo que no. Pensando en el interés de España, sólo veo una solución:

Un Gobierno de amplia base parlamentaria (por supuesto, sin Rajoy). Comprometido con un programa corto de cuatro puntos: reforma constitucional, recuperación económica y pacto social, negociación con Cataluña en el marco de una reforma territorial y lucha compartida contra el terrorismo yihadista. Culminado el proyecto de reforma constitucional, nuevas elecciones y referéndum para su aprobación.

Ya sé que es un camino escarpado y difícil. Pero pidan por favor que les den un argumento en contra que tenga que ver con España y no con la cuenta de votos de tal o cual partido. Y si alguien les ofrece algo mejor, cómprenlo.

Es impresionante la vocación de los socialistas por convertir los problemas generales y las dificultades ajenas en conflictos propios. La elección del 20-D le crea un problema gigantesco a España porque ha hecho una elección fallida de la que no puede salir un gobierno estable. Y le crea un problema tremendo al PP porque Mariano Rajoy va a una investidura con 123 votos a favor (los de su partido), 40 abstenciones (las de Ciudadanos) y 187 en contra (todos los demás).

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