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Pablo Iglesias, el icono en llamas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Pablo Iglesias, el icono en llamas

En este caso, la persona se ha impuesto al personaje: el individuo ha sido más poderoso que la figura y finalmente lo ha prendido

Foto: Uno de los varios ninots dedicados a Pablo Iglesias durante las Fallas de 2015. (EFE)
Uno de los varios ninots dedicados a Pablo Iglesias durante las Fallas de 2015. (EFE)

Cualquiera que sea el resultado del 26-J, en el futuro se estudiará el proceso de contumaz autodestrucción de la imagen pública del líder de Podemos durante los cuatro meses transcurridos desde las elecciones de diciembre.

La irrupción fulgurante de Podemos en la política española fue un bombazo con una onda expansiva de alcance mundial. Por primera vez, el movimiento de los indignados adquiría forma política y, tras invadir las calles, inundaba las urnas y ponía patas arriba el sistema de partidos.

Pablo Iglesias supo convertirse en un icono global de la rabia ciudadana y de la rebelión de los perdedores de la crisis contra los poderosos que la habían provocado. Fue una referencia para los líderes de Syriza en Grecia, para los jóvenes del Occupy Wall Street en Nueva York… Recordemos que en algún momento las encuestas llegaron a situar a Podemos como el primer partido, con estimaciones de voto superiores al 25%.

Hoy ya no se ve al campeón de los indignados, sino a un dirigente consumido por la ambición y la soberbia, con comportamientos sectarios y tics autoritarios

¿Qué ha pasado desde entonces? Pues en esencia, que no ha sabido manejar la transición entre luchar contra el poder y luchar por el poder sin causar un grave daño a su propia imagen. Hoy ya no se ve al campeón de los indignados, sino a un dirigente consumido por la ambición y dominado por la soberbia, con comportamientos sectarios y tics autoritarios, obsesionado por ajustar cuentas con un pasado que no vivió (una rara especie de odio retrospectivo).

Este proceso autodestructivo se ha acelerado durante estos cuatro meses. A mi juicio, Iglesias ha cometido tres errores demoledores para su prestigio.

El primero, la gestión de los pactos de gobierno. Cuando se comprobó que la suma del PP y Ciudadanos no permitiría un Gobierno de centro-derecha, prendió la ilusión de un Gobierno progresista. El PSOE había sufrido una segunda y contundente desautorización ciudadana y Podemos tuvo que montar una confederación de nacionalismos radicales para salvar el tipo, pero eso se omitió y se empezó a hinchar el globo de repetir a nivel nacional lo que había sucedido unos meses antes en las Comunidades Autónomas y en las grandes ciudades.

Pudo haber hilado desde el principio un discurso coherente con el espíritu fundacional de Podemos para cortar de raíz la posibilidad del acuerdo

El caso es que eso pasaba necesariamente por un acuerdo con el PSOE que hiciera presidente a Pedro Sánchez. Y nada más lejos del proyecto político de Pablo Iglesias que entregar el poder al partido al que pretende enviar a los libros de historia. Jamás tuvo la intención de sentar a Sánchez en La Moncloa, salvo con grilletes y previa rendición incondicional.

Pudo haber hilado desde el principio un discurso coherente con el espíritu fundacional de Podemos para cortar de raíz la posibilidad del acuerdo. Pero le perdió el vértigo de ver a su adversario en sus manos: en cuanto el PSOE expulsó al PP de su política de alianzas, la única posibilidad de que Sánchez gobernara con sus exiguos 90 diputados era que Iglesias lo consintiera. Al líder socialista le había caído en las manos la llave de los pactos y con su primera decisión entregó esa llave a Podemos.

Así que Iglesias decidió jugar hasta el final: por una parte, alimentando la ilusión de un Gobierno de izquierdas. Por otra, reventando la negociación en los momentos clave. Primer reventón, el día que Sánchez se entrevistaba con el Rey: aquella rueda de prensa de Iglesias autonombrándose supervicepresidente, reclamando medio Gobierno y presentando en sociedad a sus ministros. Segundo reventón, en el debate de investidura de Sánchez: aquel discurso incendiario y la buscada provocación de la cal viva. Tercero, la reunión tripartita PSOE-Podemos-C’s: Iglesias asistió a ella con el único propósito de hacer saltar por los aires al día siguiente cualquier esperanza del “acuerdo transversal” con el que ha fantaseado Sánchez. Y cuarto, en la última ronda de consultas del Rey, haciendo abortar en vivo y en directo la no tan ingenua propuesta de Compromís.

Con todo ello, Pablo Iglesias ha impuesto una relación sadomasoquista con los votantes de la izquierda: la excitación del deseo seguida de la frustración. Y ha conseguido crear una poderosa corriente de animadversión del electorado socialista hacia su persona. Por primera vez desde 2014, en las encuestas hay cuantiosos votantes de Podemos que retornan al PSOE y ya casi no quedan socialistas que migran a Podemos. Gracias a Iglesias, el PSOE ha logrado cerrar la vía de agua hacia su izquierda que le costó una sangría de varios millones de votos.

Según el reciente estudio de Llorente y Cuenca, los votantes de Podemos del 20-D son los menos satisfechos con la actuación del partido al que votaron, los que más están considerando la posibilidad de cambiar de voto y los que peor califican a su líder. El acuerdo electoral con IU está destinado a cumplir la misma función que las confluencias en su día: compensar de algún modo el desagüe electoral de Podemos.

El segundo error fue abrir un cisma en su partido de la peor forma posible: con una cadena de decisiones personales que apestan a purga de las de los viejos tiempos. Y permitiendo además que se establezca una imagen en la que Iglesias es el malo y Errejón el bueno; Iglesias el sectario y Errejón el dialogante; Iglesias el radical y Errejón el moderado; Iglesias el estalinista y Errejón el socialdemócrata.

Con todo ello, Pablo Iglesias ha impuesto una relación sadomasoquista con los votantes de la izquierda: la excitación del deseo seguida de la frustración

Es increíble que Iglesias se haya metido en esa trampa y es más increíble aún la facilidad con la que se ha comprado el producto. Quienes ven a Errejón como un socialdemócrata moderado, candidato a futuro valor del PSOE, es que no lo han leído ni escuchado con suficiente atención. Yo tengo para mí que la diferencia política entre Iglesias y Errejón es de otra naturaleza y tiene más que ver con sus modelos de referencia: Errejón mira y admira a La Cámpora (el aparato de poder del kirchnerismo) mientras Iglesias quiere que Podemos sea Syriza (pasokización incluida). Lo que pasa es que aquí a cualquiera que no hable a gritos ni insulte ya se le considera un moderado.

Y el tercer error, pura calamidad para alguien con el comprobado talento mediático de Iglesias, es abrir una guerra con los periodistas en vísperas de unas elecciones. Ningún partido político en España ha sido tan mimado por la prensa como Podemos y ningún líder ha gozado de tanta impunidad como Iglesias, que ha dicho cosas que en boca de otros hubieran sido su tumba. Pero una vez más, la anécdota oscurece a la categoría. Que un político ataque personalmente a un periodista es un error y un agravio. Pero que ese mismo político sostenga que los medios de comunicación tienen que estar controlados por el Estado es un asunto bastante más serio.

No descarto que Podemos obtenga un buen resultado electoral, especialmente si consuma su alianza con IU; pero será a pesar de Pablo Iglesias, que hoy es ya más un pasivo que un activo. En este caso, la persona se ha impuesto al personaje: el individuo ha sido más poderoso que el icono y finalmente lo ha prendido en llamas. En todo caso, su actuación durante estos meses deja en el aire la duda de si es razonable que gobierne un país quien no parece capaz de gobernar su propia persona.

Cualquiera que sea el resultado del 26-J, en el futuro se estudiará el proceso de contumaz autodestrucción de la imagen pública del líder de Podemos durante los cuatro meses transcurridos desde las elecciones de diciembre.

Izquierda Unida Ciudadanos