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El mito de los indecisos
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El mito de los indecisos

Políticos, especialistas en demoscopia y medios de comunicación favorecen el manido tema de la indecisión a la hora del voto. Pero la realidad es muy distinta

Foto: Colas en un colegio electoral de Barcelona en la jornada del 20-D. (Reuters)
Colas en un colegio electoral de Barcelona en la jornada del 20-D. (Reuters)

Entre el trascendental debate sobre si Ramos debió o no tirar ese penalti ante Croacia y el acojone cósmico que nos ha entrado con el Brexit (hay quien lo ha puesto al nivel del 11-S y de la caída del Muro de Berlín), me permito recordar modestamente que mañana hay elecciones generales.

Tiene pinta de que será la traca final de esta Semana Grande del populismo europeo que comenzó con el payaso Beppe Grillo ganando los principales ayuntamientos de Italia; continuó con los británicos pegándose un tiro en la barriga y poniendo de nuevo en vigor aquello de “niebla en el Canal de La Mancha; el continente, aislado”; y parece que culminará en España con el partido de los indignados convertido en alternativa de poder. Y esta fiesta no ha hecho más que empezar: a la vuelta del verano, nos espera Trump. Como dice el tango, al mundo le falta un tornillo.

En esta última fase de la campaña más triste y mediocre que recuerdo nos hemos hartado de manosear el manido tema de los indecisos, esa gente de la que todos hablan y se les da mucha importancia, pero nadie sabe bien quiénes son ni donde están.

En la última fase de la campaña más mediocre de la democracia toca manosear el tema de los indecisos

No digo que no existan indecisos, pero siempre he pensado que se exagera mucho su volumen y su papel decisivo en las elecciones. Es una leyenda que suelen agitar tres tipos de actores: los dirigentes de los partidos políticos castigados en las encuestas, para animar a sus tropas (“¡ánimo, que quedan muchos indecisos!”). Los pronosticadores demoscópicos, para cubrirse ante la eventualidad de que sus previsiones no se cumplan (“los indecisos cambiaron la tendencia”). Y los medios de comunicación para dar emoción al partido cuando el pescado está ya vendido (“incertidumbre ante la gran cantidad de indecisos”).

Macanas. Primero, no son tantos como se dice. Y segundo, se cuentan con los dedos de una mano las elecciones en las que el voto de los indecisos ha invertido la tendencia de voto y ha hecho girar el resultado.

Se repite como un dogma que en estas elecciones hay un 32% de indecisos. Teniendo en cuenta que en el censo electoral es de 34,5 millones de personas, eso significaría que 11 millones de españoles estarían sumidos en la duda.

Esto proviene de que el CIS pregunta a los encuestados si ya tiene decidido su voto y el 32% responde que no. Automáticamente, los convertimos en “indecisos” que supuestamente acudirán a las urnas en auxilio del partido en apuros, del encuestador precavido o del periodista aburrido.

En realidad, la mayor parte de los indecisos no aparecen en las encuestas. Son todos aquellos que sencillamente rechazan realizar la entrevista o la interrumpen nada más comenzar. En el mejor de los casos, se necesita hacer no menos de cinco llamadas para conseguir una entrevista válida. Cada persona que rehúsa participar tiene que ser sustituida por otra que sí quiera, y en ese proceso se generan casi todas las impurezas y desviaciones que luego obligan a hacer la famosa “cocina”. Lo que las encuestas nos ofrecen no es lo que dice la población, sino lo que dice aquella parte de la población que se presta a responder encuestas políticas.

La mayor parte de los indecisos no aparecen en las encuestas, ya que rechazar realizar las entrevistas

Sí, lo normal es que cerca de un tercio de los encuestados declare que no tiene decidido su voto; o que cuando se les pregunta a qué partido votará no mencione ninguno, refugiándose en el “no sabe/no contesta” y equivalentes. De los que así se manifiestan, pueden dar por hecho que tres de cada cuatro son serios candidatos a la abstención final.

En la encuesta del CIS que comentamos, el 71% dice que irá a votar con toda seguridad. El 68% afirma que ya tiene su voto decidido. Y el 64% menciona el partido al que piensa votar. ¿No les parece mucha casualidad que la previsión de participación que todo el mundo da por buena esté precisamente entre el 68% y el 71%?

Además del ejército de los que no responden a las encuestas, el otro gran paquete de supuestos indecisos lo forman los que no saben si irán o no a votar. Y no es que se estén debatiendo sobre ello; en la mayoría de los casos, es que ni siquiera se lo han planteado. Aunque les parezca mentira, hay millones de personas que viven vidas completamente alejadas de la política y de las elecciones, y no incorporan a sus preocupaciones la cuestión de votar o no votar hasta que la fecha está encima. Algunos incluso pasan por ella sin apenas enterarse.

Así que el indeciso propiamente dicho, ese al que se le atribuyen propiedades taumatúrgicas sobre el resultado electoral, sería aquel que va a ir a votar con toda seguridad y está dudando activamente entre dos o más partidos. Y de esos, puedo asegurarles que no hay 11 millones en España. Ni la mitad. Ni siquiera la tercera parte.

Luego está la presunción de que esos indecisos “activos” cambiarán el rumbo de los acontecimientos. Vamos mal, pero vendrán los indecisos a salvarnos. Pues no, los indecisos que finalmente votan -que ya hemos visto que no son tantos como se dice- rara vez cambian el rumbo de las cosas ni salvan a nadie que los “decididos” hayan condenado previamente.

Los indecisos no vendrán a salvarnos, como garantizan los gurús, los medios y algunos políticos

Primero, porque forma parte del pensamiento mágico esperar que todos los indecisos apoyarán en masa al mismo partido. Más lógico es pensar que, cuando se decidan, repartirán sus preferencias. Por otra parte, el hecho de que alguien no haya elegido partido en las proximidades de las elecciones suele denotar un bajo interés por estas. Se trata mayoritariamente de personas que no consumen información política, su posición ideológica no está claramente definida y carecen de lazos afectivos hacia los partidos y sus candidatos.

Sí, deciden su voto en los últimos días. Y normalmente lo hacen guiados por lo que respiran en sus entornos vitales inmediatos. Si en un grupo de siete amigos hay cinco votantes de Podemos y dos indecisos, pueden apostar que esos dos, en el caso de que vayan a votar, lo harán por Podemos. Y lo mismo puede decirse de las familias, los centros de trabajo, etc. Son los decididos los que determinan el voto de los indecisos. El clima del entorno más próximo les influye mucho más que cualquier información periodística -que no leerán- o cualquier debate televisivo -que no verán-.

¿Qué quiere decir esto? Primero, que la mayoría de los que llamamos “indecisos” terminarán absteniéndose. Segundo, que los que voten tenderán a sumarse a la tendencia que perciban, no a contrariarla. Hay excepciones, claro. Pero si ya es dudoso que pueda hablarse enfáticamente de “movilizar a los nuestros”, como si los votantes estuvieran estabulados en alguna cuadra, me da la risa cada vez que escucho a un político consolarse de los malos augurios apelando a “nuestros indecisos”. Amigo, si son indecisos es precisamente porque no son tuyos, ni de aquel, ni de nadie. Y la experiencia dice, además, que se les puede aplicar sin mucho error el viejo refrán: “¿A dónde va Vicente? A donde va la gente”.

Entre el trascendental debate sobre si Ramos debió o no tirar ese penalti ante Croacia y el acojone cósmico que nos ha entrado con el Brexit (hay quien lo ha puesto al nivel del 11-S y de la caída del Muro de Berlín), me permito recordar modestamente que mañana hay elecciones generales.

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