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Víctor Alvargonzález

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La historia siempre se repite

En la Inglaterra de los años 70 se llegó a tal nivel de presión impositiva que hasta los grupos de “rock” se instalaban físicamente en otros

En la Inglaterra de los años 70 se llegó a tal nivel de presión impositiva que hasta los grupos de “rock” se instalaban físicamente en otros países para no trabajar sólo para el Estado. Literalmente. El nivel de impuestos podía llegar en algunos casos a superar el 90% de los ingresos que generaban. El resultado del abuso impositivo británico fue demoledor y el Reino Unido no salió del agujero hasta que llegó Margaret Thatcher al poder y cambió toda la escala de valores –cometiendo también excesos por el lado contrario, cierto–, así como la orientación de la política económica. 

El caso es que está sobradamente demostrado el efecto perverso que tienen sobre el crecimiento económico los excesos impositivos, pero parece que no aprendemos. Y digo los excesos, no estoy poniendo en duda la necesidad de que haya impuestos o que exista una cierta redistribución solidaria de la riqueza. Es síntoma de una sociedad sana. Pero los excesos no son sanos y en materia fiscal tienen consecuencias nefastas. 

Y el caso español no es el peor. Miren a Hollande, que acaba de anunciar que su gran “idea” para la economía francesa se basa en subir fuertemente los impuestos a las clases medias y medias altas. También a las muy altas, pero todo el mundo sabe que eso es un guiño demagógico, porque la gente que gana más de un millón de euros al año tiene medios –y abogados– suficientes como para escapar de los recaudadores. Quienes van a poner el dinero para pagar las deudas son, como en España, las clases medias y medias altas. Y como en Europa siempre ha existido una especie de vergüenza por haber trabajado duro y tener un buen sueldo o éxito empresarial, les aseguro que jamás veremos a esos contribuyentes protestar por las calles. Pagarán y mantendrán la boca cerrada.

No pretendo entrar en polémicas sobre si es más ético que paguen unos u otros. Mi misión es, en este caso, tratar de analizar los efectos que tienen las decisiones políticas sobre la economía y, en consecuencia, sobre la evolución futura de los mercados financieros. Como se dice en España, “de aquellos polvos vienen estos lodos”, pero en los mercados hay que anticiparse a que lleguen los lodos. Y siendo tanto el análisis fundamental como el técnico excelentes herramientas de trabajo para tratar de predecir tendencias, para mí la más importante es el sentido común. Y tanto el sentido común como la historia nos dicen varias cosas sobre las consecuencias de los excesos impositivos.

La primera es de sobra conocida: afectan muy negativamente al consumo y de forma más exponencial que lineal, porque actúan especialmente sobre los individuos con más capacidad para consumir. Y cuanto más perjudicas el consumo, más perjudicas la economía. Eso no se lo salta un torero. 

El segundo efecto es menos cuantificable pero no menos importante: la desmotivación moral. ¿Para qué vas a esforzarte si el resultado de ese esfuerzo se lo lleva el Estado? De las pocas cosas que escuché en su día al ex presidente Zapatero y que estoy de acuerdo –probablemente la única – es eso de que la economía es un estado de ánimo. Hombre, yo diría que, entre otras cosas, es un estado de ánimo pero que también es cierto que una sociedad motivada es una sociedad competente y competitiva. La Inglaterra de los años sesenta y setenta lo único que tenía  competente y competitivo eran los grupos de rock, que encima emigraban para que el estado no se quedara con todo lo que ganaban.

Luego hay otra cuestión, no ya sólo de sentido común sino que encima ha sido demostrada por un economista, Laffer, que cuantificó el nivel de presión fiscal a partir del cual la recaudación no aumenta por mucho que se suban los impuestos. El daño que se produce en la economía –menos sueldo y menos consumo igual a menor recaudación– y la huida de los grandes contribuyentes no sólo frenan la recaudación, sino que a partir de un determinado momento incluso la reducen. Aunque sigan subiendo los impuestos.

La aplicación de todo lo anterior a los mercados financieros es clara: cuando el mayor riesgo al que se enfrenta la economía actual es entrar en un largo periodo de estancamiento similar al que sufre Japón desde hace décadas  –si les interesa el tema les sugiero la lectura de un post anterior llamado “La japonetización de la economía occidental (24/09/2011)– cobra especial importancia la vigilancia de las políticas impositivas de los estados. 

Es mejor invertir en países o zonas geográficas con trabajadores y empresarios motivados que en países donde se va minando lentamente la moral de los emprendedores y la cultura del esfuerzo. Mejor invertir en países con consumo interno vigoroso que en países donde se penaliza el consumo. Mejor invertir en países que prefieren reducir aparato burocrático estatal y gastos improductivos de la Administración –de eso aquí sabemos mucho– antes que subir impuestos. Mejor invertir en países que premian el esfuerzo que en aquellos que castigan a los que se esfuerzan, como si hubieran hecho algo malo por ser mejores o trabajar más. Identifiquemos esos países, seamos cuidadosos con el “timing” de la inversión –algo básico en los mercados– y habremos establecido un buen punto de partida para la estrategia de inversión adecuada al entorno en el que se va a mover la economía mundial durante los próximos años.

En la Inglaterra de los años 70 se llegó a tal nivel de presión impositiva que hasta los grupos de “rock” se instalaban físicamente en otros países para no trabajar sólo para el Estado. Literalmente. El nivel de impuestos podía llegar en algunos casos a superar el 90% de los ingresos que generaban. El resultado del abuso impositivo británico fue demoledor y el Reino Unido no salió del agujero hasta que llegó Margaret Thatcher al poder y cambió toda la escala de valores –cometiendo también excesos por el lado contrario, cierto–, así como la orientación de la política económica.