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Demografía: pinta muy mal el futuro de España
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Alberto Artero

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Demografía: pinta muy mal el futuro de España

No debe tomarse como casual que los dos artículos más leídos ayer domingo en El Confidencial hicieran referencia a la cuestión demográfica. Uno, bajo el siempre

No debe tomarse como casual que los dos artículos más leídos ayer domingo en El Confidencial hicieran referencia a la cuestión demográfica. Uno, bajo el siempre exitoso gancho de la curiosidad, invitaba a los lectores a saber por su cuenta cómo había sido la evolución de los habitantes de su pueblo o ciudad en los últimos años. El segundo, firmado por Carlos Sánchez, vinculaba dos elementos esenciales cómo son población y empleo, tratando de desmontar burdas falacias gubernamentales. Parece que la parte más ilustrada de la población empieza a tomar conciencia de que este no es un factor clave para el futuro de España, sino EL factor clave, que determinará no sólo la viabilidad económica de nuestra economía sino el modo en que quedará configurada. No hay nada que a un servidor le haga más feliz que esta cuestión se sitúe en primera línea de actualidad.

Desde estas líneas hemos escrito en numerosas ocasiones sobre la materia, con una deprimente sensación de prédica en el desierto pese a las terribles consecuencias que se derivan de la inversión de la pirámide poblacional en términos no sólo de sostenibilidad del Estado del bienestar, sino de emprendimiento, innovación y actividad.

Lo hemos hecho desde los principios, como cuando arrancamos el primer viernes de este año con un post sobre el absurdo de políticas proabortistas en un estado que no es capaz de llegar a su tasa de natalidad de reposición (2,1 hijos por mujer en edad fértil; Valor Añadido, "Aborto libre y gratuito, vale: ¿y después?", 03-01-2014).

Y también desde los números, como cuando a finales de noviembre nos hacíamos eco de una aterradora extrapolación del Instituto Nacional de Estadística: en 2017 ya habrá más muertes que neonatos en nuestra geografía, y para 2023 los nacimientos anuales se situarán a niveles del siglo XVIII, cuando el censo de habitantes era un 80% inferior (VA, "Pero quién me manda a mí tener cinco hijos", 27-11-2013).

Permanecer indiferente hacia esa suerte de suicidio demográfico, e incluso fomentarlo, es de una irresponsabilidad política y social intolerable. Lo urgente de los Gamonales varios vuelve a servir de distracción para evitar lo verdaderamente importante: las maternidades se vacían.

No exageramos ni un ápice la relevancia de esta realidad.

No en vano, es la evolución dispar de este factor entre dos macronaciones la que va a permitir a India tomar el relevo de China como primera fuente mundial de riqueza a finales de esta década. O lo que puede provocar una ralentización del fuerte crecimiento asiático de estos últimos años para dar paso a una prolífica África, que comienza a asomar la patita. No se trata sólo de una cuestión cuantitativa, disponibilidad de mano de obra a coste asequible, sino también cualitativa: iniciativa, empuje y deseo de conquistar el mañana. Afecta también al otro elemento que determina la evolución del P.I.B.: la productividad. Pronto se olvida que buena parte de lo sucedido en España durante el venturoso, económicamente hablando, final del Franquismo y arranque de la Transición se debió precisamente a la conjunción de esos elementos humanos, tangibles e intangibles: permitieron la aparición de una amplia y profunda clase media, esa que ahora los bancos centrales, como su predominio de lo financiero sobre lo productivo, se quieren cargar. La desigualdad es mayor que nunca.

Todo lo que sucede en este momento tiene relevantes consecuencias para el futuro. En Estados Unidos empiezan a meter en su ecuación de crecimiento la jubilación de los llamados baby boomers, aquellos que con sus decisiones de consumo e inversión sirvieron para mantener una tasa de actividad suficiente como para que conservara su hegemonía mundial. En banca privada se explica muy bien cuando se habla de fases de acumulación, consolidación y conservación patrimonial, estratos asociados a determinadas franjas de edad y desempeño profesional. En la medida en que la bolsa de integrantes de la última etapa crece, no sólo circula menos el dinero, sino que el papel asistencial del Estado, vía sanidad o pensiones, se multiplica exponencialmente. Una parte sustancial de la sociedad deja de contribuir, pierde iniciativa y vigor y pasa a ser receptora de percepciones públicas o privadas, rentas y dividendos. El éxito colectivo anterior poco importará ante esa realidad geriátrica transversal.

Resulta paradójico que se alabe, desde el punto de vista de la contabilidad exterior, el hecho de que la balanza de rentas en España haya vuelto a ser positiva tras muchos ejercicios con saldo deficitario fruto de las remesas de inmigrantes a sus respectivos lugares de origen. Es, de hecho, una tragedia. Los españoles huyen en busca de las oportunidades que aquí se les niegan y muchos de los que llegaron al calor del boom inmobiliario salen ahora por nuestras fronteras con una mano delante y otra detrás. Vuelve el dinero de fuera mientras que ya no sale tanto como antes. Se van los jóvenes patrios y se vuelven a sus casas aquellos que suponían la última esperanza nacional para lograr superar el problema de falta de nacimientos que nos afecta. Ahora, la solución se antoja casi imposible, al moverse entre lo políticamente incorrecto, y por tanto electoralmente costoso, y lo económicamente inviable, debido a la falta de sentido de Estado de nuestros dirigentes y de fondos disponibles en las arcas de la Administración.

Más antes o después nos daremos cuenta del despropósito presente y, sobre todo, venidero que estamos permitiendo al no abordar el problema de forma prioritaria. Cada día que pasa se pierde ocasión de hacerlo. Y es importante. La demografía es también fisiología y a esta España de nuestros amores está a punto de pasársele el arroz.

Buena semana a todos.

No debe tomarse como casual que los dos artículos más leídos ayer domingo en El Confidencial hicieran referencia a la cuestión demográfica. Uno, bajo el siempre exitoso gancho de la curiosidad, invitaba a los lectores a saber por su cuenta cómo había sido la evolución de los habitantes de su pueblo o ciudad en los últimos años. El segundo, firmado por Carlos Sánchez, vinculaba dos elementos esenciales cómo son población y empleo, tratando de desmontar burdas falacias gubernamentales. Parece que la parte más ilustrada de la población empieza a tomar conciencia de que este no es un factor clave para el futuro de España, sino EL factor clave, que determinará no sólo la viabilidad económica de nuestra economía sino el modo en que quedará configurada. No hay nada que a un servidor le haga más feliz que esta cuestión se sitúe en primera línea de actualidad.

Desigualdad Estado del bienestar