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El Daesh, nuestros hijos de puta
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Ilya Topper

De Algeciras a Estambul

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El Daesh, nuestros hijos de puta

¿Cómo puede ser que la mayor potencia militar lleve un año bombardeando y que el ISIS siga sin arrugarse? Muy sencillo: no interesa que desaparezca. No hay intención de erradicar al Daesh

Foto: Milicianos del Estado Islámico a punto de ejecutar a cristianos egipcios en una playa cercana a Trípoli, en una imagen difundida por el ISIS. (Reuters)
Milicianos del Estado Islámico a punto de ejecutar a cristianos egipcios en una playa cercana a Trípoli, en una imagen difundida por el ISIS. (Reuters)

¿Cómo puede ser que la mayor potencia militar del mundo lleve un año bombardeando sin descanso al Estado Islámico en Siria e Irak, y que el ISIS siga sin arrugarse? Muy sencillo: no interesa que desaparezca. No hay intención de erradicar a Daesh.

La milicia ultraislamista sigue dominando un territorio mayor que Grecia, pese a bombardeos y guerrillas varias que aspiran a echar a los yihadistas para ocupar su lugar (geográfico y, las más de las veces, ideológico). No es que no se pueda: las milicias kurdas, con unos cuantos fusiles de asalto, han sido capaces cuando se han puesto a ello. La pregunta es por qué todo se queda ahí.

Porque acabar con el Daesh sería un error grave para los intereses de Estados Unidos. Es mucho mejor que la milicia siga viva y coleando, aunque desde luego bajo control, sin desmadrarse.

Las ventajas son numerosas: por una parte, Daesh hace de imán para todos esos islamistas que hay por el mundo, y que acuden a la llamada de la yihad. En lugar de tener que identificarlos uno por uno mediante laboriosas investigaciones policiales, se les deja ir a Siria y, con algo de suerte, mueren allí en combate. Quizás incluso matando a otros musulmanes igualmente detestables, así que ganancia neta. Cuanto más tiempo dure el Daesh, más musulmanes radicales mueren, y menos hay que preocuparse.

Claro, el peligro es que sobrevivan y vuelvan a, digamos, Francia, donde podrían utilizar su destreza adquirida en combate para perpetrar algún ataque. Pero para evitar eso ya es tarde: si hoy nos propusiéramos acabar con el Daesh, ya habría suficiente radical formado allí que saldría huyendo hacia el resto del mundo, de manera que es mejor dejar que el foco siga ardiendo y mantenga a los yihadistas ocupados.

Además, la mayor parte de los atentados en Europa la han cometido tipos inspirados por el discurso del Daesh, pero ni entrenados en Siria, ni tampoco directamente coordinados, y con armas que no vienen de la guerra (un camión, un cuchillo, un hacha). La desaparición de Daesh en Siria no cambiaría nada el atractivo de su discurso. Es más: ahora, Daesh debe dedicar muchos recursos a la administración y defensa de su territorio, lo que le distrae de captar y armar militantes en Europa.

Pero aún más importante es que Daesh mantiene ocupado al régimen de Al Asad, que es un aliado de Rusia y, sobre todo, de Irán. ¿Para qué habría que echarle una mano al eje Moscú-Teherán-Damasco? En Washington tendrían que ser tontos de remate para hacer algo así. Como si se hubiesen creído su propio discurso sobre la paz mundial.

La ecuación es sencilla: si EEUU acaba con el Daesh, Irán recuperará el control sobre una parte importante de Oriente Próximo, desde sus propias fronteras hasta Beirut. Mientras exista, unos musulmanes canallas matarán a otros musulmanes canallas: lo mejor que puede pasar

Ese eje llega hasta Beirut. Porque mientras Daesh exista, Hizbulá, la milicia libanesa a sueldo de Teherán que se ha convertido en guardia pretoriana del régimen de Al Asad, tiene que estar desplegado en este frente. Y al gastar recursos y hombres en el maremágnum de Siria, se debilita en Líbano, donde es el adversario más encarnizado de los partidos suníes respaldados por Washington.

La ecuación es sencilla: si Estados Unidos acaba con el Daesh, Irán recuperará el control sobre una parte importante de Oriente Próximo, desde sus propias fronteras hasta Beirut. Mientras exista, unos musulmanes canallas matarán a otros musulmanes canallas: lo mejor que puede pasar.

¿Teorías de la conspiración? No. Lo que acaban de leer ustedes no es una idea mía. Es el resumen, en parte literal, de un ensayo titulado 'Strategic Mistake' que el analista político israelí Efraim Inbar publicó el 2 de agosto. Con una pequeña diferencia: donde digo que Washington actúa así, Inbar dice que debería actuar así. Sugiere, insiste, exhorta al Gobierno estadounidense a no acabar con el Daesh, por todas las razones enumeradas.

Otra pregunta es si en Washington le han hecho caso (suponiendo que Inbar les haya hecho llegar su aguda reflexión ya cuando Estados Unidos fundó la coalición antiyihadista en otoño de 2014). No sería extraño: Inbar es el director del Begin Sadat Center for Strategic Studies (“realista, conservador y sionista”, según se presenta) en la Universidad de Bar-Ilan en Israel, es doctorado en Chicago, autor de cinco libros y 80 ensayos y frecuente conferenciante en Harvard, Oxford, Columbia y Yale. Pero, además, es 'fellow' del Middle East Forum, el centro de análisis y cabildeo más rabiosamente derechista y proisraelí de cuantos hay en Estados Unidos.

El ME Forum no es cualquier cosa: sostiene el Washington Project, cuyo fin declarado es influir en la política de Estados Unidos. Con éxito: gracias al blog Obama Mideast Monitor, creado “para influir en los nombramientos y la política de la Administración respecto a Oriente Próximo”, uno de sus figurones, Steven J. Rosen (exjefe del 'lobby' proisraelí AIPAC) consiguió impedir en 2009 que Obama nombrase a la persona de su preferencia (Chas Freeman) como coordinador de los servicios secretos. O eso dice el propio Forum, enlazando reportajes de la prensa norteamericana que describe asqueada el ventilador de mierda que puso en marcha Rosen para denigrar a Freeman. El fin conseguido: aislar a Obama de diplomáticos que al 'lobby' proisraelí no le gustan.

Digo proisraelí, pero no es la palabra. No es un 'lobby' a favor del Estado de Israel, sino de la extrema derecha israelí. El ME Forum y el AIPAC trabajaron duramente para socavar las políticas de Itzhak Rabin y Shimon Peres y llevar a Netanyahu al poder, según el mismo reportaje enlazado orgullosamente por el foro: hay que tener cara. La misma cara con la que Efraim Inbar propone fomentar que “los malos maten a los malos”, dado que es “útil y hasta moral”.

placeholder Milicianos peshmerga avanzan hacia el frente de Mosul, 'capital' del Califato en Irak, el 14 de agosto de 2016. (Reuters)
Milicianos peshmerga avanzan hacia el frente de Mosul, 'capital' del Califato en Irak, el 14 de agosto de 2016. (Reuters)

En otras palabras: la destrucción de Siria es útil y moral. Daesh son unos hijoputas, pero son nuestros hijoputas. Al menos en la visión que Tel Aviv tiene del mundo. ¿Piensa Washington igual? Conozco a muchos que saltarían del puente de Brooklyn antes de asumir que Obama pueda pensar así. Pero, como hemos visto, los funcionarios que dirigen el tinglado no son quienes Obama quisiera haber nombrado.

Por supuesto, se puede discrepar no solo con el concepto moral de esta visión sino también con el de la utilidad: la argumentación funciona únicamente si se acepta que “el verdadero enemigo es Irán”, mantra que Inbar repite en el ME Forum desde hace años, dando por hecho que bombardear Irán es algo imprescindible. Diríamos que el Gobierno de Obama, al que le quedan dos noticiarios de la Fox, no comparte esa visión, pero la derecha de Israel, que lleva años instalada en el poder en Tel Aviv, ha hecho de esa guerra ficticia su razón de ser, su filosofía política y su justificación. Sin ella, pierde fuelle la fantasía de ser la nación más amenazada de la Tierra, lo único que mantiene unida una sociedad profundamente fracturada.

Pero sería un error quedarse en la necesidad de campaña electoral de Netayanhu. La geoestrategia que el 'lobby' ultraderechista israelí quiere imponer a Washington tiene otro actor de mayor masa muscular, y se llama Arabia Saudí.

Por supuesto, es falsa la historia (basada en una cita fabricada) de que el rey saudí financiara la campaña de Netanyahu. Lo que es cierto es que Israel y Arabia Saudí se hallan en el mismo bando frente a una América que va lentamente cambiando de rumbo (como un inmenso portaaviones, dijo Uri Avnery) y está dejando de considerar a Irán su enemigo mortal. Y para Riad, esto es una desesperada cuestión de supervivencia política.

Esa fue la primera estrategia de Al Asad: permitir que los grupos ultrawahabíes se hicieran fuertes en el territorio para absorber armas, dinero y combatientes, debilitando a grupos de planteamientos casi democráticos como el Ejército Sirio Libre y anulando la legitimidad de toda la rebelión: todos pasaron a ser 'terroristas yihadistas'. Funcionó

La rivalidad entre Riad y Teherán lleva décadas fraguándose. A mediados del siglo XX, Arabia Saudí aún era un país árabe entre muchos, uno al que los herederos de la civilización arábiga -El Cairo, Damasco, Bagdad- miraban por encima del hombro. La guerra de Yemen, un pulso geopolítico entre el Gobierno egipcio y el saudí, terminó en 1970 con la victoria del bando republicano, pero fue una derrota económica para su patrocinador, Egipto, que nunca se volvió a recuperar.

A partir de ahí, Riad reemplazó las armas por las barbas: iba financiando becas, universidades, colegios, institutos, mezquitas, imanes en cinco continentes, pero especialmente en los países llamados musulmanes, amén de sus televisiones de satélite. Es la generación salida de esta oleada de wahabización que ahora acude presta a la llamada de grupos armados como el Frente al Nusra o Daesh: porque difunden el ideario saudí que a ellos se les ha inculcado.

El único país que durante años compitió con Arabia Saudí por la hegemonía del llamado mundo árabe, reclamándose heredero de una tradición totalmente opuesta, la del panarabismo no religioso, era Irak. Era el único que podía: sus reservas de petróleo son las segundas mayores de los países árabes. Y tenía todo lo que Arabia Saudí no tendrá nunca: agua, agricultura, historia, una sociedad culta y un líder ambicioso con capacidad de encender a las masas de muchos países que se reconocían bajo la etiqueta de árabe.

Fue esa misma ambición de Sadam Husein la que selló su derrota: la trampa de la guerra de Kuwait permitió aislar a Irak primero durante una década y, finalmente, destruirlo mediante una invasión que nunca benefició a Estados Unidos, aunque sí a algunas familias cercanas a ese socio comercial de la dinastía saudí que era George W. Bush. No se hizo para “robar el petróleo”, como dice una leyenda urbana: la importación estadounidense de crudo iraqui estaba en su apogeo en 2001 y desde entonces no hace más que caer: hoy está en menos de un tercio de entonces.

La destrucción planificada y meticulosa de Irak como nación, como Estado y como potencia económica la describí ya en 2012, y poco hay que añadir. Solo que está cada día más claro que, una vez instaurada y afianzada la división sectaria suní-chií, Irak se va convirtiendo de forma inexorable en parte de la esfera de Teherán. Un Irak en paz ya solo podrá ser un peón geopolítico de Irán. Por eso, la finalidad de Daesh es, a toda costa, impedir la paz.

placeholder Un miliciano del ISIS, durante una supuesta ejecución de cristianos etíopes en Wilayat Fazzan. (Reuters)
Un miliciano del ISIS, durante una supuesta ejecución de cristianos etíopes en Wilayat Fazzan. (Reuters)

El mapa dice el resto: un Irak proiraní sería un enlace territorial con la Siria de Al Asad, que de chií no tiene nada, pero que por circunstancias políticas e históricas se halla en el bando panarabista, no islamista, y por lo tanto opuesto a Arabia Saudí y afiliado al bando de Irán. Y el último eslabón, la conexión con el Mediterráneo, es el Líbano controlado en parte por el Hizbulá chií proiraní.

Tras evidenciarse en los dos primeros años de la guerra civil de Siria que la relación de fuerzas locales no bastaba para derrocar a Al Asad e instaurar un régimen de corte suní que pudiera pasarse al bando saudí, la cuña negra de Daesh se ha convertido en el único antídoto para romper el eje Teherán-Bagdad-Damasco-Beirut. Mediante el mismo método ya aplicado en Irak: destruir Siria.

Tengo la impresión de que Washington no tiene capacidad para imponer un criterio distinto. Obama puede recuperar las relaciones con Irán, que es un gran paso, pero muy probablemente ni la CIA puede prescindir de una buena relación con el Mossad, ni el Pentágono puede actuar contra el criterio de Riad, que acoge sus más importantes bases en la zona (la rivalidad entre Arabia Saudí y Qatar ya se ha decidido a favor del primero, y nunca fue más allá de la pregunta de quién lidera la supremacía wahabí). Y con la propia Administración de Obama controlada por grupos como AIPAC o ME Forum, ya me dirán.

Tal vez Clinton se proponga erradicar el Daesh en el Sinaí. Respecto a Siria, seguirá fielmente la línea marcada por el tándem Tel Aviv-Riad. Y mientras Daesh sea una pieza útil en esta larga guerra, los bombardeos seguirán siendo la farsa que son ahora

Como muestra, un botón: la política estadounidense de Obama frente a la ocupación de Palestina es indistinguible de la de su predecesor. En los ocho años de Gobierno de Bush, los asentamientos de Cisjordania, la herramienta que usa la ultraderecha israelí para dinamitar todo proceso de paz, incrementaron su población en 90.000 personas. En los primeros seis años de Obama, fueron otros 90.000. Washington ha seguido vetando las resoluciones de la ONU que condenan estos asentamientos como ilegales, pese a que son ilegales según la propia definición de Estados Unidos. No, no se hagan ustedes ilusiones respecto al margen de juego que tiene Obama.

Tampoco se hagan ilusiones respecto a Clinton. La noticia de que Arabia Saudí le ha financiado la campaña electoral también ha sido desmentida, por la propia agencia estatal jordana, Petra, que la difundió (“era un error informático”). Es cierto que la Fundación Clinton (que es humanitaria, no política) ha recibido en los últimos ocho años decenas de millones de dólares del Gobierno y de ciudadanos saudíes, entre otros. Pero no hace falta fijarse en esto. Basta con leer el discurso de Clinton ante el AIPAC en marzo pasado para saber cuál es el gran enemigo internacional para la probable futura presidenta de Estados Unidos.

“Las agresiones continuas de Irán, una creciente oleada de radicalismo en un amplio arco de inestabilidad y el creciente esfuerzo para deslegitimar a Israel en el escenario mundial”, en este orden, son “las tres amenazas” que Clinton promete combatir. Dedicó un 20% de su discurso -660 palabras de 3.300- a la amenaza de Irán (incluyendo Hizbulá, con 86 palabras), frente a las 120 que reservó para el Daesh. “Nuestra meta no puede ser contener al ISIS, debemos derrotar al ISIS”, agregó. Curiosamente, sin mencionar Siria ni Irak, pero sí un atentado en Estambul en el que murieron judíos, el Sinaí y Gaza. De hecho, la única vez que mencionó Siria fue para denunciar que Irán lo usa para amenazar a Israel.

Tal vez Clinton se proponer erradicar el Daesh en el Sinaí. Respecto a Siria, seguirá fielmente la línea marcada por el tándem Tel Aviv-Riad. Y mientras Daesh sea una pieza útil en esta larga guerra, los bombardeos seguirán siendo la farsa que son ahora.

Por supuesto, al otro bando tampoco le vino mal el Daesh como una herramienta a corto plazo. Esa fue la primera estrategia de Al Asad: permitir que los grupos ultrawahabíes se hicieran fuertes en el territorio para absorber armas, dinero y combatientes, debilitando a grupos de planteamientos casi democráticos como el Ejército Sirio Libre y anulando la legitimidad de toda la rebelión: todos pasaron a ser “terroristas yihadistas”. Funcionó. Y siguió siendo útil para la entrada de Rusia en el combate, que bombardea a los grupos rebeldes bajo la excusa de ir en misión contra el Daesh.

Esto es un pulso de largo aliento en el que ambos contrincantes persiguen el mismo fin: la aniquilación de la sociedad siria. Al Asad gana cuando Daesh haya fagocitado toda la Siria opositora, bien militarmente, bien ideológicamente: en ese momento será él la única opción para gobernar las ruinas. Ya casi estamos allí.

Arabia Saudí gana si Daesh consigue destruir toda Siria, hasta el punto de que el país que Al Asad quiere gobernar deje de existir. No habrá más Siria, como ya no hay Irak.

Para eso aún falta un poco. Pero por delante tenemos ocho años.

¿Cómo puede ser que la mayor potencia militar del mundo lleve un año bombardeando sin descanso al Estado Islámico en Siria e Irak, y que el ISIS siga sin arrugarse? Muy sencillo: no interesa que desaparezca. No hay intención de erradicar a Daesh.

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