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La convulsión política como fortaleza en tiempos de cambio

El sistema estadounidense puede parecer disfuncional, pero sus problemas son expuestos al público y debatidos en busca de soluciones. En épocas de incertidumbre es una ventaja, no al contrario

Foto: La seguidora de Donald Trump Robin Roy reacciona cuando él se dirige a ella durante un mitin en Lowell, Massachusetts, el 4 de enero de 2016 (Reuters)
La seguidora de Donald Trump Robin Roy reacciona cuando él se dirige a ella durante un mitin en Lowell, Massachusetts, el 4 de enero de 2016 (Reuters)

Las conversaciones aquí en el Foro Económico Mundial tal vez empiezan con la economía global, pero tarde o temprano giran hacia Donald Trump. El candidato a las primarias republicanas ha logrado la atención de todo el mundo. A algunos les sigue entreteniendo, pero la mayoría de la gente con la que he hablado está preocupada. Como me dijo el CEO de una empresa europea, “estamos yendo hacia un mundo muy difícil. Necesitamos adultos al mando”.

Esta sensación de “mundo difícil” es palpable. Hay más ansiedad en el aire que en ningún otro momento desde la crisis financiera global. La preocupación se refleja en los mercados de valores de todo el mundo, que han perdido de billones de dólares de forma colectiva desde principios de año. La gente todavía cree que lo peor no va a suceder. China no se hundirá; Estados Unidos no entrará en recesión; Europa no se dividirá. Pero en los últimos años, el sentido común se ha equivocado en demasiadas cuestiones.

Roger Altman, el antiguo vicesecretario del Tesoro, me indicó que pocos expertos predijeron que los precios del petróleo y las materias primas se hundirían o que el crecimiento se desplomaría en China y se enterraría en Brasil, Sudáfrica y muchos otros mercados emergentes. Nadie vio venir que, incluso aunque EEUU lograse el pleno empleo, los salarios no se incrementarían, la inflación seguiría débil contra todo pronóstico, y las tasas de interés permanecerían bajas. Y nadie predijo el auge del Estado Islámico o su capacidad de inspirar atentados terroristas en países muy lejanos de Oriente Medio.

Altman se pregunta si hemos llegado finalmente al momento predicho por el libro de 1970 de Alvin Toffler “Future Shock”, cuando el sistema global es tan complejo y cambia tan rápido que sobrepasa toda capacidad de analizarlo y comprenderlo.

Muchas de las tendencias en marcha ahora mismo, interactuando unas con otras, pueden progresar más rápido y más lejos de lo que la gente se da cuenta. Mientras el mercado de valores cae, los negocios y los consumidores se preocupan y se retiran, gastando menos y ahorrando más. Una caída en los precios del petróleo es por lo general buena para todos los países excepto los principales productores de crudo. Pero una caída tan grande, tan rápido, puede producir una crisis crediticia y una espiral deflacionaria.

Y la innovación tecnológica no llega a ser una solución mágica para lograr una prosperidad de amplia base. Está claro que las dramáticas mejoras en tecnología, especialmente el software, no se traduce fácilmente en aumentos de sueldo para el trabajador medio. Estamos viendo incluso que los productos de alta tecnología se canibalizan unos a otros. La cámara digital era el camino del futuro, que destruyó la vieja película fotográfica. Pero ahora las ventas de cámaras se hunden dado que los teléfonos pueden hacer fotos que son más que suficientes para la mayoría de la gente.


No sé a dónde nos conduce todo esto. Pero en épocas como esta, a los sistemas abiertos como el de EEUU les irá mejor que a los cerrados. Estados Unidos a menudo parece un país disfuncional debido a que todos sus problemas son expuestos y debatidos diariamente. Todo -la estrategia económica, la política monetaria, la seguridad nacional, las prácticas policiales, la infraestructura- está ahí, abierto a la crítica constante.

Pero esta transparencia significa que la gente tiene información, y eso fuerza al país a ver sus problemas, luchar con ellos y reaccionar. Al tiempo que es un proceso confuso, a veces feo, el sistema americano integra un montón de información diversa y contradictoria, y responde. Parece disfuncional, pero en realidad es altamente adaptativo.

Los sistemas cerrados a menudo parecen mucho mejores. Un país como China, con su proceso de toma de decisiones férreamente centralizado, ha sido la envidia del mundo. Muchos a lo largo y ancho del planeta se han maravillado de la capacidad de su gobierno para tomar decisiones, hacer planes para el futuro y construir una flamante infraestructura. Y cuando China estaba creciendo, todos estábamos cautivados por la eficiencia del sistema. Pero ahora que el crecimiento se ha estancado, nadie sabe por qué, qué fue mal, a quién culpar, ni si está siendo arreglado. Una caja negra produce asombro cuando las cosas van bien. Pero cuando no, esa misma opacidad provoca ansiedad y miedo.

La mayor pregunta sobre la economía mundial en este momento es: ¿qué está pasando en la caja negra de China? El país es, después de todo, la segunda mayor economía del planeta, y el motor que empuja el crecimiento global de los últimos años. Esta destacable opacidad no tiene que ver solo con la economía, sino más bien con la política y la gobernancia en general.

Estos días la política americana exhibe agitación, rabia y rebelión. Pero en último término esto es una fortaleza en estos tiempos de cambio rápido. La gente está enfadada. La economía, la sociedad y el país están en transformación. El hecho de que la política refleje estos cambios es una fortaleza, no una debilidad. Permite a la nación absorberlo, reaccionar, adaptarse, y seguir adelante.

Al menos eso es lo que les digo a los extranjeros y a mí mismo, con los dedos cruzados con fuerza, mientras veo la locura de la campaña electoral.

Las conversaciones aquí en el Foro Económico Mundial tal vez empiezan con la economía global, pero tarde o temprano giran hacia Donald Trump. El candidato a las primarias republicanas ha logrado la atención de todo el mundo. A algunos les sigue entreteniendo, pero la mayoría de la gente con la que he hablado está preocupada. Como me dijo el CEO de una empresa europea, “estamos yendo hacia un mundo muy difícil. Necesitamos adultos al mando”.

Esta sensación de “mundo difícil” es palpable. Hay más ansiedad en el aire que en ningún otro momento desde la crisis financiera global. La preocupación se refleja en los mercados de valores de todo el mundo, que han perdido de billones de dólares de forma colectiva desde principios de año. La gente todavía cree que lo peor no va a suceder. China no se hundirá; Estados Unidos no entrará en recesión; Europa no se dividirá. Pero en los últimos años, el sentido común se ha equivocado en demasiadas cuestiones.

Roger Altman, el antiguo vicesecretario del Tesoro, me indicó que pocos expertos predijeron que los precios del petróleo y las materias primas se hundirían o que el crecimiento se desplomaría en China y se enterraría en Brasil, Sudáfrica y muchos otros mercados emergentes. Nadie vio venir que, incluso aunque EEUU lograse el pleno empleo, los salarios no se incrementarían, la inflación seguiría débil contra todo pronóstico, y las tasas de interés permanecerían bajas. Y nadie predijo el auge del Estado Islámico o su capacidad de inspirar atentados terroristas en países muy lejanos de Oriente Medio.

Altman se pregunta si hemos llegado finalmente al momento predicho por el libro de 1970 de Alvin Toffler “Future Shock”, cuando el sistema global es tan complejo y cambia tan rápido que sobrepasa toda capacidad de analizarlo y comprenderlo.

Muchas de las tendencias en marcha ahora mismo, interactuando unas con otras, pueden progresar más rápido y más lejos de lo que la gente se da cuenta. Mientras el mercado de valores cae, los negocios y los consumidores se preocupan y se retiran, gastando menos y ahorrando más. Una caída en los precios del petróleo es por lo general buena para todos los países excepto los principales productores de crudo. Pero una caída tan grande, tan rápido, puede producir una crisis crediticia y una espiral deflacionaria.

Y la innovación tecnológica no llega a ser una solución mágica para lograr una prosperidad de amplia base. Está claro que las dramáticas mejoras en tecnología, especialmente el software, no se traduce fácilmente en aumentos de sueldo para el trabajador medio. Estamos viendo incluso que los productos de alta tecnología se canibalizan unos a otros. La cámara digital era el camino del futuro, que destruyó la vieja película fotográfica. Pero ahora las ventas de cámaras se hunden dado que los teléfonos pueden hacer fotos que son más que suficientes para la mayoría de la gente.

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