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Puigdemont pone el 'procés' mirando a Girona
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Juan Soto Ivars

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Puigdemont pone el 'procés' mirando a Girona

El caos y la búsqueda de explicaciones quedaron silenciados por una única evidencia: todo lo que tenemos por delante en Cataluña, toda la actividad política, no va a ser otra cosa que 'procés'

Foto: Carles Puigdemont y su pareja. Al fondo, Artur Mas. (EFE)
Carles Puigdemont y su pareja. Al fondo, Artur Mas. (EFE)

En Barcelona hay dos ámbitos de información. Uno está en la calle, donde el sol resalta el color de las esteladas y las cañas mal tiradas de Estrella, y otro en los saloncitos burgueses de las casas que hay más arriba de la avenida de Sarriá, donde el rostro del poder se refleja en copas anchas y oscuras de vino pirenaico. Así, Barcelona terracea al ritmo de lo que se canta en determinados saloncitos, que son el tracto intestinal de la Generalitat.

Sin embargo, con Puigdemont, cambia el equilibrio de las cosas. El nuevo 'president' habló de la necesidad de expulsar al Estado invasor y así ocultaba que él mismo es un invasor para el ecosistema político catalán, tradicionalmente marcado por el signo de Barcelona. En los pasillos del Parlament, comentaban unos periodistas curtidos que la sesión de investidura había 'gironizado' el vocabulario político. Puigdemont emitía ampurdanismos para loar la historia democrática de su provincia, y llegó a exclamar que Girona es origen de la lucha del pueblo contra la opresión. Pudo ser esta visión del mundo tan municipal lo que le llevó más tarde a proclamar que Cataluña es una potencia mundial.

Una afirmación de ese calibre no es extraña en ciertos restaurantes a la vereda del río Oñar, cuya agua corre bajo los puentes de Girona y desde hoy alimentará el cauce del Llobregat. Un asesor del PP le comentaba a una compañera suya que la poca concordia que quedaba va a desaparecer por completo: “Este tío, como es de Girona, está muy poco acostumbrado a las interferencias de lo español”.

Un asesor del PP le decía a una compañera: “Este tío, como es de Girona, está muy poco acostumbrado a las interferencias de lo español”

Los diputados y sus asesores habían llegado a la Cámara arrastrando las barrigas navideñas y la resaca de año nuevo, y trataban de orientarse para entender lo que acaba de ocurrir. Círculos de murmuración proliferaban en los pasillos, la cafetería y el patio, donde las caras menos conocidas de la política catalana bajaban la voz a poco que uno pusiera la oreja disimuladamente. Aun así, se oían cosas: que Puigdemont es un muñeco en las manos de Mas, que han tenido que llegar a más acuerdos de los que hacen públicos, que aquí ha corrido el dinero, que va a ser la legislatura más crispada de la historia de Cataluña...

Pero había algo que nadie podía comprender: qué ha motivado a los anticapitalistas de la CUP a plegarse a un acuerdo a la derecha del último que ofreció Artur Mas. Si el alzamiento de Puigdemont borra del mapa al Artur Mas visible, también extermina la capacidad de la CUP para hacer oposición. Junto a los baños, me dijeron que la pata cupera que ha llegado al acuerdo con JxS ha sido Endavant, y que el próximo paso será una purga “de tres pares de cojones” para expulsar del partido a los militantes que flojearon sobre el 'no' a Mas.

¿Tiene sentido para usted? Para Guillem Martínez y Javier Pérez Andújar, dos comentaristas muy experimentados y lidiados en la política catalana que andaban por los pasillos, no.

En el patio, bajo los tilos, un diputado de CSQP hacía su análisis alegremente con sus compañeros. Decía que “esto que hace la CUP se llama desaparecer” y otro les rebautizaba como “anarco-burgueses”, con lo que me hicieron suponer que el próximo plato que va a devorar Podemos será la CUP.

Nada de esto importa a los militantes de ERC. Un tipo con la credencial del partido colgada del cuello le decía a otro que “aquí necessitem els collons de Girona”, y el compañero respondía que “som imparables”, pero Xavier Trias, que estaba a mi lado con sus gafas inconfundibles mientras yo pedía una cerveza, comentaba que Puigdemont lo va a pasar muy mal en esta jungla “lejos de la seguridad municipal”.

Pero con el paso de las horas y la votación, cuyo resultado estaba claro desde el sábado, el caos y la búsqueda de explicaciones quedaron silenciados por una única evidencia: todo lo que tenemos por delante en Cataluña, todo nuestro horizonte, toda la actividad política, no va a ser otra cosa que 'procés'.

Vi el recuento de votos desde la cafetería del Parlament. A mi lado, mirando las pantallas, una señora contaba a dos niños pequeños que unos votaban para no ir al parque y que otros votaban que sí. Aplaudieron cuando Forcadell anunció la investidura de Puigdemont, cantaron el himno de Cataluña con la mano en el pecho y la mujer comunicó a los niños que ese señor del pelo negro era, desde ahora, el jefe del parque.

En Barcelona hay dos ámbitos de información. Uno está en la calle, donde el sol resalta el color de las esteladas y las cañas mal tiradas de Estrella, y otro en los saloncitos burgueses de las casas que hay más arriba de la avenida de Sarriá, donde el rostro del poder se refleja en copas anchas y oscuras de vino pirenaico. Así, Barcelona terracea al ritmo de lo que se canta en determinados saloncitos, que son el tracto intestinal de la Generalitat.

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