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'Ground control to' Puigdemont
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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'Ground control to' Puigdemont

El debate es un trámite. Los periodistas, por los pasillos, preguntan si alguien sabe lo que se cuece en Ferraz. Otra jornada histórica en el Parlament de Cataluña

Foto:  El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, saluda a la diputada de la CUP Anna Gabriel, tras superar la cuestión de confianza. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, saluda a la diputada de la CUP Anna Gabriel, tras superar la cuestión de confianza. (EFE)

Sesión de confianza a Puigdemont, día dos. Forcadell, en lo alto de la tribuna presidencial, observa las musarañas que giran y danzan en el infinito. Su mente parece vagar fuera de este edificio donde la encierran los señores tan simpáticos que se sientan en primera fila. Hoy le han comprado un cacaolat y le han dicho que vaya leyendo el orden del día. Ella se esfuerza en hacerlo bien. Quizá desea que el 'president' esté contento con ella y le compre unos donetes. Forcadell es la viva imagen de un gato alucinado con la televisión.

O la viva imagen de la República Catalana, en estos momentos paralizada en la laguna de brea de la mayoría simple de JxS con apoyo de la CUP. ¿Repetirá la CUP su apoyo? Sabemos que sí, de manera que el debate es un trámite. Los periodistas, por los pasillos, preguntan si alguien sabe lo que se cuece en Ferraz. Otra jornada histórica en el Parlament de Cataluña. Otra jornada con la mente de los diputados en Madrid.

De hecho, esperamos que hable Miquel Iceta por si sabe algo de Sánchez, pero el socialista finge que lo que más le interesa hoy en el mundo es el futuro de Cataluña. Se le ve cansado, fofo y ojeroso. Su discurso carece del nervio y la ironía de otras jornadas, en las que ha conseguido arrancar las carcajadas de sus rivales más odiosos.

Hoy ha perdido Iceta la juventud y los bailes, de la misma forma que Inés Arrimadas se quedó sin sentido de la ironía. Ayer la vi tomando notas en el discurso de Puigdemont. Buscaba la manera de desmontar con retórica una cháchara que solo puede combatirse desde la sátira. Ahora, subida a la tribuna, irritada, colérica, deliciosa, discute y lanza ripios de canción de Camela. Pregunta la evidencia, empeñada en demostrar algo que todos sabemos: que el Gobierno de Carles Puigdemont es el vacío.

Foto: El presidente catalán, Carles Puigdemont, se dirige a la tribuna para su intervención en el debate de la cuestión de confianza. (EFE) Opinión

Sobre la cabeza de Arrimadas, Forcadell tiene un brillo de donetes en los ojos. Da la impresión de saberlo todo o de no saber nada. De vez en cuando echa un vistazo al 'president' Puigdemont y le sonríe, y este le devuelve una mirada afable y misericordiosa, como si le comunicase sin palabras que lo está haciendo muy bien.

A las 12 del mediodía, de manera abrupta, la presidenta interrumpe la sesión. Asegura que es lo que le han dicho que tiene que hacer y regala a sus señorías cinco minutos de recreo. Sin embargo, pasados esos cinco minutos, nadie ha vuelto a la sala: los diputados son una tromba de chaquetas y corbatas corriendo por los pasillos. Se disputan un minuto de antena en los debates matinales. Preguntan a los periodistas si alguien sabe algo de Ferraz.

En el eco de cueva platónica del hemiciclo, solo Puigdemont y sus colaboradores más estrechos ocupan los escaños. Forcadell advierte a Lluís Rabell de que es el siguiente de la lista. Le pide que suba a la tribuna y suelte su rollo. Rabell obedece a regañadientes. Se planta ante el micrófono con la facha de un cuentachistes de asilo.

Puigdemont supera la cuestión de confianza con 72 votos a favor y 63 en contra

—Es su turno, comience —apremia Forcadell como una máquina.

Rabell, estupefacto, espera que la presidenta se dé cuenta de que la sala está vacía, pero Forcadell repite su orden. Rabell, sudoroso, trata de hacer tiempo ordenando las notas en la tribuna. Un par de diputados se asoman a la puerta pero siguen a lo suyo. Rabell empieza a hablar. Puigdemont sonríe, maléfico.

Para cuando llega el turno de Albiol, la sala está llena. Pasa una cosa en Barcelona: todo lo que dice Albiol, tan enfadado y solemne, provoca las carcajadas de los escaños independentistas. Para ellos, Albiol hace el papel de invitado de la cena de los idiotas. Centra su discurso en el punto más desternillante: acusa a Puigdemont de haberse aliado con unos antisistema que queman banderas de España y quieren quitarnos a nuestros hijos para que los críe la tribu. Las carcajadas atruenan, Albiol gime, Forcadell sigue como hipnotizada.

Puigdemont y Anna Gabriel son la viva imagen del padre que trabaja en el banco y la hija adolescente con la cabeza llena de pájaros

Así llega el momento culminante: la intervención de la CUP, de la que depende que Puigdemont siga haciendo como que es presidente. Anna Gabriel se encarama a la tribuna con una camiseta de manga corta llena de eslóganes feministas encima de otra camiseta de manga larga, símbolo de su oposición a la moda y a la estética capitalista y heteropatriarcal. Su discurso es una alegoría de la Cataluña anticapitalista, feminista y poética con la que sueñan las cuperas por la noche. Puigdemont y ella son la viva imagen del padre que trabaja en el banco y la hija adolescente con la cabeza llena de pájaros.

Seguirán juntos camino de la independencia, más allá de la realidad, allá donde fueron a parar las ilusiones perdidas y los pensamientos concretos de Carme Forcadell, que sin querer, acaso fantaseando en el cacaolat y los donetes, monta una tangana entre Ciudadanos y JxS porque es incapaz de cerrar la sesión como manda el reglamento.

De algún modo, aunque Forcadell ha cerrado la sesión, Puigdemont está hablando de nuevo en la tribuna. Ella le mira como pensando: bueno, él es el 'president', él sabrá lo que hay que hacer ahora.

Sesión de confianza a Puigdemont, día dos. Forcadell, en lo alto de la tribuna presidencial, observa las musarañas que giran y danzan en el infinito. Su mente parece vagar fuera de este edificio donde la encierran los señores tan simpáticos que se sientan en primera fila. Hoy le han comprado un cacaolat y le han dicho que vaya leyendo el orden del día. Ella se esfuerza en hacerlo bien. Quizá desea que el 'president' esté contento con ella y le compre unos donetes. Forcadell es la viva imagen de un gato alucinado con la televisión.

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