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La economía colaborativa frente a los que no quieren ver
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Jaime Rodríguez

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La economía colaborativa frente a los que no quieren ver

Quienes se aferran a una interpretación de la ley de tiempos en los que el fax era la forma más avanzada de comunicación es como si quisieran frenar el mar con las manos.

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Son pocas las generaciones que han tenido la suerte de presenciar fenómenos que hayan influido de forma directa en la historia de la Humanidad. Pero son menos aún quienes han podido participar activamente de esos cambios. Los últimos veinte años han sido el preludio de un cambio histórico del que la mayoría de nosotros seremos testigos y protagonistas: la economía colaborativa.

Con las sucesivas revoluciones tecnológicas de estas dos últimas décadas hemos creado un planeta conectado cuyo potencial apenas podemos imaginar. La popularización de internet fue el germen: colaborando cambiamos para siempre cómo nos comunicamos, aprendemos o nos entretenemos. Android, Wikipedia y YouTube son sólo algunos ejemplos. Ahora digitalizamos el mundo físico: a esa red de colaboración se unirán miles de millones de máquinas más; coches, relojes, frigoríficos y depuradoras listos para comunicarse entre sí. Ciudades enteras interconectadas. Convertimos los átomos en bits, casi ubicuos.

A lomos de este tsunami tecnológico evoluciona la economía colaborativa, uno de los cambios socioeconómicos más profundos que han existido. Y crecerá a una velocidad vertiginosa. PricewaterhouseCoopers cifra en 335.000 millones de dólares su volumen de negocio en 2025, mientras que el economista Jeremy Rifkin afirma que en 35 años el capitalismo no será el sistema económico dominante, sino que convivirá con el modelo colaborativo.

Su proyección no es casual. A la tecnología se une la necesidad: vivimos en un planeta de recursos limitados y los índices de población continúan aumentando. Tras siglos buscando una producción cada vez más eficiente, inevitablemente tendremos que empezar a poner el foco en un consumo más eficiente.

Frente a un cambio tan evidente uno no puede sino sorprenderse ante quienes, en lugar de adaptarse a una nueva realidad, intentan entorpecerla

Tenemos, por tanto, las herramientas y el incentivo para colaborar en un uso más lógico de nuestros recursos. Piénsenlo: casi todas las necesidades que tenemos en nuestro día a día pueden satisfacerse sin producir nada nuevo. Compartir coche, alojarse en casas ajenas o compartir espacios de trabajo es sólo el principio del camino. Somos hoy 3.200 millones de personas conectadas a internet con infinidad de recursos infrautilizados a sólo un par de clics de un uso más racional.

Frente a un cambio tan evidente uno no puede sino sorprenderse ante quienes, en lugar de adaptarse a una nueva realidad, intentan entorpecerla. Quienes se aferran a una interpretación de la ley de tiempos en que el fax era la forma más avanzada de comunicación. Es como intentar frenar el mar con las manos.

Con esa mentalidad llevó Confebus a Blablacar a los juzgados este 11 de mayo. Algo incomprensible para los 2.5 millones de españoles que utilizan la aplicación, testigos involuntarios de un ejercicio de miopía inédito en el mundo. Falta de vista de quien olvida que colaborar se ha hecho siempre y, por tanto, también tiene acomodo en la ley. Porque, ¿quién no ha compartido coche alguna vez?

*Jaime Rodríguez es Country Manager de Blablacar para España y Portugal.

Son pocas las generaciones que han tenido la suerte de presenciar fenómenos que hayan influido de forma directa en la historia de la Humanidad. Pero son menos aún quienes han podido participar activamente de esos cambios. Los últimos veinte años han sido el preludio de un cambio histórico del que la mayoría de nosotros seremos testigos y protagonistas: la economía colaborativa.