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Madres primerizas en hoteles familiares: el drama final
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Henar Álvarez

Con dos ovarios

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Madres primerizas en hoteles familiares: el drama final

Este año, como quería descansar, decidí ir a un hotel para familias. Cometí un grave error con esta elección. Estos lugares se parecen más al purgatorio que a un retiro espiritual

Foto: Una familia se dispone a disfrutar de la playa de la Malvarrosa de Valencia. (EFE)
Una familia se dispone a disfrutar de la playa de la Malvarrosa de Valencia. (EFE)

Da igual cuándo leas esto, hace unos tres años en este preciso instante yo estaba borracha perdida dándolo todo en Ibiza. La época estival es, con mucha distancia, cuando una se da cuenta de que la maternidad ha cambiado irremediablemente su vida. He pasado de desgañitarme con los temazos veraniegos de Calvin Harris a encontrarme en un parador, tomando algo tranquilamente con mis amigos, y acabar todos juntos cantando “Estaba el señor don Gato sentadito en su tejado”. Y no porque estuviéramos mamados, que podría ser, sino para ver si mi hijo dejaba de parecer el niño de 'La profecía'.

Ser madre no está pagado. Tengo una amiga que dice que mira los polvos de la leche del niño y le entra nostalgia… pero porque ya no tiene tiempo ni de maquillarse, malpensados. Yo la abrazo y le acaricio el pelo, que para eso estamos las amigas, pero tampoco durante mucho tiempo porque si nos despistamos nuestros hijos acaban a cuatro patas en el suelo comiendo la comida del gato y asegurando que están jugando a 'La patrulla canina'. Creo firmemente que si el día de mañana hay problemas para cobrar las pensiones, quienes hemos criado descendencia deberíamos tener preferencia. Ahí lo dejo.

Este año, como quería descansar, decidí ir a un hotel para familias. Lo imaginaba como un lugar apacible en el que hay monitores que cuidan de tus hijos mientras tú —con pamela, pareo y recostada en una hamaca— lees a Emilia Pardo Bazán o cotilleas desde detrás de tus enormes gafas de sol las lecturas y el 'outfit' de quienes te rodean. Cometí un grave error con esta elección. Estos lugares se parecen más al purgatorio que a un retiro espiritual.

Para intentar relajarte, tienes que tratar de obviar que hay 40 niños a un metro de ti haciendo una clase de 'aqua zumba' y cuatro monitores que dan indicaciones a través de un altavoz. No se puede seguir una lectura del siglo XIX mientras 'El pueblo de los malditos' baila al ritmo de Shakira. Creo que sinceramente era mejor cuando estaban a su bola y se tiraban en bomba. Ahí solo tocaban los cojones a los que estaban en primera fila, pero es que ahora salpican igual y además tenemos que aguantar las directrices de los monitores. Antes, los altavoces solo se utilizaban para avisarnos de que comenzaba la 'happy hour' en el chiringo. No queremos escuchar a no-sé-cuántos decibelios cómo se ejecutan pasos de cumbia, tenemos suficiente con pagar el gimnasio y no ir. Sinceramente, creo que este asunto se nos ha ido de las manos y hemos dado pasos atrás.

placeholder 'El pueblo de los malditos'.
'El pueblo de los malditos'.

Mis tetas no son bien recibidas

Otra cuestión que francamente me ha sorprendido para mal es que no se puede hacer 'topless' en un hotel de estas características. Entendedme, poder se puede porque no está prohibido, pero la presión es similar a la que siente un alcohólico en una fiesta infantil. No queda bien. Es bajarte el bañador y sentir en la nuca la llamada de la selva. Miradas, cuchicheos, malas caras. No había reparado en que efectivamente no había más tetas femeninas disfrutando del sol en la piscina del hotel. La razón, ojo con esto que es muy fuerte, es porque se trata de un hotel 'familiar'. Familiar pronunciado enfatizando cada sílaba y abriendo mucho la boca. Al parecer, nuestros pezones perturban la paz social más que los misiles de Corea del Norte. Yo no sé en las demás familias, pero en la nuestra andamos en pelotas a todas horas, somos gente pobre y solo podemos encender el aire acondicionado a la hora de la comida. Mi hijo juega con mis pezones mientras ve 'Bob Esponja' y mi pareja, cuando nos vamos a dormir. Yo de verdad que no entiendo por qué no son bien recibidos precisamente por tratarse de un hotel familiar.

Foto: Los mirones no salen en plano pero están por ahí. (iStock) Opinión

Otro problema de estos lugares es que está todo recogido. La playa, el hotel y la zona de restaurantes conforman un superconglomerado comercial. Sales de tu ciudad huyendo de tus vecinos para acabar generando esos mismos lazos de amor-odio con familias que tienen una media de tres hijos. Creías que no podía haber nada más coñazo que el señor cascarrabias que vive en el piso de abajo, hasta que descubres a una generación de niños enganchados a las máquinas que se chocan con todo quisqui porque no son capaces de andar con la cabeza mirando al frente. Hay algunos que ya han desarrollado cierta capacidad para detectar seres animados cerca y los esquivan, pero la mayoría están todavía muy tiernos.

Madres del mundo: mis sinceras disculpas

Quiero aprovechar también este espacio para pedir disculpas a todos los padres y madres a los que insulté. Ellos no lo saben, claro, pero lo hice. Me preguntaba cómo se podía tener niños tan maleducados o cómo les podía dar igual que su hijo hiciera la croqueta en un bar con serrín en el suelo. Ahora recuerdo estos momentos mientras disfruto de una cerveza observando a mi hijo morder el bolso de la señora de la mesa de al lado. “Déjale, mejorarán sus defensas”, pienso.

Me preguntaba cómo se podía tener niños tan maleducados o cómo les podía dar igual que su hijo hiciera la croqueta en un bar con serrín en el suelo

Padres y madres con bebés, quiero daros un consejo. No caigáis en la trampa de querer que vuestros hijos queden por encima de los de los demás siendo los primeros en andar. Dejad que la naturaleza tome su rumbo sin prisa. Cuando empiezan a caminar, ya no hay marcha atrás, el diablo se apodera de ellos y solo quieren destrozar todo lo que esté a su alcance. Pensaréis que podréis lidiar con ello, que no tienen más que un par de años. Pero os advierto: dudo mucho que Usain Bolt se desenvuelva con la soltura que lo hace mi hijo en un bar de 50 metros cuadrados o en una casa ajena.

Cómo echo de menos aquellas vacaciones en las que si alguien te decía que le pasaras un biberón, se refería a los botellines fresquitos que había en el congelador. También os digo, me flipa hacer con él castillos en la arena, verle comer paella con las manos y cantar “Me persigue el cyborg” a todo trapo en el coche. Esto, ciertamente, no lo cambiaria por nada. Quizá por un par de días en una playa nudista en Ibiza, pero poco más.

Da igual cuándo leas esto, hace unos tres años en este preciso instante yo estaba borracha perdida dándolo todo en Ibiza. La época estival es, con mucha distancia, cuando una se da cuenta de que la maternidad ha cambiado irremediablemente su vida. He pasado de desgañitarme con los temazos veraniegos de Calvin Harris a encontrarme en un parador, tomando algo tranquilamente con mis amigos, y acabar todos juntos cantando “Estaba el señor don Gato sentadito en su tejado”. Y no porque estuviéramos mamados, que podría ser, sino para ver si mi hijo dejaba de parecer el niño de 'La profecía'.

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