Confidencial Social
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El incierto futuro de los músicos de jazz
Los viejos jazzmen de la mítica escena de Nueva York se encuentran en pie de guerra. Cansados de no recibir ninguna pensión ni protección social, al
Los viejos jazzmen de la mítica escena de Nueva York se encuentran en pie de guerra. Cansados de no recibir ninguna pensión ni protección social, al contrario que ocurre con otras figuras del espectáculo, llevan varios años intentando que los clubes donde actuaron toda su vida, y que se siguen beneficiando de la imagen y la música de los intérpretes, contribuyan a sus pensiones ahora que no pueden actuar. Entre ellos se encuentran el contrabajista Ron Carter, el saxofonista Joe Lovano, la cantante Janet Lawson, el historiador del jazz Nat Hentoff y una larga lista de hasta 8.000 músicos que reclaman sus derechos. Acusan a los clubes de no colaborar con el sindicato, y de recibir compensaciones mucho más bajas por sus servicios. Algo que, por ejemplo, no ocurre en los espectáculos de Broadway, donde desde los sesenta existe un acuerdo a tal efecto. Desde hace cinco años, cada mes, los músicos salen a las calles para repartir panfletos y armar un poco de ruido. La última de estas manifestaciones se produjo el pasado 7 de agosto en el Dizzy’s Club Coca-Cola y el Iridium, acompañados por una banda de músicos de jazz, como suelen hacer normalmente.
Los clubes se han mostrado divididos ante la situación. Ron Sturm, dueño del Iridium, señalaba en las páginas de The New York Times que, aunque en principio era favorable a la causa, puede resultar muy peligrosa “en los detalles”, debido a que su aplicación es muy complicada (habría que dar respuesta a 8.000 casos diferentes), y muchos de los que deberían recibir las pensiones cobran ya un dinero por su afiliación a otros sindicatos. Otros señalan que deberían haber sido los líderes de sus bandas los que hubiesen pagado a los músicos.
Esta campaña ha reavivado un debate recurrente en Estados Unidos (aunque también en otras partes del mundo) que es el que se pregunta sobre la desprotección de los artistas, especialmente los más mayores y los que han basado su carrera en la música en directo, y que muchas veces han actuado sin ningún tipo de cobertura ni contrato. Es el caso de lo ocurrido, en el campo de la música pop-rock, con Vic Chesnutt, que acabó con su vida al no ser capaz de pagar sus facturas médicas. Muchos dueños de estas salas han recordado que los músicos preferían cobrar más en su día y manejar ellos mismos sus programas de pensiones. Manifestaciones que han sido interpretadas como excusas por algunos músicos: el pasado enero, cuando el trompetista Jimmy Owens recibió el galardón A.G. Spellman por su apoyo a la música jazz, recordó al auditorio que “ninguno de los clubes en los que os gastáis el dinero contribuyen al fondo de pensiones de los músicos que están trabajando allí. Y cuando digo ninguno, es que es ninguno”.
Una nueva esclavitud
En la página que defiende el proyecto, Justice for Jazz Artists, un manifiesto establece una continuidad entre la esclavitud de la raza negra y la situación en la que se encuentran los desamparados músicos. “Los músicos de jazz parecen representar una minoría dentro de la industria musical de hoy en día. Pero los números señalan algo muy diferente”, se puede leer en el texto, redactado por Todd Bryant Weeks, que señala que alrededor del 31% de los músicos de jazz de Nueva York han participado en el circuito de jazz en un momento u otro.
“Aunque el clima racial sea ahora muy diferente, los músicos aún no tienen la información suficiente sobre sus derechos en el lugar de trabajo. Desgraciadamente, sus problemas son ahora más acuciantes que nunca. Hay músicos conocidos por todos que no pueden pagar sus casas, o que caen enfermos sin red de seguridad”, prosigue el texto, que señala directamente a los dueños de los clubes como los causantes de su situación, a los que acusa de perseguir “nada más que ganancias, sin ninguna responsabilidad”, y a cuyo compromiso moral apelan en su manifiesto. Entre los próximos planes del sindicato se encuentra expandir sus manifestaciones más allá de los clubes de jazz y seguir con sus actividades hasta que consigan sus objetivos, por ahora, inalcanzables.
Los viejos jazzmen de la mítica escena de Nueva York se encuentran en pie de guerra. Cansados de no recibir ninguna pensión ni protección social, al contrario que ocurre con otras figuras del espectáculo, llevan varios años intentando que los clubes donde actuaron toda su vida, y que se siguen beneficiando de la imagen y la música de los intérpretes, contribuyan a sus pensiones ahora que no pueden actuar. Entre ellos se encuentran el contrabajista Ron Carter, el saxofonista Joe Lovano, la cantante Janet Lawson, el historiador del jazz Nat Hentoff y una larga lista de hasta 8.000 músicos que reclaman sus derechos. Acusan a los clubes de no colaborar con el sindicato, y de recibir compensaciones mucho más bajas por sus servicios. Algo que, por ejemplo, no ocurre en los espectáculos de Broadway, donde desde los sesenta existe un acuerdo a tal efecto. Desde hace cinco años, cada mes, los músicos salen a las calles para repartir panfletos y armar un poco de ruido. La última de estas manifestaciones se produjo el pasado 7 de agosto en el Dizzy’s Club Coca-Cola y el Iridium, acompañados por una banda de músicos de jazz, como suelen hacer normalmente.