Mi batalla contra la ELA
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Por si alguien se lo pregunta, así vota un tetrapléjico como yo
La última vez que voté, se me saltaron las lágrimas. De emoción y pena. En diciembre de 2015, daba por hecho que probablemente sería la última vez que lo haría
La última vez que voté, se me saltaron las lágrimas. De emoción y pena. En diciembre de 2015, daba por hecho que probablemente sería la última vez que lo haría. Estaba empadronado en Cádiz, pero me encontraba durante ese mes en Madrid, así que voté por correo. En la oficina próxima a Legazpi, hice el trámite mientras a mi lado un chaval, con su 'skate' apoyado en el mostrador, hacía una foto a la papeleta antes de introducirla en el sobre y automáticamente la compartía por WhatsApp con una inconfundible cara de alegría e ilusión. Por la edad que aparentaba, serían sus segundas elecciones como mucho. Al salir y sentarme en el coche, me sobrevino la congoja.
Los políticos y su falta de miras a largo plazo motivaron la repetición de los comicios. En el semestre que separó uno y otro domingo electoral, la enfermedad me puso contra las cuerdas. En junio, me estaba literalmente ahogando. Pero en la nebulosa y estado de embriaguez en que te sumerge la falta de oxígeno, yo, iluso, me creía capacitado para acudir al colegio y depositar mi voto. Sin embargo, aquel mismo 26-J, me acabó recogiendo una UVI móvil en mi casa y me salvaron la vida en el hospital de Cádiz con una traqueostomía de urgencia.
La siguiente ocasión donde estaba llamado a las urnas no llegó hasta el pasado diciembre, en las elecciones andaluzas. Yo llevaba más de dos años totalmente dependiente, encamado la mayor parte del día. Hice varias búsquedas para saber cómo podía ejercer mi derecho a pesar de mi estado. He de denunciar que me fue imposible encontrar un portal con información clara, sencilla y oficial, y eso que yo, por profesión, estoy acostumbrado a buscar cualquier tipo de dato o texto. Entre eso, la cantidad de confusión de distintos testimonios y que se me echó el tiempo encima, acabé, en contra de mi deseo, formando parte de la amplia abstención, esa que amplificó los resultados de Vox.
Me fue imposible encontrar un portal con información oficial, y eso que yo estoy acostumbrado a buscar cualquier tipo de dato
Me dije que para el 28-A no me podía pasar lo mismo. Me contó una fuente muy fiable que vio una vez cómo gente de la mesa electoral en un pueblo de la provincia se desplazó durante la misma jornada electoral hasta la casa de una anciana encamada para recoger su voto. Y también nos enteramos de que la manera de proceder en un caso como el mío se inicia acudiendo a la junta electoral de zona para exponer el caso. Así lo hicieron mis familiares, explicaron la posibilidad que nos contaron de la anciana, pero el juez, sorprendido, nos informó de que eso es totalmente irregular y que lo único que contempla la ley es que, mediante un poder notarial, alguien haga en mi nombre los trámites en Correos para enviar mi voto por correo.
Esta información es la que debería estar mucho más accesible en los canales oficiales y campañas de publicidad. Me ha hecho pensar en que puede haber más gente impedida que no encuentre la manera de votar y que, si fuera todo más fácil, votaría seguro. Porque también es clave tener personas cercanas que te ayuden: hemos tenido que comprar el documento oficial donde se debe escribir el certificado médico, coger cita con el médico, llevarle el documento para que lo rellene y firme, llamar a una notaría para cuadrar una fecha concreta para que el notario se desplace a mi domicilio y, como yo no puedo firmar el poder físicamente, han de estar presentes dos personas que me conozcan pero no sean familia, para evitar fraude y ampliar la garantía. Después de todo eso, se concede un poder puntual para estos comicios exclusivamente. Para los de mayo, tenemos que repetir todo el proceso desde el principio.
Los servicios del notario no tienen coste para el interesado, así lo estipula la ley para respetar la gratuidad del voto, pero esto no se cumple del todo, puesto que el citado documento para el certificado médico cuesta cuatro euros. Las mencionadas limitaciones en el acceso a la información y la necesidad de un entorno que te ayude tampoco permiten que, en un caso como el mío, se cumpla un correcto acceso a este derecho universal. Y, por último, otra de las garantías del sufragio, la condición de secreto, también es difícil cumplirlo en una discapacidad física severa. Al final, alguien debe meter la papeleta que yo le indique en el sobre.
Todo sería más fácil si estuviera previsto que un funcionario judicial se desplazara al domicilio e hiciera el trámite
El propio juez responsable de mi zona electoral, que me conocía por los medios y se mostró encantado de ayudarme, opinaba que todo sería más fácil si estuviera previsto que un funcionario judicial se desplazara al domicilio e hiciera el trámite. Incluso la misma jornada electoral, llevando el voto hasta la urna. Y creando un protocolo que facilite el cumplimiento de todas las garantías, añado yo aquí. No creo que sea muy complicado añadir en la información censal si un ciudadano necesita asistencia para el voto, y que la Administración sea quien actúe de oficio en cada proceso electoral. Pero, bueno, actualmente he de votar como he explicado en este artículo.
Y me sigue despertando las mismas sensaciones de responsabilidad social e ilusión personal que siempre. La misma emoción de día importante que cuando de niño los cuatro hermanos acompañábamos a la hora del aperitivo a mis padres al colegio Alcalde de Móstoles, cerca de Cuatro Vientos, o cuando me estrené en el instituto Gran Capitán, frente al Vicente Calderón. Ahora, votaré desde mi habitación con antelación, estando a dos calles de mi actual colegio electoral en El Puerto de Santa María. Lo único importante para mí es eso, que el 28 de abril de 2019 voto.
PD: en el anterior artículo denuncié la lentitud en los trámites de la Ley de Dependencia. Informo que con fecha de 28 de febrero de 2019 me llegó al fin el primer pago, de 300 y pico euros mensuales. El proceso se inició en noviembre de 2016 y, por supuesto, no hay retroactividad. Según las estadísticas medias, la ELA ya debería haberme vencido. Es todo tan ineficaz y absurdo que prefiero no darle más vueltas.
La última vez que voté, se me saltaron las lágrimas. De emoción y pena. En diciembre de 2015, daba por hecho que probablemente sería la última vez que lo haría. Estaba empadronado en Cádiz, pero me encontraba durante ese mes en Madrid, así que voté por correo. En la oficina próxima a Legazpi, hice el trámite mientras a mi lado un chaval, con su 'skate' apoyado en el mostrador, hacía una foto a la papeleta antes de introducirla en el sobre y automáticamente la compartía por WhatsApp con una inconfundible cara de alegría e ilusión. Por la edad que aparentaba, serían sus segundas elecciones como mucho. Al salir y sentarme en el coche, me sobrevino la congoja.
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