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Pedir un cubata por Amazon o por qué pagas para que alguien viva aún peor que tú
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Héctor G. Barnés

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Pedir un cubata por Amazon o por qué pagas para que alguien viva aún peor que tú

La industria más boyante en el siglo XXI es la que nos ayuda a encasquetar nuestros marrones a otros, que cobrarán poco por aquello que haríamos si tuviésemos tiempo libre

Foto: Un ejército de peones atendiendo los caprichos de los esclavos de la oficina. (Reuters/Yves Herman)
Un ejército de peones atendiendo los caprichos de los esclavos de la oficina. (Reuters/Yves Herman)

Ha ocurrido varias veces esta semana. Mientras espero a que llegue el tren para volver a casa, mi mirada se cruza con la de un repartidor de Deliveroo que, apoyado en su bici, hace lo mismo. La 'matrioska' de la 'gig economy': un hombre en bici en tren. A medida que la situación se repetía un día tras otro, comencé a fantasear. ¿Y si se bajase en la misma parada que yo? ¿Y si siguiésemos andando, hombro con hombro pero sin dirigirnos la palabra, hasta mi portal? ¿Y si en ese momento, me preguntase mi nombre, y me diese un 'tupper' con la cena que pedí antes de salir de la oficina? ¿Y si los repartidores son nuestras mal pagadas sombras que hacen todo aquello que podríamos hacer, pero no nos apetece?

Visto desde el cielo, Madrid debe parecerse a una mesa de billar después de un golpe de apertura, con millones de individuos rebotando de un punto a otro de la ciudad y chocándose ocasionalmente antes de cambiar de dirección. Por mucho que vivamos en una sociedad "virtual", necesitamos consumir alimentos físicos, aplicar sobre nuestro cuerpo productos de higiene o, por qué no, deleitarnos con productos inútiles que suavicen nuestro tedio diario. Puede ocurrir que alguien (¡yo mismo!) pase dos horas diarias desplazándose a su puesto de trabajo y, para compensar, recurra al comercio 'online' o a la comida a domicilio para intentar recuperar aquello que la rutina diaria le ha robado.

Debemos trabajar más para ganar dinero que nos permita pagar servicios que nos ayuden a ahorrar el tiempo que no tenemos porque estamos trabajando

Lo admito, yo también me he sorprendido haciéndolo. Si puedo pedir pasta de dientes y pilas a Amazon, ¿para qué voy a ir a comprar cuando salga del trabajo, si a lo mejor no llego y me va a salir más caro? Uf, qué tarde se ha hecho. Voy a pedir algo al bar de abajo… ¿Y si llamo para que me lo suban ellos mismos y así me ahorro el vestirme, bajar y esperar? Así, además, me da tiempo a ver un capitulito de la serie de Netflix de turno que olvidaré dentro de un par de días. Amazon es una empresa de comercio 'online', Just Eat o Deliveroo, plataformas de reparto de comida y Thermomix o Roomba fabricantes de artilugios para el hogar, pero todos ellos tienen algo en común: son parte de la gigantesca industria del (falso) tiempo libre.

placeholder Ahora que tenemos tiempo libre, podemos dedicarlo a observar los hipnóticos movimientos de esta maravilla del desarrollo técnico. (iStock)
Ahora que tenemos tiempo libre, podemos dedicarlo a observar los hipnóticos movimientos de esta maravilla del desarrollo técnico. (iStock)

O, como me gusta llamarla, la industria de la subcontratación de tus marrones. ¿En qué consiste exactamente? Básicamente, en apelar a la ansiedad del ciudadano moderno, que siente que no tiene tiempo para nada, ofreciéndole toda clase de atajos para poder dedicarse a, ejem, lo que quiera. A ello hay que añadir una placentera sensación de control. En Glovo o en Cabify, uno puede observar en un mapa de la ciudad cómo el repartidor o conductor geolocalizado se aproxima a nuestra casa. En un mundo en el que todo parece arbitrario y en el que acostumbramos a obedecer, es reconfortante saber que nosotros también podemos mandar. Nos lo hemos ganado con nuestro esfuerzo a lo largo de la semana. Nosotros también merecemos que nos cuiden.

La carrera de las ratas

No sé el lector, pero yo estoy plenamente convencido de que todas estas facilidades en realidad no han hecho mi vida más sencilla, ni me han dado más tiempo libre, ni me han hecho más feliz. El espejismo de control dura aproximadamente lo mismo que el subidón de salir con las bolsas llenas durante las rebajas. Es la falsa profecía de Keynes de la que hablaba Andrew Smart: los adelantos tecnológicos no solo no nos han dado más tiempo libre, sino que han provocado el efecto contrario, que estemos perpetuamente ocupados. Entre otras cosas, porque el tiempo no se optimiza socialmente, sino individualmente, lo que genera un reparto asimétrico del trabajo que nadie quiere hacer pero que alguien debe llevar a cabo.

Cabe la posibilidad de que un repatidor, agotado, decida recurrir a uno de sus compañeros para que le traiga la comida a casa

De acuerdo, esto ha ocurrido desde el albor de la civilización. Siempre ha habido amos y siervos, que tenían que dedicarse a aquello que se percibía como desagradable o fatigoso, desde cocinar hasta cuidar a los niños pasando por hacer la compra. Sí, todo ese trabajo que suele recaer en las mujeres; a lo mejor el 'boom' de la industria se debe a todos esos hombres que nos creemos demasiado buenos para hacer esas labores. La diferencia es que este multimillonario negocio nos ayuda a externalizar en un caro aparato o el precario de turno esas labores. El nuevo lujo del mileurista es delegar el trabajo de casa en otro trabajador aún peor pagado. Puede darse el caso de que el repartidor extenuado recurra a los servicios de un compañero para hacer aquello que no le apetece hacer en su tiempo libre porque pasa 12 horas al día dedicado a ello.

Hace no tanto tiempo, no era tan raro que uno entregase parte de su tiempo a hacer la compra, cocinar, comprar regalos, realizar gestiones o, en definitiva, todas esas tareas que se entiende que eran parte de la vida cotidiana. Ahora uno puede pedir la comida al bar de abajo de casa por Just Eat, pedir que le traigan un medicamento a través de una aplicación como Glovo o evitar tener que tratar con dependientes pidiendo por Amazon. Quizá terminemos pidiendo un cubata por internet, con sus cubitos, su whisky y su vaso de plástico hecho a medida (bueno, ¡ya existen servicios de botellón a domicilio!). Este hipotético ahorro de tiempo que ha transferido parte de nuestra vida privada a otras manos nos permite dedicarnos a nuevas actividades. Por ejemplo, trabajar.

placeholder El sol no se pone a la misma hora para todos. (Reuters/Radu Sigheti)
El sol no se pone a la misma hora para todos. (Reuters/Radu Sigheti)

La aceleración de la vida ha terminado provocando una situación paradójica en la cual debemos trabajar más para ganar más dinero que nos permita pagar más servicios que nos ayuden a ahorrar el tiempo que no tenemos porque estamos trabajando mucho. Es una lógica de crecimiento perpetuo que genera una polarización aún mayor, alumbrando al hombre más rico del mundo, un vampiro que no produce nada, y un ejército de neoprecarios que deambulan por la ciudad atendiendo los pequeños caprichos de la población. Se parece un poco al vasallaje, pero con la diferencia de que ahora todos podemos convertirnos al mismo tiempo en patrón y esclavo. Galeote en el barco de la productividad por el día, señor feudal durante la noche. Peones en perpetuo movimiento y oficinistas atados a la pata de la mesa. ¡Democratización!

La guerra por el tiempo

Hace unos años se estrenó 'In Time', una mediocre película de ciencia ficción dirigida por Andrew Niccol que partía de una atractiva premisa: el hallazgo de una fórmula contra el envejecimiento había provocado que el tiempo se convirtiese en la principal moneda de cambio. El resultado era obvio. Los ricos vivían eternamente y los pobres morían pronto tras una vida de peleas por arañar unos segundos al reloj. Pero no hay nada distópico en esa premisa, porque ya vivimos en una sociedad así. ¿No es acaso el trabajo una cesión de nuestro tiempo a cambio de una remuneración? A partir de que cierto nivel de bienestar material esté garantizado, el tiempo se convierte en el recurso más valioso.

La gran promesa que ofrecen estos servicios es que volveremos a ser dueños de tiempo a cambio de una cantidad de dinero asequible para cualquiera

"El tiempo es dinero", que decía Benjamin Franklin. ¿O no? Podríamos pensar que todo nuestro esfuerzo laboral tiene como objetivo, en última instancia, tener tiempo libre y que este sea de la máxima calidad. Disfrutar de una parte de nuestra vida, aunque sea breve, en la que nosotros seamos los que damos las órdenes. Es lo que ocurre con las vacaciones, por las que estamos dispuestos a pasar meses sufriendo si eso nos permite poder pasar dos semanas en el otro extremo del planeta tostándonos al sol neocolonizando lo exótico. Sin embargo, siguiendo la máxima de Franklin, es probable que en el fondo tan solo queramos más tiempo libre para prosperar y ascender con el objetivo de multiplicar nuestra libertad en un cuento de la lechera que nunca se consuma.

Esto lo saben bien las personas que ocupan puestos de responsabilidad, esos "ricos en dinero, pobres en tiempo". Raramente nadie alcanza la zanahoria que es esa vida ociosa infinita, por lo que es preferible ir salvando pequeñas metas a base de que otros se encarguen de aquello que nos molesta. El resultado es una de las grandes industrias de la era moderna. Comprar sin moverte del puesto de trabajo, mandar a otros a hacer recados, dejar que una tostadora con pinta de haber salido de 'Star Wars' te limpie la casa, tener una legión de subordinados a un toque en la pantalla del móvil. La gran promesa que ofrecen estos servicios es que volveremos, por fin, a ser dueños de nuestro tiempo a cambio de una cantidad de dinero asequible para cualquier bolsillo. Os dejo, que acaban de llegar las pizzas que he pedido para que me diese tiempo a terminar esta columna.

Ha ocurrido varias veces esta semana. Mientras espero a que llegue el tren para volver a casa, mi mirada se cruza con la de un repartidor de Deliveroo que, apoyado en su bici, hace lo mismo. La 'matrioska' de la 'gig economy': un hombre en bici en tren. A medida que la situación se repetía un día tras otro, comencé a fantasear. ¿Y si se bajase en la misma parada que yo? ¿Y si siguiésemos andando, hombro con hombro pero sin dirigirnos la palabra, hasta mi portal? ¿Y si en ese momento, me preguntase mi nombre, y me diese un 'tupper' con la cena que pedí antes de salir de la oficina? ¿Y si los repartidores son nuestras mal pagadas sombras que hacen todo aquello que podríamos hacer, pero no nos apetece?

Comida a domicilio Trabajo Deliveroo