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Qué se esconde detrás del precio de los pisos: el amor en España será eterno
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Héctor G. Barnés

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Qué se esconde detrás del precio de los pisos: el amor en España será eterno

Nos gustaría vivir solos, ser independientes y acumular los platos en el fregadero si nos apetece, pero la realidad manda: dividir nuestros gastos sigue siendo la opción más viable

Foto: Con lo que ahorras, te da para un perro y la suscripción de Netflix. (iStock)
Con lo que ahorras, te da para un perro y la suscripción de Netflix. (iStock)

"¿Sabes? Mengano y Zutana se han separado. Están buscando piso, así que si te enteras de algo, dímelo porque ya no saben dónde mirar". He perdido la cuenta del número de veces que he escuchado esta frase últimamente, en toda clase de contextos. Cenas entre vinos, comidas de trabajo entre 'tuppers', bodas, bautizos o comuniones, siempre hay alguien separándose de su pareja y engrosando las filas de esa horda de personas desesperadas que tienen los dedos quemados de hacer scroll en la app inmobiliaria del móvil y que dedican media jornada laboral a hacer cola a la puerta de pisos en alquiler, cruzando los dedos para que detrás de la puerta no haya otro agujero infecto a precio de Taj Mahal.

El proceso que experimentan estas personas suele ser el siguiente: contentos por su nueva libertad, comienzan a fantasear con una agitada vida social de desparrame en el centro de su ciudad, apuntan a lo alto (¡ese ático de 100 metros en la Castellana!) hasta que se dan de bruces con la triste realidad ("son 1.000 euros por 40 metros... sin amueblar") y al final terminan en un apartamento de una ciudad dormitorio "porque aquí la vida es más tranquila". La rebaja de las expectativas y la reescritura del propio discurso para contentarse con lo que hay son lo mejor que te puede pasar al comprobar que debido a la subida de los precios, esa mansión de tres pisos en la Gran Vía con un pasadizo secreto conectado al club de moda está fuera de tu alcance.

Cuando se supone que uno ha encarrilado su vida, verse obligado a compartir piso o volver a casa de los padres es un signo evidente del fracaso vital

Siempre puede ocurrir algo peor: que, simple y llanamente, no puedas permitirte pagar nada. "Uno solo no puede pagarse un piso", concluía hace poco una conocida después de contarnos que un miembro de su familia, de unos 40 y tantos años, se había separado. "Es que no hay nada". A los 20 años, pretender vivir solo quizá sea un caro lujo que pocos se pueden permitir, y se entiende que compartir es una buena opción (además, el botellón en casa con los 'compis' a esa edad aún no ha perdido la gracia). Décadas después, cuando se supone que uno ya ha encarrilado su vida, verse obligado a encontrar con quien costear el piso a medias o incluso volver a casa con los padres es un signo demasiado evidente del propio fracaso vital. Sal en la herida de las decepciones de la madurez.

placeholder No hay fotos de pisos pequeños en las agencias de fotografías de stock, así que habrá que echarle imaginación. (iStock)
No hay fotos de pisos pequeños en las agencias de fotografías de stock, así que habrá que echarle imaginación. (iStock)

Propongamos una irónica tesis. ¿Y si la burbuja de los precios no fuese más que un romántico intento por parte de inmobiliarias y propietarios para contribuir a que el amor, en nuestro país, sea eterno, un plan oculto para reconciliar a parejas mal avenidas? ¿No deberíamos darles las gracias por haber puesto freno al número de separaciones en nuestro país? Todos conocemos a esa raza de parejas que visiblemente se detestan pero que, por alguna desconocida razón, siguen juntas a lo largo de los años. Sin querer teorizar con la vida de los demás, uno no se sorprende cuando descubre que esa razón suele ser una hipoteca común o una situación económica que haría muy difícil que uno de los dos cogiese las maletas y se marchase.

Dos son mejor que uno (para pagar el alquiler)

Porque esa es otra: vivir solo es (económicamente) caro. No es lo mismo pagar un piso a medias que tú solo, obviamente, mucho menos si empezamos a añadir facturas de la luz, el agua, internet o Movistar+, que tan útil resulta a la hora de reconciliar a parejas al calor del sofá y la enésima temporada de 'The Walking Dead'. Ante esa disyuntiva, el dos parece ser un número más o menos ideal una vez se ha dejado la adolescencia atrás y eso de compartir piso, por mucho que lo llamen 'coliving' o 'tiny houses', no nos llama demasiado. Así pues, vivir en pareja parece lo más apañado. Pagas la mitad, compartes costes, te repartes marrones y tareas más o menos democráticamente y, ya de paso, convives con una persona a la que se supone que quieres.

La vida en pareja, una vez renegociadas las reglas del contrato, vuelve a convertirse en una solución de compromiso en tiempos de zozobra económica

Suena poco romántico, pero al contrario de lo que cantaba Frank Sinatra, el amor y el matrimonio no siempre van de la mano. Este último siempre ha desempeñado una finalidad más o menos práctica, ya fuese unir linajes con intereses estratégicos o llegar a pactos implícitos de reparto de tareas ("tú te quedas en casa con los niños, yo traigo el pan al hogar"). Podría parecer que en esta nueva era de la igualdad en la que nos estamos sacudiendo el peso del pasado y todos somos individuos libres, la vida en pareja sería un reducto del pasado… Y, sin embargo, una vez renegociadas las reglas del contrato, vuelve a convertirse en una solución de compromiso en tiempos de incertidumbre económica. Lo material siempre rebaja lo ideal.

Chanzas aparte, la dificultad para encontrar un piso para uno solo, por pequeño que sea, puede deparar problemas que raramente son visibles. Por una parte, el golpe en la autoestima que supone vernos dar un paso atrás a esa postadolescencia en la que teníamos que entendernos con desconocidos o pedirle un techo a papá y mamá porque carecíamos de independencia económica. Y, por otra, aún peor, es que si la vida en pareja se convierte en un pacto económico tácito, también puede terminar convirtiéndose en una peligrosa trampa. Un callejón sin salida para víctimas de violencia de género o relaciones tóxicas, que encuentran que la salida a su situación es económicamente inviable. Hasta que la muerte nos separe… o hasta que terminemos de pagar la hipoteca.

"¿Sabes? Mengano y Zutana se han separado. Están buscando piso, así que si te enteras de algo, dímelo porque ya no saben dónde mirar". He perdido la cuenta del número de veces que he escuchado esta frase últimamente, en toda clase de contextos. Cenas entre vinos, comidas de trabajo entre 'tuppers', bodas, bautizos o comuniones, siempre hay alguien separándose de su pareja y engrosando las filas de esa horda de personas desesperadas que tienen los dedos quemados de hacer scroll en la app inmobiliaria del móvil y que dedican media jornada laboral a hacer cola a la puerta de pisos en alquiler, cruzando los dedos para que detrás de la puerta no haya otro agujero infecto a precio de Taj Mahal.

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