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La venganza violenta de los 'machinazis': algo muy peligroso se avecina
Los autores de varios atentados llevados a cabo durante los últimos años han sido hombres vengativos que odian a las mujeres y consideran que la sociedad les ha humillado
En esta semana de ruido y furia, en la que la sentencia del juicio de La Manada ha reabierto el debate sobre la tolerancia a la violencia de género, un detalle que ha pasado casi desapercibido me ha causado particular inquietud. Como contamos, el sospechoso del atentado de Toronto se había definido como 'incel', es decir, "célibe involuntario". No es una mera descripción irónica, sino que de esa forma mostraba su adhesión a una subcultura de tintes machistas y violentos surgida en la red. Si tanto me impactó fue porque apenas unas semanas antes había escrito un artículo sobre ellos. Una modesta investigación que, como dije en su día, me había revuelto el estómago. El miércoles, cuando leí la palabra 'incel' relacionada con el atentado, sentí un extraño vértigo, como si de repente una pesadilla se hubiese convertido en realidad.
El atentado de Toronto, en el que murieron 10 personas y 15 resultaron heridas, no ha sido el primero —Elliot Rodgers, el "asesino virgen", y Chris Harper Mercer vinieron antes— y con total seguridad no será el último, sin que podamos prever ni cuándo ni dónde será el siguiente: es una amenaza potencialmente global. No hay más que darse una vuelta por los foros donde se reúnen para comprobar que, bajo su autorridiculización late un preocupante odio hacia las mujeres (esas "feminazis"), hacia los demás, hacia sí mismos. Podría parecer que simplemente son lobos solitarios en busca de una excusa, si no fuese porque su mentalidad es compartida por miles de personas; y cada vez son más, y más jóvenes.
Quizá nos cueste entenderlo como terrorismo ya que su base no es la lucha religiosa o política, pero no se trata de hechos aislados ni de un juego
Si existe el terrorismo machista, esta es desde luego su máxima expresión, pues la justificación de sus crímenes se encuentra en el supuesto rechazo que han recibido por parte de las mujeres. Alek Minassian, el asesino de Toronto, no hizo distinción de sexo, pues todos somos parte de una conspiración para humillar a pobrecitos varones como él, hundidos en la jerarquía sexual-social. En el día de la "revolución" contra ese mundo que les ha dejado de lado se tomarán la justicia por su mano: la razón está de su lado, como suelen pensar todos los fanáticos. Quizá nos cueste clasificarlo como terrorismo ya que su base no es la lucha religiosa o política, pero no se trata de hechos aislados. El odio y la violencia son reales, por mucho que perpetrar un atentado porque las mujeres no te hacen caso suene ridículo. Lo es, y se alimentan de ello.
A principios de mayo, Orciny Press publicará en España el imprescindible 'Muerte a los normies' de Angela Nagle, uno de los libros que quizá ha analizado con más detalle este fenómeno ligado íntimamente con el ascenso de la 'alt-right' y otras subculturas de la red. Según la autora, bajo la retórica irónica de estos mensajes, late la fascinación por una jerarquía social en la que los fuertes se aprovechan de los débiles. La vieja retórica nazi con una diferencia sustancial: en este caso, los débiles son ellos. Así que se regodean en el victimismo y la autocompasión como cerdos en la piara mientras se meten con los machos alfa, los guapos de la clase que se llevan a esas "zorras de primera" que les han arrebatado su derecho al sexo.
El mundo perdido
Era una noche de verano y estábamos tomando algo en una terraza cuando asistimos a una peculiar escena. Una pareja de amigas caminaba por una céntrica calle madrileña cuando dos chavales las detuvieron y empezaron a hablar efusivamente con ellas. Como no podíamos escuchar la conversación, interpretamos la charla a través de sus gestos. Son relaciones públicas de un garito pasados de rosca, pensamos, o quizá unos pesados que habían conocido la noche anterior. Tan solo después de que se separasen pudimos oírlos: "No, tío, lo has hecho mal, el libro dice que tienes que insistir más, es que así nunca vamos a conseguir nada..." Mi cabeza hizo clic y recordé esos manuales de ligoteo que habían adquirido categoría legendaria entre mis colegas unos años antes. Ese par de protoacosadores simplemente los estaban poniendo en práctica.
A los 15 puede ser psicológicamente reconfortante pensar que la culpa de todo lo malo que te pasa es de los demás. Distinto es que lo piense un adulto
Hay una relación directa entre esa industria del ligoteo y el antifeminismo 'incel', recuerda Nagle, en la cual ligar (o, mejor dicho, no hacerlo) se convierte en una obsesión, puesto que es el criterio que coloca a cada hombre en su lugar de la jerarquía social. "Estos chicos frustrados primero se ven expuestos al pensamiento darwinista social sobre cómo atraer a una pareja en nombre del 'método' y, cuando este no funciona, a la retórica misógina que los advierte de la naturaleza narcisista de las mujeres", explica la autora. Es una mentalidad que se encuentra detrás de determinados crímenes sexuales que se amparan en que la víctima "lo estaba deseando".
Muchos hemos sentido esa impotencia: a los 15, cuando percibes que las chicas no te hacen caso, es psicológicamente reconfortante pensar que la culpa de que tú, el pobre chaval bueno, se esté quedando solo, es de las mujeres. Entonces, tarde o temprano, uno se daba cuenta de su equivocación, a medida que maduraba. Ahora, ese fuego de la masculinidad herida es rociada con la peligrosa gasolina que es que miles de paranoicos (adultos) se den la razón unos a otros. Como añade Nagle, "a menudo se declaran como 'tíos majos' cuya opinión sobre las mujeres sugiere que la conciencia que tienen de sí mismos quizá carezca un poco de autocrítica sincera".
La nueva y peligrosa masculinidad que emerge en estos rincones de la red, despreciados como una tontería minoritaria —hasta que un acto violento nos congela la sonrisa— es la elevación a la enésima potencia de los aspectos más peligrosos de la adolescencia, esos que la socialización debería pulir poco a poco, y que muestran que el machismo, lejos de irse, vuelve con más fuerza en su variante posmoderna. Es posible que tenga razón el interesante apunte de la periodista Roisin Kiberd en 'Vice': que lo que estos grupos tienen en común es "el miedo al futuro, a una vida en la que estarán siempre solos". Los 'incel', como otros tantos movimientos, ofrecen refugio y consuelo ante las incertidumbres del mundo real y, más importante aún, una identidad y un objetivo vital.
Negle intenta buscar una explicación (no una justificación) a la filosofía 'incel': "Los patrones sexuales que han aparecido como resultado del declive de la monogamia han dado lugar a un mayor nivel de elección sexual para una élite de hombres y a un celibato creciente entre una gran población masculina que se sitúa en la parte baja del orden piramidal. La rabia y ansiedad por tener un estatus tan bajo es precisamente lo que ha producido esa retórica extremista que trata de imponer una jerarquía en cuanto a las relaciones con mujeres y personas no blancas. El dolor ante el implacable rechazo se ha ido enconando en esos foros, donde han encontrado un entorno que les ha permitido sentirse los amos de las crueles jerarquías naturales que les han producido tanta humillación". Es la vieja compensación psicológica, ahora compartida en millones de mensajes.
La propaganda política, que se alimenta de rabia y ansiedad, tiene un buen mar donde pescar a través de su promesa del retorno a una arcadia perdida —que nunca existió— en la que los pobres chicos blancos recuperen sus privilegios perdidos. No se puede despachar simplemente como una tontería de internet, puesto que internet ya es la sociedad y, como advierte Nagle, gran parte de estas ideas —victimismo, racismo, antifeminismo— han terminado siendo moneda de cambio político. Es la punta del iceberg de una subcorriente que gana fuerza en una época necesitada de catarsis. Mientras tanto, en España, un usuario llamado 'Incel' publica en Forocoches un mensaje en el que lamenta que "es increíble cómo algunos hemos sido marginados por la sociedad". ¿Las respuestas? "Deja de intentar dar pena y ponte a luchar"; "¿No será que te marginas y le echas la culpa a los demás?"; "Lo que eres es un puto quejica"; o "Si eres de mi city, quedamos a tomar unas cervezas".
En esta semana de ruido y furia, en la que la sentencia del juicio de La Manada ha reabierto el debate sobre la tolerancia a la violencia de género, un detalle que ha pasado casi desapercibido me ha causado particular inquietud. Como contamos, el sospechoso del atentado de Toronto se había definido como 'incel', es decir, "célibe involuntario". No es una mera descripción irónica, sino que de esa forma mostraba su adhesión a una subcultura de tintes machistas y violentos surgida en la red. Si tanto me impactó fue porque apenas unas semanas antes había escrito un artículo sobre ellos. Una modesta investigación que, como dije en su día, me había revuelto el estómago. El miércoles, cuando leí la palabra 'incel' relacionada con el atentado, sentí un extraño vértigo, como si de repente una pesadilla se hubiese convertido en realidad.