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Diez cosas que aprendí de Rafael Chirbes
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Diez cosas que aprendí de Rafael Chirbes

El autor valenciano es el forense de la Transición española, que remata con la crisis financiera

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Conocí a Rafael Chirbes gracias a Constantino Bértolo. Le daba vueltas al canibalismo entre generaciones y me dio a leer La buena letra. Todavía hoy me sigue pareciendo su mayor hito. Años más tarde pude conocerle en el Festival Eñe. Quedamos a comer antes de pasar al escenario del Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde debía asaetear a preguntas al sabio huraño. La buena letra se funda en la traición de su generación con la anterior, sin concesiones. “Más vale reconcomido, que arrastrado”, dijo. Reconcomido, arrastrado.

Contracorriente, siempre

Correr contra la opinión general puede ser una opción tan decorativa como hacerlo a favor. Le pregunté por el éxito. Me dijo: “Que un libro perdure cincuenta años es un éxito. Si en dos años no se vende es un fracaso”. El triunfo le traía al fresco. Nunca produjo por producir. Nueve novelas, cuatro ensayos en treinta años. “Es más fácil cuando navegas a favor de la corriente, a favor del poder”. Hablaba de novelas, pero también de periodismo. “La novela es una indagación. Cuando dices lo que quieren oír los lectores, el jurado o el poder, sientes que eres un farsante o que mientes”. Aquella noche trajo chaqueta marrón de punto y cremallera. Era la viva imagen del escritor obrero, el glamur se lo bebía.

Fuerte como el vinagre

Las entrevistas con los buenos escritores siempre pasaban por su apellido. Unanimidad. “Tenemos un escritor que no desmerece a los grandes escritores del siglo, con un proyecto estético y ético de primer orden”. La mayoría apuntaba a la resignación por haber tenido que esperar a los sesenta años para lograr el reconocimiento gracias a una serie de televisión inspirada en Crematorio. Ética y estética. Chirbes tenía maneras de naranja con fondo de limón. Ácido con esta moral nuestra, pero rechazando altares. “Prefiero no defender grandes palabras, prefiero ayudar. No hacer grandes revoluciones, pero echar una mano sí podemos”.

No hagas rehenes

Me dijo que valoraba cada vez más el trabajo, porque cuando uno pierde el respeto a su trabajo se lo pierde a sí mismo. “Y entonces el patrón acaba por perder el respeto al trabajador”. Defendía el trabajo bien hecho y “la solidaridad”. Pero no le escuché hablar nunca de pactar con el poder, de jugar al reconocimiento a cambio de nada. En La caída de Madrid (2000) define la Transición como la traición. “No fue un pacto, sino la aplicación de una nueva estrategia en esa guerra de dominio de los menos sobre los más, y donde si hubo poca crueldad fue porque, por entonces, los menos eran fuertes y débiles los más”, escribió en El novelista perplejo (2002). El buen trabajo nunca pacta con el poder he querido entenderle.

Todo es Historia

Creía, como Balzac, que la novela es la vida privada de las naciones y que ésta lo que hace es “sacar unas gotitas del elixir de esa realidad”. El escritor es hijo de su tiempo y su contexto, porque el alma “es el alma del tiempo en el que vivo”. No sabía escribir cosas fantásticas “y además no me interesan”, soltaba con ese tono piadoso de los antipáticos. Limón dulce. “Cualquier libro que no te ayuda a conocer la realidad es inútil”. La estética ilumina, pero no es el fin. “Yo camino a oscuras y a tientas”. Aquel día me dijo también que no existe la novela sin contexto, porque todo es Historia. Nosotros somos historia. Por eso odiaba a Henry Miller, porque iba “de chulo”.

Ponle atención, dale intención

Afortunadamente, llevaba lápiz y cuaderno. “Para ser novelista hace falta tan sólo tener antenas y leer mucho. No necesitas ser muy inteligente para escribir una”. No podías apuntar delante de él porque eso le hacías avergonzarse de sus palabras al convertirlas en dogma. Nada de lo que narra le es ajeno y aunque trataba de camuflarlo siempre dejaba escapar sus preferencias. Las críticas siempre le han mordido en el mismo sitio: su tendenciosidad, parece que en el mundo Chirbes no hay débiles maleantes y el poder es la fuente de la barbarie.

Nunca buena letra

“La buena letra es el disfraz de las mentiras”. Y el disfraz es la ironía, la complacencia, el compadreo, el clientelismo, el futuro, la proyección, el reconocimiento, los brindis, los rehenes, las deudas, el cinismo, la inocencia, la codicia, el narcisismo, el alivio, el consenso, la fiesta, la melancolía, los impermeables, las pataletas, la cursilería, la cultura. La buena letra lava la mala conciencia del estómago agradecido.

La verdad, de verdad

Para enseñar a tomar papillas hay que darle unos cachetes al niño, sólo así dejará la teta, explicaba su relación con el lector. Vamos, sin sufrimiento no hay aprendizaje. Prefería a un lector que busca en la novela enfrentarse a sus conflictos. Eso exige que el novelista sea de verdad, porque la verdad no la tiene. Por ejemplo, en Los viejos amigos (2003) se encara con la remota posibilidad de una revolución que cambie el curso de la historia: “Justicia, igualdad. Revolución es buscar tozudamente el sufrimiento que no se tiene”. “Con la revolución elegimos amar el pozo de las voluptuosidades tenebrosas”.

Resiste

Lo aprendió con Henry James. En Otra vuelta de tuerca. Ambos escritores tratan de responder al discurso dominante con cada novela. En La larga marcha (1996) muestra su capacidad para la esperanza y el desencanto, durante la posguerra y la resistencia antifranquista. Al final de la primera parte un perro recibe una dentellada de un mastín en el lomo cuando trata de comerse una gallina. El perro camina moribundo, sin desfallecer: “Tenía tanto miedo y dolor y hambre, que ya ni siquiera pensaba en comer. Caminaba con paso vacilante, pero uniforme”. La lucha de clases es vista como una lucha por la supervivencia, depredadores contra víctimas.

La palabra pesa

La palabra ejerce influencia en la formación del alma colectiva, decía. La palabra se ha hecho para fijar las cosas, para que dure. “Tu posición ante la vida es la que resulta de la novela”. Por eso el escritor no es inocente, tiene sus simpatías y sus antipatías. Lo reconocía en las novelas y fuera de ellas. “Para escribir un libro García Márquez tardó 10 años y entonces sacó Mis putas tristes… ¿No tenía dinero para pagar a un negro?”.

El don antipático

Pocas veces he encontrado a un escritor más generoso que Rafael Chirbes y preocupado por leer a las generaciones más jóvenes. Se protegía con una capa de aspereza muy frágil. Y se reía de su propia antipatía y de la falta de humor de sus novelas. Crematorio y En la orilla, “son dos bromas pesadas”. ¿Alguna esperanza? Claro, atención: “Hay que esperar que la derrota no se herede genéticamente y que cada generación tenga derecho a ser derrotada por sí misma. Seguir luchando por la justicia y saber que el mal siempre acabará triunfando”. Maldito aguafiestas, gracias.

Conocí a Rafael Chirbes gracias a Constantino Bértolo. Le daba vueltas al canibalismo entre generaciones y me dio a leer La buena letra. Todavía hoy me sigue pareciendo su mayor hito. Años más tarde pude conocerle en el Festival Eñe. Quedamos a comer antes de pasar al escenario del Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde debía asaetear a preguntas al sabio huraño. La buena letra se funda en la traición de su generación con la anterior, sin concesiones. “Más vale reconcomido, que arrastrado”, dijo. Reconcomido, arrastrado.

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