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El regreso del zapaterismo: Pedro Sánchez y la guerra cultural que viene
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Carlos Prieto

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El regreso del zapaterismo: Pedro Sánchez y la guerra cultural que viene

El nuevo Gobierno vende gestos, guiños y formas. A falta de margen presupuestario, vuelta a las batallas costumbristas que marcaron la era Zapatero: moral, costumbres y estilos de vida

Foto: Pedro Sánchez con ZP
Pedro Sánchez con ZP

Los enemigos del Gobierno “frankenstein” de Pedro Sánchez -de Albert Rivera a Rafa Nadal- vaticinan que durará poco, que no se puede gobernar con 85 diputados y que acabará autodestruyéndose por sus propias contradicciones. Hasta los simpatizantes socialistas reconocen que la nueva administración nace en unas condiciones precarias… Pero... ¿y si todos ellos están equivocados y estamos ante el Gobierno más sofisticado, acabado y perfeccionado de la democracia? ¿Y si se trata de la gran obra maestra del bipartidismo y no nos hemos enterado?

Al Gobierno Sánchez le toca asumir los presupuestos del PP, lo que limita mucho su capacidad de maniobra económica (por no hablar de las imposiciones financieras de la UE), pero dichas cortapisas tienen algo de metáfora genial de la política en España durante el turnismo: la derecha se hace cargo de la economía y la izquierda de la cultura (en su acepción más amplia: moral, costumbres, estilos de vida). La derecha (y Bruselas) deciden en qué se puede gastar y en qué no, y la izquierda se dedica a hacer todo tipo de aspavientos costumbristas. En ese sentido, ¿no es perfecta la administración Sánchez? Un sueño húmedo para todos aquellos que se consideran conservadores en lo económico y progresistas en lo social.

“Sánchez buscará el equilibrio de las cuentas con guiños a la izquierda”. Así titulaba 'El País' su crónica sobre las líneas maestras del nuevo Gobierno. En otro artículo se hablaba de “gestos” y “guiños” hacia Podemos y los partidos nacionalistas. Guiños y gestos a la izquierda, como si la izquierda -Podemos y compañía- fuera un perrillo al que se puede contentar tirándole un huesecillo (al fin y al cabo, Podemos votó la investidura de Sánchez a cambio de nada). Toby: tu merienda.

Resumiendo: presupuesto del PP, compromiso cerrado con los dictados de Bruselas y guiños a la izquierda. Es decir, el regreso del zapaterismo, de los grandes gestos culturales, de lo progre.

Uno de los grandes gestos de Sánchez ha sido la recuperación del Ministerio de Igualdad, ese hito cultural de Zapatero; gesto zapaterista que, por cierto, tuvo más simbolismo que recorrido: ZP cerró el ministerio a los dos años, pero eso ya no lo recuerda nadie, porque lo que queda es el gesto.

placeholder Pedro Sánchez promete su cargo ante el Rey (EFE)
Pedro Sánchez promete su cargo ante el Rey (EFE)

El Gobierno de Pedro Sánchez prometió ayer sus cargos. Así lo tituló ‘El Español’: “Primer gesto feminista en la promesa del cargo: ‘Consejo de Ministras y Ministros’.

Y es que, tras siete años de gobiernos de la derecha, hay hambre de gestos, independientemente de que estén vacíos o llenos: por primera vez en democracia, un presidente -Sánchez- prometió su cargo ante el Rey sin biblia y sin crucifijo, lo que la progresía interpretó en las redes como el primer gran gesto del Gobierno de los Gestos, salvo que Sánchez pudo hacerlo porque Felipe VI cambió el protocolo en 2014; hasta entonces, no se podía. Desde aquí damos las gracias al monarca por este bonito gesto que la parroquia del PSOE ha hecho suyo con gran algarabía.

“El nuevo Gobierno de Sánchez quiere marcar su impronta desde las formas”, resumió este periódico sobre la toma de posesión laica de Sánchez.

El Gobierno de los gestos, de los guiños y de las formas. Y del presupuesto del PP, lo que acota los límites de lo posible, y quizá obligue a que los gestos, los guiños y las formas sean más aparatosas que las de ZP. En otras palabras: vuelven las guerra culturales. Las batallas entre conservadores y progresistas en torno a los gustos, las costumbres y los estilos de vida que marcaron la era Zapatero.

placeholder La ceja de Zapatero (EFE)
La ceja de Zapatero (EFE)

El caso Zapatero

Sostiene Slavoj Zizek que “hacen falta dos para librar una guerra cultural”. Podría estar hablando perfectamente de la primera legislatura de Zapatero (2004/2008), popularmente conocida como la de la crispación; la del matrimonio homosexual, el aborto, el boom de 'Libertad Digital', la asignatura de educación para la ciudadanía, el Estatut, la memoria histórica, las conspiraciones disparatadas, las manifestaciones religiosas y la conversión de la derecha en movimiento social de protesta a golpe de escándalo moral. Las guerras culturales estadounidenses, o la batalla costumbrista como factor político decisivo en la vida de un país, habían llegado a España.

Si algo caracterizó a ZP fue su habilidad para atizar la batalla cultural a golpe de gestos simbólicos: del lenguaje inclusivo de la ministra Aido a una embarazada Chacón pasando revista a las tropas

En efecto, si algo caracterizó al zapaterismo fue la habilidad para atizar la batalla cultural a golpe de gestos simbólicos: del lenguaje inclusivo de la ministra de Igualdad Bibiana Aido a una embarazada Carme Chacón pasando revista a las tropas como ministra de Defensa.

Política de gestos que, por cierto, funcionó en las urnas. Atacado por tierra, mar y aire por la derecha, la izquierda ciudadana cerró filas en torno a ZP y volvió a llevarle a la Moncloa en 2008.

placeholder Meme sobre el regreso del zapaterismo
Meme sobre el regreso del zapaterismo

El PSOE suele obtener su mayor proporción de voto en el sector 3 y 4 de la escala ideológica (en la que 10 es la extrema derecha y 1 la extrema izquierda). En 1982 recibió el 68% de los votos de ese sector, porcentaje que caería hasta el 53% en 1996, primer triunfo de José María Aznar, y el 48% en 2000, segunda victoria del PP aznarista. Pues bien: ZP sacó el 66% en 2004 (tras el trauma del 11-M) y el 71% en 2008, más que Felipe González en su mejor momento. La guerra cultural -o la batalla planteada en términos de modernos contra retrógrados- le salió rentable a Zapatero, pese a las campañas en contra de la derecha (o quizá por ello).

Zapatero sacó adelante reformas de los derechos civiles que casi nadie osaría criticar hoy día: matrimonio homosexual, ley de plazos del aborto, agilización del divorcio, etc. El reverso oscuro es que la mayoría de sus medidas estrella tenían otra cosa en común: coste cero y mínima redistribución económica.

ZP prometió en campaña una medida redistributiva clásica: 300.000 plazas en guarderías públicas, pero se quedó muy lejos de cumplirla, y a cambio trajo un cheque bebé que cobrabas (lo mismo) fueras pobre o rico. ZP prometió una Ley de Dependencia que incluía la creación de una red pública de trabajadores sociales, pero que finalmente consistió en una ayuda económica para que las familias siguieran cuidando a sus dependientes (y donde decimos “las familias”, queremos decir las mujeres; eso sí, la creación de un Ministerio de Igualdad dio pátina feminista al zapaterismo).

La izquierda estaba tan entretenida jugando a la batalla cultural que quizá no se dio cuenta de que ZP no cumplió prácticamente ni una sola de sus promesas económicas durante la primera legislatura, y eso que su programa no era precisamente una oda a la redistribución, sino que se ajustaba a la moda socialdemócrata de entonces, la tercera vía blairista, un thatcherismo compasivo que podría resumirse así: progresistas en lo social, liberales en lo económico. A Zapatero se llenó la boca hablando de derechos civiles, pero se olvidó de los derechos laborales o del derecho a la vivienda.

Nada resume mejor la política económica de ZP que su inmortal frase: “Bajar impuestos es de izquierdas"

Repasemos alguna de las promesas económicas del primer ZP: 300.000 plazas de guardería en 6 años. No cumplió. Construcción de 180.000 viviendas protegidas anuales. No cumplió. 50% de estudiantes con beca en la enseñanza posobligatoria. No cumplió. Subida del 20% real de las becas universitarias. No cumplió. Tampoco hubo frenazo de la burbuja inmobiliaria, ni reforma fiscal, ni lucha efectiva contra el fraude fiscal. Al margen de las subidas del SMI (salario mínimo) y del IPC, la redistribución económica brilló por su ausencia. Y eso cuando la macroeconomía iba como un tiro.

Nada resume mejor la política económica de ZP que su inmortal frase: “Bajar impuestos es de izquierdas”.

Eso sí, lo que la batalla cultura unió, la crisis económica barrería en la segunda legislatura. El recortazo de ZP en 2010 -15.000 millones de euros en dos años- afectó a los ingresos de los funcionarios, a las pensiones, a la inversión pública, a la ayuda al desarrollo y a los pagos a la dependencia; además del aumento de la edad de la jubilación, y de los aumentos del cómputo para el cálculo de la pensión y del periodo de cotización necesaria. En total, las pensiones se redujeron un 15%. Con todo, la ola nostálgica de la era ZP es ya imparable. Pero si lo único que recuerda la izquierda del zapaterismo es a Chacón pasando revista, igual no es un problema de memoria selectiva, sino de alzheimer.

La crisis económica hizo que el eje saltara de lo cultural a lo económico, pero el tiro de gracia al PSOE como máquina de guerra cultural no llegó hasta unos meses después, con el 15-M (2011), que al meter al PP y al PSOE en el mismo saco hizo saltar por los aires dos décadas de polarización bipartidista basada más en lo cultural y lo costumbrista que en lo económico.

La izquierda estaba tan entretenida jugando a la batalla cultural que quizá no se dio cuenta de que ZP no cumplió prácticamente ni una sola de sus promesas económicas

Y es que, las guerras culturales llevaban tiempo funcionando en España. Lo cultural, la moral y las costumbres habían sido el gran factor diferenciador entre los dos grandes partidos del bipartidismo, el eje progres contra carcas, o cómo las diferencias culturales (sobreactuadas en muchas ocasiones) ayudaron a que las diferencias entre el PP y el PSOE parecieran más grandes de lo que igual eran (ambos partidos aceptan con más o menos matices las grandes líneas económicas impuestas por Bruselas).

La guerra de Podemos

Podemos apostó por dar la batalla costumbrista desde su primer día en el Congreso de los Diputados, con la esperanza quizá de desplazar al PSOE de su terreno natural. Se habló mucho sobre los gestos de Podemos en el arranque de su primera legislatura: del bebé de Carolina Bescansa, al beso en la boca de Iglesias y Domenech, pasando por el diputado con rastas. Guiños que marcaron la agenda política esos días. ¿Cuánto tenían de transformación social y cuánto de fuegos de artificio?

Buena parte de la prensa clamó entonces contra lo que calificó de “numerito” y de “puesta en escena”. Según defendió Errejón en un artículo en El País, las reacciones escandalizadas venían a demostrar que Podemos estaba ganando la batalla cultural. Batalla que estaban encantados de dar. “Los protocolos y los símbolos son importantes... Sobre ellos se libra una disputa por ponerle nombres a las cosas. Todo cambio político va acompañado, a menudo precedido, por una serie de cambios estéticos, discursivos y simbólicos que marcan un quiebre de época, que fundan otro horizonte. Los diputados del cambio (...) libraron el miércoles una batalla cultural y, a decir de la reacción del establishment, la ganaron (...) ya nadie duda de que, efectivamente, este es un Congreso distinto -más parecido a España- para una etapa diferente”, escribió Errejón.

Si de lo que se trataba era de volver al zapaterismo cultural, siempre es mejor el original (PSOE) que la copia (Podemos)

Cuando Celia Villalobos llamó “piojoso” al diputado con rastas, Podemos se apuntó un tanto a corto plazo: a un lado, los podemistas, que dejan que los chavales se vistan como quieran; al otro lado, los carcas. He aquí una lucha costumbrista que los conservadores tienen perdida de antemano. El problema es que se trata de una batallita -la del aspecto de nuestros representantes públicos- sin gran recorrido político. Ejemplo: la irrupción de Podemos puso de moda el aspecto político informal. Sus líderes no tenían pinta de políticos: vestían de sport y no llevaban corbata. Vestir parecido a la gente de la calle les situaba simbólicamente más cerca de la gente normal que de los odiados políticos profesionales. ¡Eran como nosotros! Pero, ¡ay!, este triunfo cultural duró muy poco: exactamente lo que tardó un asesor del bipartidismo en sumar dos más dos: Pedro Sánchez apareció de pronto en la tele sin corbata y en mangas de camisa. Fin del efecto estético Podemos.

¿Significa esto que las batallas culturales no son importantes? No, sí lo son: abolir o no la Ley Mordaza es importante; otorgar derechos a minorías sociales que no los tienen, también; la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres es el tema político más importante del año, aunque no gracias a los partidos, sino a la movilización social. En efecto, hay batallas y batallas, pero la tentación de convertirlo todo en un asunto estético, costumbrista y cosmético está ahí.

Explicar el ascenso de Pedro Sánchez o la relación entre Podemos y el PSOE solo en clave de guerra cultural no tiene sentido. Obviamente hay más factores y obviamente el contexto de los últimos meses no ha sido el mejor para los intereses de Podemos (el relato de la recuperación le ha comido la tostada al de la crisis y la crisis catalana y el revival del nacionalismo español tampoco han ayudado) pero la decisión de Podemos de poner muchos huevos en la cesta de la guerra cultural, igual no ha sido tan brillante como parecía cuando Pablo Iglesias iba por el Congreso morreándose con otros hombres. ¿Ha abierto Podemos la puerta al PSOE al resucitar el zapaterismo cultural y olvidarse de su rol de partido de la agitación y el malestar? Puede que sí, puede que no, pero si de lo que se trataba era de volver al zapaterismo cultural como todo horizonte político, siempre será mejor el original (PSOE) que la copia (Podemos). Para volver a ZP, mejor que lo hagan los profesionales.

Lo costumbrista como sostén (voluntario o involuntario) del bipartidismo reventó tras el 15-M, que al grito de “PSOE y PP la misma mierda es” volvió a poner lo económico en el centro desplazando a lo cultural. El PSOE entró entonces en una crisis que duraba… hasta hoy. Crisis cerrada con un estrepitoso broche simbólico: los diputados de Podemos recibiendo la proclamación presidencial de Pedro Sánchez al grito de “sí, se puede”. No hay que ser ningún lince para intuir que esta performance -Podemos como pagafantas del PSOE, en feliz descripción de 'La página definitiva'- acabará pasando factura al partido de Pablo Iglesias.

PD: Huelga decir que si viniera otra larga tormenta financiera -la inestabilidad económica internacional no augura nada bueno- la política de gestos zapateristas de nuevo cuño volvería a disolverse como un azucarillo.

Los enemigos del Gobierno “frankenstein” de Pedro Sánchez -de Albert Rivera a Rafa Nadal- vaticinan que durará poco, que no se puede gobernar con 85 diputados y que acabará autodestruyéndose por sus propias contradicciones. Hasta los simpatizantes socialistas reconocen que la nueva administración nace en unas condiciones precarias… Pero... ¿y si todos ellos están equivocados y estamos ante el Gobierno más sofisticado, acabado y perfeccionado de la democracia? ¿Y si se trata de la gran obra maestra del bipartidismo y no nos hemos enterado?

Pedro Sánchez