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¿Es postverdad o es la vieja mentira de siempre?
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

¿Es postverdad o es la vieja mentira de siempre?

Ahora, muchos periodistas y pensadores afirman que la mentira política ha adoptado una nueva forma y que vivimos en la era de la postverdad

Foto: Logo de Facebook: Foto: REUTERS Dado Ruvic File Photo
Logo de Facebook: Foto: REUTERS Dado Ruvic File Photo

La mentira es consustancial a la política. Ni siquiera en las democracias más puntillosas los políticos pueden decir la verdad todo el tiempo. Es un hecho desagradable con el que es muy molesto convivir, pero negarlo es una forma de moralismo un poco bobo. La mejor explicación de por qué esto es así es la de Maquiavelo: para él, un gobernante -y hoy diríamos que cualquier poderoso- no puede comportarse como un buen cristiano, porque perdería enseguida el poder. En España, esto sigue siendo cierto tanto para nuestra santurrona pero cada vez más laica derecha como para nuestra izquierda laica pero cada vez más aficionada a la retórica religiosa.

Ahora, muchos periodistas y pensadores afirman que la mentira política ha adoptado una nueva forma y que vivimos en la era de la postverdad. El término en inglés lleva décadas en circulación, pero en su sentido actual no se refiere tanto a que los políticos mientan como siempre han hecho, sino a que han sustituido el debate sobre hechos más o menos contrastables -“bajaré los impuestos tanto”, “crearé tantos puestos de trabajo”- por apelaciones a la emotividad desnuda -“los que mandan os suben los impuestos porque os odian”, “no crean puestos de trabajo porque son malvados y se los reservan a sus parientes y a los extranjeros”-. Es cierto que existe una cierta diferencia entre las dos cosas, pero ¿de veras ha cambiado tanto el uso de la mentira en política?

Los periodistas, cada vez menos relevantes, sentimos que con esta clase de política se nos hace menos caso que antes

Es difícil saberlo. Los periodistas tendemos a creer que este cambio existe y que es catastrófico, porque sentimos que con esta clase de política se nos hace menos caso y porque en los últimos tiempos ya éramos menos relevantes que antes: hasta hace poco menos de veinte años, si uno quería informarse de algo tenía casi necesariamente que recurrir a un periódico, una emisora de radio o un programa de televisión para que le dijeran si lo que decía un político era verdadero o no. Eso no aseguraba que su dictamen fuera cierto, pero tenía cierto aire de respetabilidad profesional.

Ahora, las redes sociales son cada vez más el medio por el que la sociedad se informa, y en estas corren los bulos de manera masiva, hasta el punto de que Facebook se ha alarmado por la cantidad de mentiras muy populares que aparecen en los muros de sus usuarios y ha prometido poner medidas al respecto. Tengan poca esperanza: su modelo de negocio no está basado en la verdad, sino en la popularidad de lo publicado. Pero eso tampoco es tan distinto de tantos y tantos medios de comunicación que se lucran con la mentira o la manipulación interesada.

Facebook ha prometido medidas contra las mentiras. Tengan poca esperanza: su modelo de negocio no se basa en la verdad, sino en la popularidad

Sea como sea, lo importante aquí no son los periodistas, sino la salud de la democracia. Se han publicado toneladas de libros sobre la mentira política (recomiendo tres de la última década: 'La mentira os hará libres', de Fernando Vallespín, 'On Bullshit: sobre la manipulación de la verdad', de Harry G. Frankfurt, y 'Political Hypocrisy', de David Runciman), pero me temo que no llegaremos a ninguna conclusión útil del todo. En política, la mentira es una cuestión de grado: todos mienten (por cierto, también los que no somos políticos, en nuestra vida personal como en la profesional), lo que no sabemos es dónde poner la línea que marca el punto a partir del cual la mentira es intolerable. Porque ese punto debe existir.

Y aunque no tengo claro si la postverdad es algo nuevo o la vieja mentira de siempre, es muy posible que no sea más que propaganda de toda la vida utilizada inteligentemente en las redes sociales ante un público que, hoy como ayer, prefiere la información que le da la razón a la que se la quita.

Nos creímos que el género literario de la democracia moderna podría ser el periodismo, en el que hay hechos ciertos a los que se añaden interpretaciones. En realidad, el género de la democracia es la novela: lo que importa es que la historia esté bien contada y que los personajes sean atractivos, no que tenga una vinculación estrecha con la verdad.

La mentira es consustancial a la política. Ni siquiera en las democracias más puntillosas los políticos pueden decir la verdad todo el tiempo. Es un hecho desagradable con el que es muy molesto convivir, pero negarlo es una forma de moralismo un poco bobo. La mejor explicación de por qué esto es así es la de Maquiavelo: para él, un gobernante -y hoy diríamos que cualquier poderoso- no puede comportarse como un buen cristiano, porque perdería enseguida el poder. En España, esto sigue siendo cierto tanto para nuestra santurrona pero cada vez más laica derecha como para nuestra izquierda laica pero cada vez más aficionada a la retórica religiosa.

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