El erizo y el zorro
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Conservadurismo, populismo, liberalismo... 5 libros para entender las ideologías actuales
Un mapa útil para ver cómo funciona el ecosistema ideológico de la Europa contemporánea
En los últimos tiempos, se ha hablado con frecuencia de la descomposición de las ideologías tradicionales. Muchos creen que estas ya no tienen sentido, e incluso que el eje principal sobre el que se ha desarrollado nuestra política en las décadas recientes, el que separa a la izquierda y la derecha, ha dejado de ser útil, que hay que reinventarlo todo de nuevo. En parte esto es cierto: la nueva realidad económica, cultural y demográfica de Occidente está pidiendo a gritos la realineación de las ideas en ofertas novedosas que destruyan los viejos consensos. Pero también tiene cierta parte de ilusión: las viejas ideas sobreviven mucho tiempo después del momento en que parecen dejar de ser útiles, y su muerte efectiva rara vez se produce. Y si lo hace es con un cataclismo.
Los siguientes cinco libros, publicados en España este otoño, abordan el tema de las ideologías. Algunos son reediciones de clásicos que tratan de ideologías también clásicas, otros son nuevas miradas a nuevos fenómenos. Son distintos en su ambición y su tono, pero todos muy atendibles, y entre los cinco conforman un mapa útil para ver cómo funciona el ecosistema ideológico de la Europa contemporánea. He escogido un libro sobre el populismo, las obras de un conservador y un liberal clásicos, el ensayo de una pensadora de izquierdas y una mirada optimista al futuro que, a falta de un nombre mejor, podríamos llamar neoliberal. Los cinco permiten ver también hasta qué punto la filosofía política está, o no está, en contacto con la política real y cotidiana.
A pesar de ser un filósofo conservador canónico, Michael Oakeshott (1901-1990) fue un hombre un poco extravagante, que hizo carrera en una institución nítidamente progresista como la London School of Economics y que llevó una vida hedonista y, uno pensaría, poco conservadora. En este librito (que cuenta con un soberbio prólogo del profesor Jorge del Palacio), Oakeshott describe el conservadurismo como un rechazo al excesivo racionalismo de nuestra política. Desde la izquierda marxista hasta la derecha obsesionada con la eficiencia económica, cuenta, la política del siglo XX se ha caracterizado por una desmesurada creencia en las ideas frías y mecánicas, obsesionadas con el progreso, que pasan por alto la verdadera naturaleza del ser humano.
Ser conservador, para él, no consiste en rechazar toda la modernidad, sino en adquirir una postura escéptica e irónica ante los tecnócratas, asumir la tradición como fuente de las muchas cosas buenas que hay en el mundo y amar las cosas imperfectas frente a los grandes delirios ideológicos. “Ser conservador -afirma- es preferir lo familiar a lo desconocido; preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo lejano, lo suficiente a lo sobreabundante, lo conveniente a lo perfecto, la risa del presente a la dicha utópica”.
El libro de Oakeshott es una excelente descripción del conservadurismo pero no sé si puede convertirse en un programa de gobierno
La palabra “conservadurismo” apenas tiene presencia en la discusión política española, aunque mucha gente sea conservadora y casi todos tengamos algún que otro rasgo conservador, aunque no lo seamos en términos generales. El libro de Oakeshott es una excelente descripción de esta actitud, aunque quizá peque de cierta falta de realismo. Tal como lo describe, parece una razonable manera de conducirse a uno mismo, pero no sé si puede convertirse en un programa de gobierno. Creo, sin embargo, que lo mismo puede decirse de muchas de las ideologías tratadas en estos libros.
Tratar de describir qué es el populismo se ha convertido en uno de los deportes de riesgo del pensamiento político. Vallespín y Bascuñán son profesores de ciencia política además de columnistas, y quizá por ello su obra resulta una mezcla muy útil de ordenado manual y libro de actualidad. Define qué es el populismo y cuáles son sus raíces ideológicas, cuándo y por qué surge y en qué contextos políticos, económicos y culturales lo hace. Pero sus páginas también están llenas de referencias a la posverdad, Trump, Le Pen, el Brexit, el 15M, Podemos o los gobiernos actuales de Polonia y Hungría. Y, explícitamente o no, el independentismo catalán planea por todas ellas.
No se trata de un libro imparcial. Pero su punto de partida parece casi indiscutible: “la deriva populista constituye una amenaza cierta para la democracia tal y como la conocemos, en particular para sus imprescindibles elementos liberales; pero (…) eso no significa que debamos darnos por contentos con la democracia ‘realmente existente’”. Para los autores, el populismo no es “en realidad un ideología (…). Es una forma de construir discursivamente el Gran Rechazo, el ‘así no’, y que vive más de buscar culpables e inflamar pasiones que de enhebrar coherentemente un proyecto ajustado a la nueva gobernanza”.
Si la recuperación económica se consolida, quizá muchos ciudadanos vuelvan a ver el establishment con un poco menos de rencor
Es posible que no nos vayamos a sumir en el caos populista que temíamos hace solo unos pocos años. Las advertencias del trumpismo, el Brexit y la situación catalana, y la recuperación económica, si se consolida, quizá hagan que muchos ciudadanos vuelvan a ver el establishment con un poco menos de rencor. “Es posible que aún estemos a tiempo de eludir la Gran Regresión, lo que todavía no está en el horizonte es una política que nos proporcione alguna esperanza en algo parecido a lo que de verdad necesitamos, un Gran Progreso”.
'El sentido de la realidad', de Isaiah Berlin (Taurus)
Isaiah Berlin (1909-1997) fue, en mi opinión, el gran pensador liberal del siglo XX. Era caótico, fragmentario, volvía una y otra vez a oscuros pensadores del pasado y sus obras son lo contrario a un manual o a una explicación concienzuda y ordenada de las ideas liberales. Pero nadie como él explicó una filosofía que, lejos de las certidumbres y el racionalismo, se basa en el escepticismo, el gradualismo y la experiencia: las grandes ideologías casi siempre desembocan en tragedia, repite Berlin, y en política no se trata de alcanzar la verdad, sino la convivencia.
Hoy la palabra “liberalismo” significa cosas contradictorias en el lenguaje político, y muchas veces se considera una noción estrictamente económica, cuando la economía solo es un aspecto importante de ella, pero ni mucho menos el único. Para Berlin, que políticamente se situaba en el lado derecho de la izquierda o en el lado izquierdo de la derecha y nunca se preocupó en exceso por la economía, el liberalismo era una manera razonable, aunque poco entusiasmante, de alcanzar una convivencia pacífica y razonable. 'El sentido de la realidad' no es su libro más fácil y claro -casi ninguno lo es-, y como casi todas sus obras es un intento de explicar el liberalismo a través del análisis serio de sus contrarios: el socialismo, el nacionalismo o el exceso de optimismo del que proceden los excesos capitalistas. Berlin funcionaba así: solo si describes muy bien lo que piensan los enemigos del liberalismo te harás una idea de lo que este puede ser.
Para Berlin el liberalismo es casi una predisposición del carácter, un puñado de reglas cambiantes que no sirven para ningún gobernante
Como en el caso de Oakeshott y el conservadurismo, para Berlin el liberalismo es casi una predisposición del carácter, un puñado de reglas cambiantes y ambivalentes que no sirven como instrucciones precisas para ningún gobernante, pero que encierran una sabiduría de la tolerancia y el pragmatismo.
Hagamos un poco de historia. La Ilustración fue un movimiento intelectual que pretendíaliberar al ser humano de todo aquello que, a su juicio, le esclavizaba: una nobleza tiránica e improductiva, el respeto a unas formas de pensamiento sometidas a la tradición y que impedían el progreso de los individuos, la omnipresencia de una religión que más que dar consuelo o esperanza encarcelaba las libertades básicas. La Ilustración fue una apuesta asombrosamente osada por el progreso. Pero como cuenta en su libro Garcés, que es profesora de filosofía en la Universidad de Zaragoza, la idea de progreso que la Ilustración acabó asumiendo fue un error: se centró demasiado en lo material y olvidó sus promesas de hacernos libres mediante el conocimiento; se entregó a generar riqueza, y esto llevó a la locura colonialista, a la explotación de unas clases por otras y a la implantación de una cultura que solo representa los intereses de la burguesía.
Los recursos no dan más de sí, las estructuras de dominación se resquebrajan y el eurocentrismo es estúpido en un mundo globalizado
Para Garcés, hoy ese proyecto está acabado. Los recursos naturales no dan más de sí, las estructuras de dominación se están resquebrajando y el eurocentrismo es una simple estupidez en un mundo globalizado. En este contexto -que la autora considera profundamente antiilustrado y ya no posmoderno, sino póstumo-, lo necesario es “una nueva ilustración radical. Retomar el combate contra la credulidad y afirmar la libertad y la dignidad de la experiencia humana en su capacidad para aprender de sí misma. En su momento, este combate fue revolucionario. Ahora es necesario. Entonces, su luz se proyectó como un universal expansivo y prometedor, invasivo y dominador. Ahora, en la era planetaria, podemos aprender a conjugar un universal recíproco y acogedor”. Según Garcés, debemos decir a los poderosos “no os creemos”, tal como hicieron los ilustrados, pero ahora esta firmación debe servir para elaborar un proyecto integrador y no exclusivista, que no vuelva a caer en trágicos errores deshumanizadores. “Imagino la nueva ilustración radical como una tarea de tejedoras insumisas, incrédulas y confiadas a la vez. No os creemos, somos capaces de decir, mientras desde muchos lugares rehacemos los hilos del tiempo y del mundo con herramientas afinadas e inagotables”.
'Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo', de Johan Norberg (Deusto)
Los seres humanos somos pesimistas. Los medios de comunicación nos bombardean con noticias de muertes violentas, desigualdad creciente y catástrofes naturales, y muchos de nosotros podríamos pensar que en algunos momentos del pasado se vivía mejor que ahora. Eso puede ser cierto para algunos lugares concretos, pero por lo general, afirma Norberg, estamos mejor que nunca. En los últimos veinte años, la pobreza global se ha reducido a la mitad, y si en 1820 el 94 por ciento de la humanidad subsistía con menos del equivalente actual a dos dólares diarios, en 1990 ese porcentaje era el 37 por ciento y en 2015 el 10 por ciento.
Además, normalmente, la gente tiene mejor salud y vive más años. El progreso científico y tecnológico permite que hasta las peores pandemias contemporáneas sean poca cosa comparadas con las del pasado. Gracias a la mejora generalizada de la nutrición y al hecho de que la mayor parte de los niños del mundo reciben una cierta educación, es posible que hasta seamos más listos que en cualquier momento del pasado. Por lo que respecta a las cuestiones morales, somos más tolerantes con las minorias sexuales y las raciales, e incluso ha descendido enormemente el número de muertes violentas globales.
Gracias a la mejora generalizada de la nutrición y la educación, es posible que hasta seamos más listos que en el pasado
Eso no significa que el mundo sea perfecto. De hecho, es muy imperfecto: en las sociedades ricas, muchos trabajadores de baja cualificación están sufriendo el empeoramiento de sus vidas, y la amenaza de una catástrofe climática es cierta. Pero Norberg cree que en el presente, gracias a la tecnología y al mercado de las ideas, tenemos muchas más herramientas para arreglar lo que no funciona. El conocimiento se ha ido acumulando a lo largo de la historia, ahora lo hace con mayor rapidez y, además, se transmite con una enorme facilidad.
Es razonable lamentarse por los males del mundo. Pero si lo miramos en su conjunto, este ha mejorado mucho. Aunque tengamos la sensación de que el sistema fracasa constantemente, en realidad sus fallos son puntuales y lo que procede es el optimismo. El mercado y el orden global, que alientan el desarrollo tecnológico, funcionan, según Norberg
En los últimos tiempos, se ha hablado con frecuencia de la descomposición de las ideologías tradicionales. Muchos creen que estas ya no tienen sentido, e incluso que el eje principal sobre el que se ha desarrollado nuestra política en las décadas recientes, el que separa a la izquierda y la derecha, ha dejado de ser útil, que hay que reinventarlo todo de nuevo. En parte esto es cierto: la nueva realidad económica, cultural y demográfica de Occidente está pidiendo a gritos la realineación de las ideas en ofertas novedosas que destruyan los viejos consensos. Pero también tiene cierta parte de ilusión: las viejas ideas sobreviven mucho tiempo después del momento en que parecen dejar de ser útiles, y su muerte efectiva rara vez se produce. Y si lo hace es con un cataclismo.