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Del gramófono al estado del bienestar: 50 innovaciones que han cambiado el mundo
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Del gramófono al estado del bienestar: 50 innovaciones que han cambiado el mundo

Tim Harford acaba de publicar en español un estupendo libro de divulgación económica sobre los inventos de todo tipo que han revolucionado nuestro planeta

Foto: Venta de gramófonos antiguos en India. (EFE)
Venta de gramófonos antiguos en India. (EFE)

En 2008, hace casi una década, me pasó algo raro: empecé a no entender del todo los periódicos. Era una actividad, la de leer atentamente la prensa, a la que había dedicado miles de horas hasta entonces. Pero de repente los titulares y el cuerpo de muchas noticias, que no sólo aparecían en las páginas de economía sino cada vez más en las de nacional, empezaron a hablar de temas que me eran ajenos: la prima de riesgo, los bonos, la diferencia entre la deuda y el déficit, por no hablar de las políticas de oferta o de demanda o a qué se dedicaba un banco central. Empezaba la crisis, y yo estaba completamente incapacitado para entender qué estaba ocurriendo.

Con la arrogancia intelectual propia de una persona de letras, siempre había pensado que bastaba con leer novelas y poesía, bastante filosofía y un poco de historia, e informarse sobre el día a día político para entender el mundo. Pero obviamente estaba equivocado. A partir de entonces, sintiéndome un poco humillado, comencé a estudiar con una disciplina que nunca había dedicado a nada: quería entender ese lenguaje arcano y me puse a leer libros de economía; por primera vez, leí con atención los suplementos de negocios de los grandes periódicos y sus análisis de finanzas, me suscribí al 'Economist' y empecé a comprar los fines de semana el 'Financial Times', al que acabé suscribiéndome también. Me sentía un poco idiota y, al mismo tiempo, cargado de una curiosidad intelectual casi emocionante.

Foto: Manifestación en París en mayo de 1968. (EFE)

Y fui entendiendo. Al principio, y también ahora, de manera limitada. Pero sabía lo que estaban discutiendo Merkel y Sarkozy, por qué los griegos estaban al borde del colapso y cuál era su plan para intentar evitar la bancarrota -o propiciarla, como deseaba Varoufakis-, cómo había funcionado la burbuja española, por qué en Estados Unidos se ponía en marcha algo de nombre esotérico llamado 'quantitative easing' y lo qué significó que Draghi dijera en 2012 que haría “lo que sea necesario” para salvar el euro. Lo que había empezado como una reacción irritada ante la incomprensión de lo que estaba pasando, se convirtió en mi afición preferida. En la última década, he leído más sobre economía que sobre cualquier otra disciplina o género. Después de la crisis -si es que esta ha terminado- llegó la discusión sobre los robots, la renta mínima y los límites de la globalización.

La ciencia lúgubre

Y, al igual que uno recuerda con afecto a sus mejores profesores, aquellos que despiertan en uno un cierto interés intelectual, yo siempre sentiré un agradecimiento especial por los periodistas económicos y por los economistas que me ayudaron a entender mínimamente esa parte, no precisamente pequeña, de la realidad. Y entre ellos está Tim Harford, que -de ahí este largo prólogo- acaba de publicar en español un estupendo libro de divulgación económica, 'Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo' (editorial Conecta). Es la clase de lectura que permite que quienes no son economistas disfruten con lo que el filósofo británico Thomas Carlyle llamó en el siglo XIX -con bastante soberbia- la 'ciencia lúgubre'.

placeholder '50 innovaciones' (Alienta)
'50 innovaciones' (Alienta)

El libro trata lo que anuncia su título. Harford escoge cincuenta innovaciones -que a veces son materiales y a veces ideas o soluciones políticas, que van del gramófono al estado del bienestar, del código de barras a los fondos cotizados- y explica sus orígenes, su importancia en el progreso humano y también, en ocasiones, las implicaciones no previstas que provocaron en el mundo. “Que estos cincuenta inventos configuraran nuestra economía no se debió solo a que nos ayudaran a producir más y producir más barato. Cada uno de ellos afectó a una compleja red de conexiones económicas -dice-. A veces nos complicaron la vida; otras, rompieron viejos límites; y, en ocasiones, crearon patrones completamente nuevos”.

Harford es columnista del Financial Times, autor del bestseller 'El economista camuflado' (Temas de Hoy) y periodista de la BBC, donde explica en un tono admirablemente divulgativo curiosidades y fundamentos de la economía (el libro recién aparecido es una versión de la serie de podcast que dirigió en la cadena británica, cuyo título en inglés es 'Cincuenta cosas que conformaron la economía moderna'). Harford es erudito, claro, irónico y un poco listillo, la clase de maestro joven y enrollado que uno desea tener. Su libro está lleno de historias humanas, innovaciones tecnológicas y reflexiones en la frontera entre la economía y la política. Por ejemplo, “¿los estados del bienestar favorecen o perjudican el crecimiento económico?” se plantea. “No es una pregunta fácil de responder”, dice antes de soltar una catarata de datos e historias que no afirman, pero sugieren, que mejor tener estados del bienestar que no tenerlos. Es decir, mira la realidad como el economista que es, pero la cuenta con jovialidad, con buena prosa y transmitiendo que sí, saber de economía es, además de una necesidad para entender el mundo, un gran placer intelectual.

En la economía se dirimen cuestiones tan ajenas a los números y las cifras como qué es una buena vida

Hace casi una década que estalló la crisis global, un acontecimiento que probablemente será una vivencia central -si no vienen más catástrofes, y no lo descartemos- para los españoles de mi generación, la de unos incipientes cuarentones que creíamos estar destinados a ser la nueva clase media y que recibimos un puñetazo que ni siquiera sabíamos de dónde venía. A estas alturas, el grado en que nos desentendimos del conocimiento de la economía me parece de una frivolidad colosal. La gente de letras, sobre todo, pensamos que no era asunto nuestro, concentrados como estábamos en temas que teníamos por los más serios, como el amor en la poesía provenzal o el erasmismo de 'El Quijote'. Eso importa, pero no nos dimos cuenta de que la economía no solo es una disciplina imprescindible para entender mínimamente qué pasa a nuestro alrededor y en el interior de nuestras casas, sino, dramas aparte, una rama de la filosofía en la que se dirimen cuestiones tan ajenas a los números y las cifras como qué es una buena vida, qué consecuencias tiene la innovación, o para qué sirven el trabajo y la idea de producción, y si ambas cosas tienen sentido para ser felices. El libro de Harford es una buena puerta de entrada a la economía para quienes son legos en la materia. Además, por supuesto, de ser enormemente útil para entender por qué la invención de la “sociedad de responsabilidad limitada” cambió el mundo o qué significa vivir en un país en el que los seguros -de coche, de vida, contra los incendios- son omnipresentes.

En 2008, hace casi una década, me pasó algo raro: empecé a no entender del todo los periódicos. Era una actividad, la de leer atentamente la prensa, a la que había dedicado miles de horas hasta entonces. Pero de repente los titulares y el cuerpo de muchas noticias, que no sólo aparecían en las páginas de economía sino cada vez más en las de nacional, empezaron a hablar de temas que me eran ajenos: la prima de riesgo, los bonos, la diferencia entre la deuda y el déficit, por no hablar de las políticas de oferta o de demanda o a qué se dedicaba un banco central. Empezaba la crisis, y yo estaba completamente incapacitado para entender qué estaba ocurriendo.

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