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Adorno en el Gran Hotel Abismo: la tragedia de la Escuela de Fráncfort
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El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Adorno en el Gran Hotel Abismo: la tragedia de la Escuela de Fráncfort

El filósofo alemán Theodor Adorno se había pasado casi cuarenta años elaborando un “modelo teórico de pensamiento” crítico con el capitalismo, que enmarcaba “el destructor y

Foto: Theodor Adorno
Theodor Adorno

El filósofo alemán Theodor Adorno se había pasado casi cuarenta años elaborando un “modelo teórico de pensamiento” crítico con el capitalismo, que enmarcaba “el destructor y nocivo” impacto de este sistema en los países ricos occidentales. Le había dado vueltas al carácter aniquilador del “capitalismo monopolista”. Había analizado cómo las ansias de libertad liberales se habían convertido en una cárcel, esclavizándonos por medio de las relaciones sociales capitalistas. Pero cuando en los años sesenta del siglo pasado llegó lo que parecía una verdadera revolución, que en parte bebía de lo que él mismo había pensado y escrito, Adorno no entendió nada. De hecho, aunque compartiera alguna de las causas de los jóvenes que en 1967 y 1968 protestaban globalmente -contra la guerra de Vietnam, contra la promulgación de leyes de excepción en su país, Alemania, o contra la autoridad en general-, estos le parecían cargados de instintos autoritarios.

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Y, de hecho, cuando a principios de 1969 un grupo de estudiantes ocupó el Instituto de Investigación Social (conocido habitualmente como la Escuela de Fráncfort), llamó a la policía para que los desalojara. Más tarde, mientras daba una conferencia, fue reprendido por otros estudiantes. Él, el renovador del marxismo, el penetrante e increíblemente sofisticado pensador revolucionario, estaba siendo acusado de “informante”. “Si se deja en paz a Adorno, siempre habrá capitalismo”, gritaban los jóvenes. Adorno se quedó paralizado. Nunca pensó que la revolución fuera a tener ese aspecto. Aturdido, dio a los estudiantes cinco minutos para que decidieran si querían que continuara con la conferencia. “En este punto, tres mujeres que protestaban lo rodearon en el estrado, se descubrieron los senos y echaron sobre él pétalos de rosas y tulipanes.” Adorno cogió su sombrero y salió a toda prisa de la sala de conferencias.

placeholder Momento del 'asalto' contra Adorno en Fráncfort en 1969 por un grupo de estudiantes.
Momento del 'asalto' contra Adorno en Fráncfort en 1969 por un grupo de estudiantes.

Poco después del incidente, “muy golpeado” por las humillaciones de unos estudiantes que le reprochaban la falta de disposición a poner en práctica su desarrollo teórico contra el capitalismo, dijo: “Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?”. Incapaz de superarlo, Adorno murió ese mismo verano.

placeholder 'Gran Hotel Abismo'. (Turner)
'Gran Hotel Abismo'. (Turner)

La historia y el pensamiento de Adorno, y de todo el grupo de filósofos vinculados al Instituto de Investigación Social -Horkheimer, Marcuse, Habermas, Benjamin-, son el tema de 'Gran Hotel Abismo. Biografía coral de la Escuela de Frankfurt', de Stuart Jeffries (Turner). Un libro extraordinariamente escrito, claro y narrativo (a pesar de la densidad de la filosofía frankfurtiana), que casi convierte las vidas de estos pensadores profundamente críticos con el capitalismo en una aventura que abarca de los años veinte a los setenta, y cuya influencia dura hasta hoy. Especialmente hasta hoy.

La Escuela de Frankfurt se creó a principios de los años veinte. A pesar de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa, en Alemania todo intento revolucionario había fracasado, y uno de los objetivos de la escuela era precisamente comprender qué había ocurrido (más tarde, descubrirían y estudiarían el ascenso del nazismo, y no del comunismo, como respuesta a las grandes crisis de la época). Sus miembros más célebres tenían experiencias parecidas: pertenecían a familias adineradas de empresarios judíos, tuvieron infancias “consentidas” y vivieron en los mejores pisos de los mejores barrios de sus ciudades. Muchas veces, sus carreras fueron financiadas por unos progenitores que no entendían por qué se dedicaban a la filosofía en lugar de heredar el negocio, que “rechazaran la adoración del dinero” y “aceptaran el marxismo” o, simplemente, se rebelaran contra sus padres. Varios de ellos sospecharían más tarde que la revolución basada en el marxismo no sería posible, pero “reflexionaban sobre cómo la vida cotidiana podía convertirse en el teatro de la revolución y sin embargo en la práctica era casi lo opuesto, merced a un conformismo que frustraba todo deseo de derrocar un sistema opresivo”.

De la Alemania nazi a EE.UU

Tras la llegada al poder del nazismo, la mayoría de estos filósofos se exilió en Estados Unidos (Walter Benjamin murió mientras intentaba hacerlo). Y en la sociedad estadounidense vieron muchos de los rasgos que habían advertido anteriormente en el nazismo. Creían que el modo en que Hollywood y la cultura popular conformaban las ideologías políticas dominantes no era en realidad tan distinta a la que utilizaba el Tercer Reich. Pensaban que en todos los casos la industria cultural era una herramienta para someter a la gente, aunque en el caso estadounidense esto sucediera de una forma más sutil y menos burda que en la Alemania nazi o la Unión Soviética.

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Acto contra Adorno en la Escuela de Francfort en 1969.

Pero a pesar de este radicalismo, los miembros de la Escuela de Frankfurt fueron acusados una y otra vez por los comunistas de ser unos meros espectadores del gran conflicto social, incapaces de impulsar una verdadera revolución. El filósofo húngaro György Lukács, que entregó su vida a la causa comunista, les acusaba de hospedarse en lo que llamó el 'Gran Hotel Abismo' que da título al libro: un hotel de lujo desde el que contemplaban, con toda clase de comodidades, “entre excelentes comidas y divertimentos artísticos”, cómo el mundo se venía abajo sin ser capaces de reaccionar de una manera que no fuera pura teoría.

Lukács acusó a los frankfurtianos de hospedarse en el 'Gran Hotel Abismo': un hotel de lujo desde el que contemplaban cómo el mundo se venía abajo

Solo Marcuse, a diferencia de Adorno, pensó que las revueltas de los años sesenta podían ser una puesta en práctica de sus teorías. De hecho, muchos estudiantes rechazaban el mundo occidental rico en los mismos términos que lo habían denunciado estos filósofos -porque era una continuación del nazismo y no mejor que el comunismo soviético, porque se basaba en engaños propagandísticos y en una fría mecanización de la vida por medio de la burocracia y de una universidad ultrajerárquica. Marcuse, aunque consciente de que los hechos de 1968 no eran una verdadera revolución, alentó a los estudiantes, se manifestó con ellos y se convirtió en una especie de estrella: los jóvenes franceses pintaban en las paredes de la Sorbona “¡Marx. Mao, Marcuse!”, aunque no es seguro que le hubieran leído.

Es posible hacer una parodia de estos filósofos hijos de millonarios. Considerarlos el epítome del sofisticado revolucionario de salón que no entiende a la clase obrera si no es a través de unos notables prejuicios burgueses y nostálgicos. Y es difícil perdonarles la equivalencia moral entre nazismo, comunismo y capitalismo que establecieron en algunos casos. Pero, al mismo tiempo, es evidente que en su obra hay algunas denuncias de las formas de vida moderna -el fetichismo de la mercancía, la propaganda en la sociedad de masas, la relación que establecemos con los medios de comunicación- que resultan fascinantes. Y el retrato coral de 'Gran Hotel Abismo”'lo transmite con facilidad, pulso narrativo y una admirable falta de solemnidad.

El filósofo alemán Theodor Adorno se había pasado casi cuarenta años elaborando un “modelo teórico de pensamiento” crítico con el capitalismo, que enmarcaba “el destructor y nocivo” impacto de este sistema en los países ricos occidentales. Le había dado vueltas al carácter aniquilador del “capitalismo monopolista”. Había analizado cómo las ansias de libertad liberales se habían convertido en una cárcel, esclavizándonos por medio de las relaciones sociales capitalistas. Pero cuando en los años sesenta del siglo pasado llegó lo que parecía una verdadera revolución, que en parte bebía de lo que él mismo había pensado y escrito, Adorno no entendió nada. De hecho, aunque compartiera alguna de las causas de los jóvenes que en 1967 y 1968 protestaban globalmente -contra la guerra de Vietnam, contra la promulgación de leyes de excepción en su país, Alemania, o contra la autoridad en general-, estos le parecían cargados de instintos autoritarios.

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