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Música pop: ¿arte o celebración de la juventud irresponsable?
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Música pop: ¿arte o celebración de la juventud irresponsable?

Cuando quedó claro que iba a ser un elemento importante de la cultura de masas y del imaginario de la población occidental, los críticos musicales tomaron dos caminos distintos

Foto: Tony Blair y Noel Gallagher, el que fuera líder de Oasis, en 2013
Tony Blair y Noel Gallagher, el que fuera líder de Oasis, en 2013

El periodista musical Bob Stanley cuenta en su monumental 'Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno' (Turner) que desde los años sesenta, cuando ya estaba claro que la música pop iba a ser un elemento importante de la cultura de masas y del imaginario de buena parte de la población occidental, los críticos musicales tomaron dos caminos distintos. Algunos, como Greil Marcus -en castellano está su libro 'Like a Rolling Stone: Bob Dylan en la encrucijada' (Global Rhythm Press)-, optaron por analizar el rock con la misma seriedad con que los eruditos comentan los poemas clásicos, como una expresión de arte elevado con el potencial de cambiar las conciencias y, con ellas, el mundo. Otros, como Nik Cohn, autor de 'Awopbopaloobop Alombamboom' -hay una viejísima edición en castellano de Alfaguara-, defendieron que los músicos pop eran esencialmente unos irresponsables (en el buen sentido de la palabra), que la música era frívola y que su mensaje era una celebración de la juventud y la despreocupación, y no mucho más que eso.

Foto: Jan Wenner. (EFE) Opinión
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Ramón González Férriz

Es posible entender la música pop de ambas maneras. Por ceñirnos a los clásicos, uno puede ver la evolución de los Beatles en los años sesenta como un emblema de las transformaciones culturales propiciadas por los jóvenes europeos y estadounidenses en esa época y, al mismo tiempo, reconocer que eran solo cuatro tipos despistados y geniales cuyo máximo objetivo era divertirse, ganar dinero y ligar. Muchas canciones de Bob Dylan tienen profundas resonancias políticas y religiosas -vean la reciente edición de unas grabaciones inéditas de su época cristiana (1979-1981), 'Trouble No More'-, pero un buen puñado de ellas hablan, básicamente, de urgencia sexual. En sus recientes e interesantes memorias, 'Born to Run' (Reservoir Books), Bruce Springsteen cuenta su perplejidad cuando se dio cuenta de que llevaba media vida relatando las penalidades de los depauperados trabajadores industriales de Nueva Jersey mientras vivía en una mansión californiana rodeado de actores de cine y otros músicos de éxito atronador. (Como se ve, serio o frívolo, el pop ha sido un asunto esencialmente masculino).

placeholder Portada de NME
Portada de NME

Pensaba en esto por tres noticias publicadas la semana pasada. Una fue la desaparición de la edición en papel del 'New Musical Express', la revista británica que durante 66 años conformó los gustos musicales de muchos jóvenes en Gran Bretaña. No era una revista que leyera con frecuencia -no era tan fácil encontrarla en Barcelona durante mi juventud-, pero de manera indirecta conformó muchos de mis gustos, sobre todo los relacionados con la oleada de grupos y solistas británicos de los noventa, de Morrisey a Teenage Fanclub, Oasis o Blur, Elastica o Manic Street Preachers. El NME, que era como se le conocía, tenía además voluntad política, e hizo una clara apuesta por Tony Blair y su modernización del laborismo británico en la segunda mitad de la década de los noventa; son célebres las fotos de Noel Gallagher, de Oasis, con el primer ministro publicadas en la revista. Pero la revista se decepcionó rápidamente cuando Blair llegó al poder y desarrolló lo que consideraron políticas neoliberales.

Un amigo me hizo llegar la semana pasada su portada del 14 de marzo de 1998. Sobre una foto de Blair, el titular preguntaba: “¿Nunca has tenido la sensación de que te engañaban?” Y después decía: “El Rock’n’Roll se enfrenta al gobierno”. Lamenté la desaparición de la revista en papel, pero también me pregunté si en algún momento de veras pensamos que el rock -en aquella portada, el NME afirmaba que los críticos con el gobierno eran grupos como The Verve, Primal Scream, The Charlatans o Pulp- podía servir de algo políticamente.

El rock es una actividad comercial escandalosamente lucrativa que entiende mejor que nadie los anhelos y frustraciones juveniles

La segunda noticia fue la salida a bolsa de Spotify. Lo que me llamó la atención en este caso fue que no me enteré de ella leyendo Rockdelux o Les Inrockuptibles, sino las páginas dedicadas a información empresarial del Financial Times, que abordaban la salida a bolsa de esta empresa, valorada en 20.000 millones de dólares, como si se tratara de una rutinaria operación financiera -cosa que es-. ¿En esto ha quedado el rock?, pensé. Y, sin embargo, el rock ha sido eso desde el principio: una actividad comercial escandalosamente lucrativa (para algunos), que entiende mejor que nadie los anhelos y las frustraciones de los jóvenes que aspiran a una forma cómoda de rebeldía y que, entonces teníamos algo de dinero para comprar discos y hoy lo tenemos para suscripciones a streaming.

Alta fidelidad

El pop ha tenido un papel tan desproporcionado en las vidas de muchos que ya lo es casi todo: la reflexión sobre las miserias de la vida, la momentánea celebración de la irresponsabilidad, la tendencia a ilusionarnos con proyectos políticos que indudablemente nos decepcionarán y un destacado en la sección bursátil de un periódico económico. Pero algo deberíamos haber aprendido.

placeholder 'Yeah! Yeah! Yeah!'. (Turner)
'Yeah! Yeah! Yeah!'. (Turner)

Mi juventud tardía discurrió entre la primera vez que vi la película 'Alta Fidelidad, hace más de quince años -y leí inmediatamente el libro de Nick Hornby en el que se basa-, y la segunda vez, hace poco. En ambos casos, me encantó la historia de este joven obsesionado con el pop, incapaz de ver el mundo sin las enormes anteojeras de su mitología, que no hace más que coleccionar discos para retrasar la entrada en la madurez y el matrimonio con la mujer a la que quiere y le mantiene cuerdo. Pero la primera vez me pareció que la película estaba contando mi vida, y casi me sentí orgulloso, y aunque la segunda vez también me pareció que estaba contando mi vida de ese momento, entonces sentí algo parecido a vergüenza.

No porque me parezca mal vivir obsesionado con los discos, percibir el amor como una veloz canción de tres minutos o pensar que nadie tiene algo más importante que decirme que un cantante joven y ambicioso, sino porque ya no puedo volver ahí y envidio a quien lo está viviendo. En cierto sentido, el rock es eso. Además, por supuesto -y esta es la tercera noticia- de que los Rolling Stones anunciaron hace una semana que emprenden una nueva gira de conciertos.

El periodista musical Bob Stanley cuenta en su monumental 'Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno' (Turner) que desde los años sesenta, cuando ya estaba claro que la música pop iba a ser un elemento importante de la cultura de masas y del imaginario de buena parte de la población occidental, los críticos musicales tomaron dos caminos distintos. Algunos, como Greil Marcus -en castellano está su libro 'Like a Rolling Stone: Bob Dylan en la encrucijada' (Global Rhythm Press)-, optaron por analizar el rock con la misma seriedad con que los eruditos comentan los poemas clásicos, como una expresión de arte elevado con el potencial de cambiar las conciencias y, con ellas, el mundo. Otros, como Nik Cohn, autor de 'Awopbopaloobop Alombamboom' -hay una viejísima edición en castellano de Alfaguara-, defendieron que los músicos pop eran esencialmente unos irresponsables (en el buen sentido de la palabra), que la música era frívola y que su mensaje era una celebración de la juventud y la despreocupación, y no mucho más que eso.

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