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Isaiah Berlin, un guía escéptico para liberales inseguros
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Isaiah Berlin, un guía escéptico para liberales inseguros

Nuncafue muy popular aquí, pero solo en el último par de años se han publicado o reeditado una serie de libros que permiten componer una idea muy completa de su pensamiento

Foto: Isaiah Berlin
Isaiah Berlin

Isaiah Berlin (Riga 1909-Oxford 1997) fue un pensador muy raro. Al mismo tiempo se declaraba liberal y era un firme defensor del estado del bienestar. Decía ser fruto de su origen judío, su nacimiento en Rusia y de casi toda una vida en Inglaterra, adonde llegó con doce años huyendo del comunismo soviético. Hablaba un inglés que parecía una parodia del acento pijo y culto. Era ateo y sionista. Apenas publicó durante la mayor parte de su vida, y de hecho se hizo famoso por sus conferencias radiofónicas; por eso, muchos le consideraban un aficionado con gran talento social más que un filósofo serio. Su prestigio aumentó cuando, ya pasados los sesenta años, y no porque él quisiera sino porque le insistió un joven editor, empezaron a publicarse recopilaciones de sus ensayos y conferencias en forma de libro. Eso aseguró su conversión en uno de los más respetados pensadores liberales del siglo XX.

Foto: Detalle de la portada de 'La hazaña secreta' Opinión

Un proceso editorial similar parece estar sucediendo en España. Berlin nunca ha sido muy popular aquí, aunque no han faltado traducciones de su obra. Sin embargo, solo en el último par de años se han publicado o reeditado una serie de libros que permiten componer una idea muy completa de su pensamiento: 'El erizo y el zorro' (Península), sobre Tolstoi y los dos tipos de carácter intelectual más frecuentes, los pensadores sistemáticos con una idea única y fuerte y los dispersos que ven el mundo como algo demasiado complejo; 'El mago del norte' (Tecnos), sobre las ideas románticas que se opusieron a la Ilustración; 'El sentido de la realidad' (Taurus), una compilación de ensayos sobre el socialismo, el marxismo y el nacionalismo; o 'El poder de las ideas' (Página Indómita), otro repaso por algunos de sus temas más frecuentados como Marx, el pensamiento ruso, la Ilustración o Israel. Ahora acaban de aparecer dos volúmenes de carácter biográfico -excelentes puertas de entrada a su pensamiento- realmente estupendos. 'Lo singular y lo plural' (Página Indómita), un ameno y sintético libro de conversaciones con el profesor Steven Lukes sobre su vida y sus ideas, y 'Isaiah Berlin. Su vida' (Taurus), una biografía canónica obra de Michael Ignatieff. Son casi el mismo libro en dos formatos: el primero breve y conversado, el segundo más largo, detenido y formal.

placeholder 'UIsaiah Berlin: su vida'. (Taurus)
'UIsaiah Berlin: su vida'. (Taurus)

Berlin era ante todo un escéptico. Creía que los seres humanos deseamos cosas contradictorias y que nuestros yoes son intrínsecamente incoherentes y volátiles, por lo que a lo máximo que podemos aspirar es a mantener la libertad, pero no a construir utopías políticas que nos emancipen. Para él, que en muchos sentidos era un ilustrado clásico, la Ilustración se había equivocado al creer que los seres humanos son libres para elegir lo que quieran y, al mismo tiempo, insistir en lo que estos debían elegir. Cuando los humanos no escogían lo que era racional, afirmó Karl Marx, un extraño pero pleno hijo de la Ilustración sobre el que Berlin escribió un libro, era porque tenían una “falsa conciencia” y entonces era el Estado quien debía emanciparles en su lugar; de ahí, naturalmente, saldrían terribles dictaduras. Berlin abogaba por promover una “libertad negativa”: “Permitir al individuo que haga lo que quiera, siempre que sus actos no interfieran en la libertad de los demás”, en palabras de Ignatieff. La libertad positiva, en cambio, es “utilizar el poder político para liberar a los seres humanos, que así pueden hacer realidad algún potencial oculto, bloqueado o reprimido”.

Era un ilustrado clásico para el que la Ilustración se había equivocado al creer que podemos elegir y, a la vez, insistir en lo que debemos elegir

Además, y en contra de lo que creían los ilustrados (Berlin siempre se peleó con los de su bando), el número de objetivos que se puede perseguir es finito, y estos siempre estarán en contradicción. A diferencia de lo que afirman los proyectos políticos no liberales (y aún muchos de estos), no se puede luchar, por ejemplo, por la libertad absoluta y por la igualdad absoluta al mismo tiempo: las dos cosas son buenas, pero si tienes una libertad absoluta crearás una desigualdad absoluta; y para conseguir una igualdad absoluta tienes que acabar por completo con la libertad. Todo en la vida es así: no se trata solo de optar por una cosa buena frente a cosas malas, sino frente a otras buenas, y tienes que hacerlo, si eres cabal, de manera gradual, midiendo mucho. Pero eso también implica un elemento trágico: escoger significa descartar cosas positivas. O por decirlo con palabras de Ignatieff: Berlin estaba “convencido de que las personas no pueden ser libres si son pobres, desgraciadas y tienen una educación deficiente. La libertad solo era libertad si se disfrutaba de ella con algún grado de igualdad social. Pero cuestionaba toda la tradición socialdemócrata de posguerra cuando señalaba que los valores que latían en su fondo -igualdad, libertad y justicia- eran contradictorios entre sí. Por ejemplo, podría ser necesario un aumento de los impuestos sobre las rentas de unos pocos con objeto de hacer mayor justicia a muchos, pero era una perversión del lenguaje pretender que no se dañaría la libertad de nadie a consecuencia de ello”.

Se trataba de una filosofía seria, aunque Berlin intentara que sonase transparente (no siempre lo conseguía, ni mucho menos). “El publico que a él le importaba -dice Ignatieff- eran las clases medias cultas, no los especialistas”. No le interesaban las grandes construcciones teóricas, sino “la angustia interior, los dilemas personales y el conflicto entre valores humanos”. Para eso, “eligió una vía propia, buscando un proyecto propio y su propia versión del compromiso intelectual”. En cierto sentido, se inventó un género, al que llamó “historia de las ideas”, a medio camino entre la historia y la filosofía, que intentaba reconstruir la visión del mundo de oscuros pensadores del pasado, sobre todo si estaba en desacuerdo con ellos: “Me aburre leer a la gente que, por así decirlo, es aliada, a quienes piensan más o menos como yo”, dice en el libro de conversaciones con Lukes. “Lo interesante es leer al enemigo, porque este atraviesa las defensas, encuentra los puntos débiles. Me interesa saber qué es lo que falla en las ideas en las que creo, saber por qué estaría bien modificarlas o incluso abandonarlas.” Nada como eso, creía él, permitía entender el presente.

Berlin tuvo una agitada vida social: desde el presidente Kennedy hasta la primera ministra Thatcher le pidieron consejo, conoció a Einstein y a Churchill, fue anfitrión de incontables académicos, escritores y artistas. Aunque se posicionó claramente -como anticomunista, como sionista (aunque concediendo que los árabes tenían derechos sobre Palestina), muchas veces como votante de los laboristas, pero no siempre-, el compromiso político cotidiano le daba una cierta pereza y casi siempre intentó alejarse de él. No quiso tener discípulos y no dejó nada parecido a una escuela en términos académicos. Pero sí una legión de lectores que vemos en su actitud intelectual una guía escéptica para liberales inseguros. Si quieren sumarse a ella, pueden empezar por 'Lo singular y lo plural' o 'Isaiah Berlin. Su vida'.

Isaiah Berlin (Riga 1909-Oxford 1997) fue un pensador muy raro. Al mismo tiempo se declaraba liberal y era un firme defensor del estado del bienestar. Decía ser fruto de su origen judío, su nacimiento en Rusia y de casi toda una vida en Inglaterra, adonde llegó con doce años huyendo del comunismo soviético. Hablaba un inglés que parecía una parodia del acento pijo y culto. Era ateo y sionista. Apenas publicó durante la mayor parte de su vida, y de hecho se hizo famoso por sus conferencias radiofónicas; por eso, muchos le consideraban un aficionado con gran talento social más que un filósofo serio. Su prestigio aumentó cuando, ya pasados los sesenta años, y no porque él quisiera sino porque le insistió un joven editor, empezaron a publicarse recopilaciones de sus ensayos y conferencias en forma de libro. Eso aseguró su conversión en uno de los más respetados pensadores liberales del siglo XX.

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