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Benito Pérez Galdós, la conciencia de una nación
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Benito Pérez Galdós, la conciencia de una nación

Una buena biografía de Francisco Cánovas muestra al escritor como un tipo cordial, liberal, republicano y laico tan amigo de conservadores ultramontanos como de izquierdistas revolucionarios

Foto: Retrato de Benito Pérez Galdós.
Retrato de Benito Pérez Galdós.

Hubo un momento del siglo XIX en que se descubrió algo moderno y asombroso: la clase media. “La clase media[…] es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social; ella asume por su iniciativa y su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable inspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa…”

Quien escribía esto era Benito Pérez Galdós, el gran novelista español que se propuso (y consiguió) hacer el retrato más completo, brillante, intenso y compasivo de la España del siglo XIX. “La gran aspiración del arte literario de nuestro tiempo es dar forma a todo esto”, decía: las masas urbanas de funcionarios, comerciantes, médicos, abogados y periodistas que para los liberales como Galdós eran la gran esperanza de la regeneración política. En 'Fortunata y Jacinta', una de sus grandes novelas, escribió: “Era por añadidura la época en que la clase media entraba de lleno en el ejercicio de sus funciones, apandando todos los empleos creados por el nuevo sistema político y administrativo […], constituyéndose en propietaria del suelo y en usufructuaria del presupuesto, absorbiendo, en fin, los despojos del absolutismo y del clero, y fundando el imperio de la levita”.

Más tarde, Galdós se decepcionaría con esa clase media, que no solo no fue capaz de expulsar a la oligarquía, como él esperaba, sino que se volvió conservadora por miedo a la revolución de quienes les seguían por abajo, los obreros que surgían debido al incipiente desarrollo industrial.

placeholder 'Benito Pérez Galdós'. (Alianza)
'Benito Pérez Galdós'. (Alianza)

Todo esto lo cuenta 'Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso', una biografía buena y útil del historiador Francisco Cánovas Sánchez recién publicada en la editorial Alianza. En ella, Galdós aparece como un tipo cordial, liberal, republicano y laico (y cada vez más anticlerical), perfectamente capaz de mantener amistades sólidas con conservadores ultramontanos, pero que se impacienta tanto con estos como con los revolucionarios de izquierdas que querían arrasar con todo. Un hombre reacio y dubitativo, pero que acabó convirtiéndose en algo parecido a la conciencia de una nación que se desesperaba por su incapacidad, y que se fue preocupando cada vez más por los trabajadores, aunque nunca aprobó las tentaciones revolucionarias. Como decía Tito, uno de los personajes de sus 'Episodios nacionales', Galdós percibía que “mi papel en el mundo no era determinar los acontecimientos, sino observarlos y con vulgar manera describirlos para que de ellos pudieran sacar alguna enseñanza los venideros hombres. De tales enseñanzas podía resultar que acelerasen el paso las generaciones destinadas a llevarnos a la plenitud de los tiempos”.

Fue la época de 'Fortunata y Jacinta', 'La Regenta', 'Los pazos de Ulloa' y las demás novelas inspiradas en las técnicas francesa y británica

Era el gran momento de la novela, cuando era considerada el medio más efectivo para retratar una sociedad incipientemente capitalista, ruidosa, financiera y fabril, que estaba generando sus propias formas de injusticia y desarraigo mientras el viejo régimen -de curas, nobles y cortesanos- se resistía a desaparecer. Y, con suerte, era también el mejor recurso para educar a las masas. Los conservadores se oponían, por lo general, a esta forma literaria que les parecía sucia y alejada del idealismo metafórico. Por ejemplo, Cánovas del Castillo, historiador y presidente conservador del Consejo de Ministros en varias ocasiones, creía que la novela realista podía tener algún valor documental, pero sin duda no tenía valor artístico. Fue, sin embargo, la época de 'Fortunata y Jacinta', 'La Regenta', 'Los pazos de Ulloa' y todas las demás novelas inspiradas en las técnicas francesa y británica: inmensos retratos sociales de una España que observaba con asombro una enorme pluralidad de voces protodemocráticas, la crisis de la Restauración y las transformaciones económicas y laborales.

Nada le era ajeno

Nada captó aquel ambiente como esas novelas, que además, en el caso de Galdós, estaban muy influidas por el trabajo de periodista que había ejercido de joven. En 'Miau', una novela que él consideraba floja pero que sigue siendo extraordinaria, hacía una crítica brutal a la ineptitud de la Administración Pública, lastrada por la insistencia de los políticos en colocar en ella a sus partidarios, e inevitablemente ineficiente y clientelar. En ella, un funcionario escrupuloso y ejemplar ve cómo el Gobierno le margina, mientras su yerno asciende en la jerarquía gracias a su oportunismo y hábil manejo del enchufismo y la inmoralidad. En cambio, en 'Misericordia', una de sus mejores novelas, Galdós se propuso: “Descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal”. Se hizo acompañar de policías para recorrer los barrios del sur de Madrid y se disfrazó de médico de la Higiene Municipal para visitar las casas más pobres de Lavapiés. Nada era ajeno a Galdós, de la monarquía -la biografía de Cánovas describe muy bien su encuentro con Isabel II-, la alta burguesía o los funcionarios de clase media con ínfulas, a las “casas de dormir” de los devastados barrios del sur de Madrid.

Pérez Galdós fue un hombre ejemplar que intentó una y otra vez recurrir a la mejores herramientas para regenerar una sociedad

Galdós no fue un santo laico, como a veces se le ha querido representar. Fue un hombre de su tiempo, tuvo amantes -la más célebre, Emilia Pardo Bazán, pero también una actriz joven a la que intentó ayudar sin éxito en su carrera-, ambiciones -triunfar en el teatro; su obra 'Electra' sobre la influencia de la Iglesia en la mujer desató un enorme escándalo- y fue vanidoso -al final de su carrera decidió entrar en la política activa para propiciar el acercamiento entre republicanos y socialistas-. Pero fue un hombre ejemplar que intentó una y otra vez recurrir a la mejores herramientas -la pedagogía, la literatura, la observación, la tolerancia- para regenerar una sociedad española a la que veía con frecuencia corrompida, atrasada y atenazada por los viejos poderes.

La biografía de Francisco Cánovas es una buena forma de entrar en el personaje histórico. Pero lo mejor sigue estando en sus novelas, tanto en las dedicadas a su época como en los 'Episodios nacionales', obras históricas con las que reconstruyó todo el siglo XIX español. Es asombroso cómo siguen diciendo cosas de la España actual un siglo después de la muerte de su autor.

Hubo un momento del siglo XIX en que se descubrió algo moderno y asombroso: la clase media. “La clase media[…] es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social; ella asume por su iniciativa y su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable inspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa…”

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