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¿Por qué la izquierda ha dejado de hablar de 'libertad'?
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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¿Por qué la izquierda ha dejado de hablar de 'libertad'?

Es llamativo que en la retórica de la política izquierdista española prácticamente haya dejado de aparecer la libertad

Foto: Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
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Una de las nociones que, en mi juventud, hacían que me sintiera instintivamente de izquierdas era la de libertad. Yo era un rebelde moderado y muy manejable, pero la izquierda me parecía la ideología que menos parecía meterse en mi vida sexual, en mis gustos musicales, en la manera en que decidía vestir. Incluso para alguien como yo, la forma en que la izquierda recelaba de la idea de autoridad parecía infinitamente más atractiva que la suposición de que el mantenimiento del orden era más importante que las decisiones individuales.

Por supuesto, la cosa era más compleja: en la juventud, no entiendes del todo lo que es la política (y no sabes historia), no pagas impuestos, eres un beneficiario neto del estado de bienestar y te parece que no pasaría nada por que el orden —encarnado en tu madre, tu profesor y tu catequista— se fuera un poco, aunque fuera solo un poco, al cuerno. Pero incluso años más tarde, cuando estas cosas se empiezan a entender mejor, aunque uno se mueva de sitio ideológico, quizá debiera seguir siendo escéptico con la autoridad y poner la libertad individual en el centro de las ideas políticas.

En varios sentidos, la izquierda sigue siendo el lugar en el que estas ideas están mejor cobijadas

Y, en varios sentidos, la izquierda democrática sigue siendo el lugar en el que estas ideas están mejor cobijadas. Hoy, la derecha ha asumido cosas como el divorcio, el matrimonio homosexual o el ateísmo, pero no por gusto, sino porque la izquierda ha pasado décadas dando la batalla por ellas y ha conseguido un respaldo mayoritario. No hay libertad real sin que los individuos tengan unos mínimos materiales asegurados, y es la izquierda quien en muchos casos ha insistido en que, para luchar contra la pobreza o la precariedad, no bastan el esfuerzo personal y un mercado competitivo, sino que hace falta la redistribución. En cierto sentido, en las últimas décadas, ha sido la izquierda moderna quien más ha hecho para que podamos librarnos de las normas de la clase social en la que nacemos, la tradición en la que hemos sido educados o el destino que nuestros mayores tenían pensado para nosotros.

Izquierda autoritaria

Nada de eso ha desaparecido. Pero es llamativo que en la retórica de la política izquierdista española, prácticamente haya dejado de aparecer la libertad. Y, casi peor que eso, que ahora buena parte de sus argumentos pasen por una asunción acrítica de la autoridad. Es así, en parte, por una razón evidente: cuando la izquierda es la autoridad, quiere que esta sea respetada y que no se cuestione (la derecha, que ahora grita “libertad” en el Congreso, suele hacer exactamente lo mismo cuando está en el poder). Pero también lo es por otra: la identificación absoluta entre el Estado y el bien común. El Estado hace muchas cosas bien, que son imprescindibles para el bien individual y el común, y quizá debería hacer aún más. Pero no entender el potencial malvado de la política y del Estado, la manera en que este puede coartar nuestras libertades, incluso cuando gobiernan quienes consideras los tuyos, implica perder toda capacidad crítica.

Buena parte de los argumentos de la izquierda pasan por una asunción acrítica de la autoridad

Pablo Iglesias, que en el pasado se solidarizaba con quienes cuestionaban la autoridad estatal, ahora exige que no se interrumpa a “un vicepresidente [cuando] está en el uso de la palabra”. Una parte relevante de la izquierda que se ve a sí misma como la más antiautoritaria considera que “la libertad de expresión no puede ser nunca la de mentir, de intoxicar, y de hacerlo para enfrentar a la gente”, como decía hace unas semanas el actor Carlos Bardem, y acepta tácita o explícitamente que sea el Gobierno quien decida qué es libertad de expresión y qué es una 'intoxicación'. Los mismos activistas que, con razón, llevan años luchando por el uso éticamente dudoso que hacen las empresas de internet de nuestros datos de navegación y geolocalización, parecen no tener nada que decir ante la posibilidad de que el Estado haga lo mismo, pero aún con mayor blindaje legal y con fines potencialmente aún más peligrosos. O, más simple todavía: es probable que los confinamientos y las limitaciones de movimientos por la pandemia tengan todo el sentido del mundo, pero ¿no hay nada en la tradición de autonomía izquierdista que por lo menos cuestione el hecho de que un Gobierno declare un toque de queda? Basta con el contrafactual de imaginar qué haría la izquierda si estas medidas las tomara la derecha para asombrarse por su asombroso y repentino respeto por la autoridad.

No estoy recomendando saltarse las leyes. Estoy intentando recordar que el escepticismo ante la autoridad es un rasgo indispensable para mantener la capacidad crítica. Y hoy en día, la izquierda que ha promovido la llamada 'teoría crítica', que cuestiona desde la izquierda toda forma de poder (¿cuánto no habrá discutido sobre Foucault la izquierda universitaria?), que denuncia la manera en que unos seres humanos someten a otros (¿han asistido a alguna asamblea en Antropología?), que detecta en todas las relaciones humanas expresiones de sometimiento y sumisión (¿nunca han discutido sobre Bourdieu con un sociólogo marxista?), parece hoy haber comprado plenamente la idea de poder si la encarna ella. No estoy diciendo que la izquierda no mande. Estoy diciendo que no someta su capacidad crítica al goce de mandar y la sumisión a los líderes.

No estoy diciendo que la izquierda no mande. Estoy diciendo que no someta su capacidad crítica al goce de mandar y la sumisión a los líderes

Por supuesto, no tengo muchas esperanzas en el ataque de libertarismo de nuestra derecha. Celebro que haya asumido algunas cuestiones de libertad individual. A veces, su descaro puede resultar incluso envidiable. Y en muchas ocasiones sigue siendo posible verificar que algunas partes de la derecha se toman más en serio el pluralismo y la tolerancia que algunas partes de la izquierda. Pero, en cuanto vuelva a mandar, obviamente, volverá a identificar la libertad con su autoridad.

La idea de libertad es compleja y no significa lo mismo según quién la formule. Asumámoslo. Pero, aunque sea por honrar su admirable tradición libertaria y republicana, la izquierda debería volver a hablarnos todo el rato de libertad y suspicacia ante la autoridad. Ese era su proyecto original, ¿no?

Una de las nociones que, en mi juventud, hacían que me sintiera instintivamente de izquierdas era la de libertad. Yo era un rebelde moderado y muy manejable, pero la izquierda me parecía la ideología que menos parecía meterse en mi vida sexual, en mis gustos musicales, en la manera en que decidía vestir. Incluso para alguien como yo, la forma en que la izquierda recelaba de la idea de autoridad parecía infinitamente más atractiva que la suposición de que el mantenimiento del orden era más importante que las decisiones individuales.

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