El erizo y el zorro
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Estados Unidos: viaje al lugar rico más incómodo del mundo
'Viaje al sueño americano' muestra cómo los estadounidenses han hecho tantos esfuerzos para que todo sea lo más cómodo y barato posible que la vida allí se ha vuelto aburrida y muy incómoda
Imagine un lugar en el que es muy cómodo vivir. Las casas son grandes. Hay dispensadores automáticos de comida para gatos y las cortinas se descorren con solo darle a un interruptor. No es necesario pisar la calle y exponerse al riesgo de que te atraquen o de pasar frío: puedes comprar y pasear sin necesidad de salir de enormes edificios que tienen servicio de seguridad y mantienen la temperatura constante. En los restaurantes no hay sorpresas desagradables, porque son todos iguales. Si en el bar pides una tercera cerveza, el camarero te dice que será la última porque te vas a poner fatal. Si te enciendes un cigarrillo, tu empresa te despide y la policía te detiene. Es como vivir en una colonia espacial del futuro. Pero no lo es. Es Estados Unidos. Bill Bryson, uno de los escritores más divertidos del mundo, y uno de sus mejores observadores, le invita a visitarlos.
Las obras de Bryson han vendido más de quince millones de ejemplares. Algunas de ellas son clásicos libros de viajes, como
La idea que recorre los más de setenta artículos recopilados es muy perspicaz: los estadounidenses han hecho tantos esfuerzos para que todo sea lo más cómodo, conveniente y barato posible que al final la vida en América se ha vuelto aburrida y, en realidad, muy incómoda. En Estados Unidos, cuenta Bryson siempre de manera irónica, cada año 400.000 personas sufren lesiones por el mal uso de camas, colchones y almohadas, y 50.000 por accidentes con lápices, bolígrafos y otros accesorios de escritorio. El combustible es tan barato que la gente tiene la absurda costumbre de dejar el coche en marcha cuando entra en una tienda, “o mantiene la calefacción central a un nivel que escandalizaría al encargado de una sauna finlandesa”.
Bryson descubrió que su país, en realidad, le parecía tan desconcertante, incompetente y seductor como cualquier otro
Los estadounidenses, como el padre de Bryson, al que este rememora en varios artículos, solo distinguen tres sabores en la comida: sal, kétchup y quemado. Les gusta tanto tenerlo todo controlado que se ha puesto de moda que en los hoteles las terrazas al aire libre estén en el interior del edificio: así no hay imprevistos. Y la población espera que las máquinas hagan todo el trabajo. Pero suelen fallar: su padre “siempre compraba artilugios que resultaron ser desastrosos: vaporizadores de ropa que no quitaban las arrugas de los trajes, pero que hicieron que el papel pintado se cayera de las paredes; un sacapuntas eléctrico que podía consumir un lápiz entero (y las puntas de los dedos si no eras muy rápido); un irrigador bucal que era tan vigoroso que requirió que dos personas lo sujetaran y dejó el baño como el interior de un lavadero de coches”. A Bryson le fascina todo lo que ve en su país natal, que le parece extranjero, y buena parte de ello le resulta ridículo. “La gente es tan adicta a la comodidad que ha quedado atrapada en un círculo vicioso —dice—: cuantos más electrodomésticos que ahorran trabajo compran, más necesitan trabajar; cuando más trabajan, más electrodomésticos que ahorran trabajo creen que necesitan”.
En el fondo, Bryson adora su país, aunque “el implacable optimismo de Estados Unidos puede parecer un poco simplista a veces” (el libro apareció en inglés hace dos décadas, antes del tumulto político de los últimos años). Escribe con asombro sobre el formulario para hacer la declaración de la renta, las instrucciones de los ordenadores o el hecho de que todo el mundo tenga por costumbre denunciarse mutuamente para obtener inmensas indemnizaciones. Es una práctica tan arraigada, que los abogados de medio pelo se anuncian en televisión: “Hola, soy Vinny Slick, de Bend and Oily Law Associates. Si ha sufrido una lesión en el trabajo, o ha tenido un accidente de coche, o simplemente quiere tener algo de dinero extra, venga a mí y encontraremos a alguien a quien demandar”.
Los estadounidenses, como el padre de Bryson, solo distinguen tres sabores en la comida: sal, kétchup y quemado
Todos los libros de Bryson son divertidos e instructivos. Al ser una recopilación de artículos, Viaje al sueño americano no muestra su impresionante talento narrativo y su capacidad para hilar temas en un mismo relato. Pero tiene todas sus demás virtudes. Y ofrece al lector dos lecciones valiosas. La primera, como decía, que los estadounidenses —y, seguramente, todos los occidentales— están dispuestos a complicarse la vida hasta extremos impensables para tener una existencia, en teoría, más cómoda. La segunda, que si nos fijamos bien, las costumbres de nuestro país, de nuestro pueblo y de nuestros vecinos son tan extrañas y lunáticas como las de cualquier lugar remoto al que podamos viajar.
Imagine un lugar en el que es muy cómodo vivir. Las casas son grandes. Hay dispensadores automáticos de comida para gatos y las cortinas se descorren con solo darle a un interruptor. No es necesario pisar la calle y exponerse al riesgo de que te atraquen o de pasar frío: puedes comprar y pasear sin necesidad de salir de enormes edificios que tienen servicio de seguridad y mantienen la temperatura constante. En los restaurantes no hay sorpresas desagradables, porque son todos iguales. Si en el bar pides una tercera cerveza, el camarero te dice que será la última porque te vas a poner fatal. Si te enciendes un cigarrillo, tu empresa te despide y la policía te detiene. Es como vivir en una colonia espacial del futuro. Pero no lo es. Es Estados Unidos. Bill Bryson, uno de los escritores más divertidos del mundo, y uno de sus mejores observadores, le invita a visitarlos.
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