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Y si te dijera que lo hice
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Jaime M. de los Santos

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Y si te dijera que lo hice

Tengo cuatro hermanas, todas idénticamente dispares. Todas ruidosas. Las tres mayores conforman su propio universo, su particular versión del mundo. Luego está Ángela, el epílogo. Y estoy yo

Foto: 'The Smith family, Fife, Scotland', Thomas Struth, 1989.
'The Smith family, Fife, Scotland', Thomas Struth, 1989.

Mi familia, supongo, es como la de casi todos los demás; un sistema tan indefinido como eterno tratando de imponerse entre aquello que creyó vivir y lo que realmente ocurrió, entre una verdad fabricada y la inapelable y casi siempre densa realidad. Una familia como las que retrata Thomas Struth, extraordinariamente vulgares, absolutamente únicas. Una masa informe, facetada, insatisfecha. Un delirio bronco y feliz. Tengo cuatro hermanas, todas idénticamente dispares. Todas ruidosas. Las tres mayores conforman su propio universo, su particular versión del mundo. Luego está Ángela, el epílogo. Y estoy yo. Ser el único ejemplar masculino en mitad de ese gineceo vociferante y franco, sigue constituyendo un misterio, un laberinto imbricado de formas redondas y pechos colmados. Sin esquinas. Una oportunidad. Cada una representa una historia, su historia, y juntas, sin saberlo, han construido la mía.

Nos relacionamos de forma igualmente desigual. Por momentos. Con ausencias. Agotando todas las fórmulas, cada una de las infinitas permutaciones. Versiones reducidas, hilarantes, infatigables, alambicadas, disonantes, asimétricas, abstractas. Y la estival. Es en verano cuando volvemos a andar juntos. Por la arena. Por las historias de siempre. Cuando volvemos a reír juntos, a observarnos con fruición. Imagino que es nuestra manera de tomar tierra, de contravenir al tiempo que pesa, de generar nuevas viejas miradas. Lo de siempre. Un poco como esa 'familia de saltimbanquis' que retratara Picasso, que después inspiraría a Rilke una de sus 'Elegías de Duíno'; cada uno con su disfraz, permanentemente en equilibrio. A la espera.

placeholder 'Familia de saltimbanquis', Pablo Picasso, 1905. National Gallery of Art (Washington).
'Familia de saltimbanquis', Pablo Picasso, 1905. National Gallery of Art (Washington).

No sé muy bien por qué pero, este verano de esperas, de fauces cubiertas, solo he leído a mujeres. Tatiana Țîbuleac, Hilary Mantel, Clarice Lispector, Irene Vallejo, Alice Munro. Historias inmensas. Mujeres inmensas. Vigdis Hjorth, una de ellas, también escribe sobre mujeres, sobre sus hermanas, sus hijas, su madre, pero con una frialdad que quema. Lo que hace en 'La herencia', lo que nos hace, es descarnado y bello, doliente y desesperado. Un retrato familiar sin límites ni afeites, sin velos, sin posibilidad de atajos. A base de pinceladas duras y secas. Una escritura feroz. “Y si te dijera que lo hice”, obliga a decir al padre omnipresente; un 'basso' continuo, una amenaza constante. ¿Y si dijera que lo hizo? Luego están las casas en la isla de Hvaler, la niebla, el frío, la nieve, el teatro, Freud, Jung. Un miedo insoportable a decir, a vivir, a callar, a no ser, a estar. “Perdí a mi familia más cercana hace veintitrés años”, insiste en una suerte de negación necesaria, “fue elección mía”.

Lo que hace Hjorth en 'La herencia', lo que nos hace, es descarnado y bello, doliente y desesperado

También Louis, en 'Juste la fin du monde', huye. Pero regresa. Doce años después. Enfermo. Más ausente que cuando no estaba. Y todo sigue igual. También él. Sobre todo él. Por eso sigue sin encajar. Por eso sigue sin entender. Ha olvidado que esa historia es la suya, que la mujer neurótica que fuma a escondidas es su madre. Y se siente como Gregorio Sansa, aislado en su habitación, con su propia manzana pegada al pecho. Casi sin poder respirar. Xavier Dolan consigue que sus silencios se oigan desesperados entre la histeria de una familia rota, ciega, anegada de traumas; que sus gritos se mantengan callados, contenidos. Saturando la pantalla.

placeholder Marion Cotillard, Xavier Dolan y Nathalie Baye, durante el rodaje de 'Juste la fin du monde', 2017.
Marion Cotillard, Xavier Dolan y Nathalie Baye, durante el rodaje de 'Juste la fin du monde', 2017.

Hay gritos que duelen como silencios, que rasgan el alma, el aire, la fe. Pascal Rambert obliga a sus personajes a increparse, a enfrentarse a sus miserias, a renacer de la mancha sin huir de ella, sin renunciar a ella. Acariciándola. Deglutiéndola. Expiándola. Cuando Bárbara le espeta a Irene que la palabra “hermana” le rasga los labios, no solo quiere dañarla, agredirla, humillarla, lo que busca es derribarla. Su destrucción moral. Todo vale entre hermanas. Miguel de Unamuno escribió que si Caín no hubiera asesinado a Abel, “habría sido este el que habría acabado matando a su hermano”. Otra mirada. La familia como cárcel, como condena, como espejo. Como génesis.

placeholder 'Mis abuelos, mis padres y yo', Frida Kahlo, 1936. MoMA.
'Mis abuelos, mis padres y yo', Frida Kahlo, 1936. MoMA.

Hay días que me miro al espejo, esa “liquidez en la que se puede sumergir la mano”, y veo a mi madre. Sus ojos hundidos. Su mirada inquieta. En parte soy ella. Somos lo que sintieron otros, lo que defendieron otros, lo que otros padecieron. Una réplica imperfecta, inconsciente; el reflejo de otro tiempo, de otros cuerpos. Frida Kahlo pinta a los suyos amarrados por arterias. Quietos. Se busca en ellos. En su madre, que viste de blanco, la piel morena, orlada de jazmín; en su abuela paterna, con sus mismas cejas ondeantes. No se puede negar el pasado. Ningún pasado. No se puede ocultar lo que fue, porque sigue siendo. No se puede exiliar nada. Ni a nadie. Todo está relacionado con todo. La duda, no sé si razonable, es cuanta luz quieres ver en todo aquello, no cuanta oscuridad hubo en realidad.

* 'La herencia'. Vigdis Hjorth. 2016. Nórdica Libros.

'Just la fin du monde'. Xavier Dolan. 2017.

'Hermanas'. Pascal Rambert. 2019. Teatro Pavón Kamikaze.

Mi familia, supongo, es como la de casi todos los demás; un sistema tan indefinido como eterno tratando de imponerse entre aquello que creyó vivir y lo que realmente ocurrió, entre una verdad fabricada y la inapelable y casi siempre densa realidad. Una familia como las que retrata Thomas Struth, extraordinariamente vulgares, absolutamente únicas. Una masa informe, facetada, insatisfecha. Un delirio bronco y feliz. Tengo cuatro hermanas, todas idénticamente dispares. Todas ruidosas. Las tres mayores conforman su propio universo, su particular versión del mundo. Luego está Ángela, el epílogo. Y estoy yo. Ser el único ejemplar masculino en mitad de ese gineceo vociferante y franco, sigue constituyendo un misterio, un laberinto imbricado de formas redondas y pechos colmados. Sin esquinas. Una oportunidad. Cada una representa una historia, su historia, y juntas, sin saberlo, han construido la mía.