Es noticia
¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en un museo?
  1. Cultura
  2. Íncipit
Jaime M. de los Santos

Íncipit

Por

¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en un museo?

Es el mundo quien se niega a mirarlas, su mundo el que las quiere mansas

Foto: 'Falenas', Carlos Verger Fioretti, 1920. Museo Nacional del Prado.
'Falenas', Carlos Verger Fioretti, 1920. Museo Nacional del Prado.

No queda un ápice de simetría en 'Las vitrinas' de Gutiérrez Solana. No queda ni siquiera perspectiva euclidiana. Cinco maniquíes, pasión de surrealistas, encapsulados en su cárcel de vidrio, saldo inmóvil de otro tiempo. Ellas no miran porque no tienen ojos (bueno, si, de mudo cristal), y se muestran solícitas, quedas. Adecuadas. Él sencillamente no tiene cabeza. Como si la 'Judith' de Artemisia Gentileschi se la hubiese arrancado; como si, convertido en Bautista, esperara en otra sala orlado de roja sangre. Al fondo, casi planas, cuelgan casacas, desmembrados torsos que podrían pasar por exvotos laicos. Todo en la más absoluta penumbra parda. En silencio. Dispuesto a ser consumido, observado. Otra naturaleza muerta. Turban sus gestos, los de ellas, su fría blancura, su halo consentidor. Turba el pensarlas vivas. Allí expuestas. Arrinconadas. Sometidas. Si lo estuvieran, si en verdad fueran carne, todo estaría igual. Mismo encierro. Mismo hambre. Misma pasividad franca. Si respiraran, no habría más aire que el diferido, que el racionado. Es el mundo quien se niega a mirarlas, su mundo el que las quiere mansas. Simples cosas.

placeholder 'Las vitrinas', José Gutiérrez Solana, 1910. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
'Las vitrinas', José Gutiérrez Solana, 1910. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Dice Mark Twain, que escribió Adán, que Eva afirmaba no ser “una cosa”. Como tal han sido tratadas sus “hijas”, costillas roturadas sin más derecho que el de asentir. Calladas. Las que piensen, las que hablen, serán brujas, serán putas, serán malas; 'Hijas de Lilith'. Sobre el lienzo, con los ojos enmarcados de negrura, con la mirada fija, dura, envuelta en satén blanco, acodada, una de ellas, la 'Falena' de Verger Fioretti, nos increpa. Es como una esfinge de pelo encarnado, desafiante, hipnótica; como la Mesalina de Suetonio. Quizás se crea libre, poderosa. Tal vez se sienta deseada. Pero se ha vuelto objeto, presa; necesita venderse para comprar. Sigue amarrada. Poco antes, en 1917, Marcel Duchamp ha invertido un inodoro para invertir su uso; para que, al fin, deje de servirle al hombre. 'La Fontaine' es un desacato, una conmoción para el omnipotente y omnipresente ojo masculino. Una liberación femenina. “Crítica activa”, dirá Octavio Paz. Una batalla.

placeholder 'Habla', Cristina Lucas, 2008. Vídeo HD-169. 7'. Colección particular.
'Habla', Cristina Lucas, 2008. Vídeo HD-169. 7'. Colección particular.

Hay batallas que en verdad son necesarias. Que purifican. Cuando en 1985 la ciudad de Nueva York amanece cubierta de intentos desesperados por darle a la mujer su sitio, se abunda en la pertinaz lucha. '¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en un museo?', gritan. La respuesta es sí. 'Olympias', 'Danaes', 'Cleopatras' o 'Susanas', colman esos depósitos de belleza que son los centros de arte; se muestran explícitas. Pero yermas. La más perfecta, la más carnal, siempre será Venus. Por eso la sufragista Mary Richardson, en un desmán iconoclasta, la hiere; por ser “la mujer más bella”, por el mirar lúbrico y ventajista de todos esos hombres que se apostan “asombrados” frente a ella. Es 10 de enero de 1914 y la 'Venus del espejo' de Diego Velázquez, toda perfección clásica, padece de su mano el mismo ultraje, la misma ignominia, el mismo dolor que las silenciadas, que las apartadas, que esa “otra mitad del mundo”. Lo que, pasado un siglo, Cristina Lucas persigue cuando se encarama al Moisés de Miguel Ángel, mazo en ristre, es igualmente subversivo. Acabar con el patriarcado, con la indulgente y procaz autoridad establecida. Pero su acción es poética, evanescente, pacíficamente belicosa. Clara.

placeholder 'La bestia humana'. Antonio Fillol Granell. 1897. Museo Nacional del Prado
'La bestia humana'. Antonio Fillol Granell. 1897. Museo Nacional del Prado

Todavía falta camino, lucha. Aún quedan muchas acciones por emprender. Para cubrir ciudades, pechos, conciencias. Para cambiar criterios, falsas verdades. Para que las mujeres ocupen, en justicia, su lugar; ese que les fue negado, extirpado, por simplemente ser quienes eran. Por morder la manzana. Hasta en los museos fueron vetadas, escondidas, humilladas. “Temas menores”, decían. Ahora, en el Prado, también se habla de ellas. De sus necesidades, de su genio, del doliente mutismo al que han sido obligadas; de ellas como matriz, como espejo, como 'copiantas', como fotógrafas, como pintoras. Como ideal. Primero fue Clara Peeters, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Hoy, son Rosa Bonheur, Aurelia Navarro o María Roësset. Un recorrido casi en conciencia a través de un siglo arbitrario y feliz en el que ciertos absolutismos se tambalean, donde la cultura se ensancha. Cien años de brechas, de esa incapacidad terca para entender nada y creer que lo sabes todo; de avances, de frenos. Años de relativa y cruenta paz. De misoginia cobarde. De 'Bestias humanas'.

Donde no hay un instante de paz es en el 'Guernica' de Picasso. No hay consuelo para todas esas mujeres anónimas que desnudan sus senos, su alma. Que sufren, que lloran. Es el teatro de la muerte, de la vida. En la escena solo están ellas; trágicas, abigarradas. Y su inmenso dolor. Madres, hijas, amantes y hermanas sobreviven a la barbarie, se retuercen. Como un coro de rotas vestales. Mientras estuvieron en el Prado, otra vitrina, como la de Gutiérrez Solana, las mantenía aisladas, en una soledad preventiva. Casi a tientas. Eran otros tiempos. De libertad, sí; también de miedo. Miedo al dolor, a la venganza, al futuro, a las balas. A esa libertad recientemente estrenada.

*'Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España' (1833-1931).

Comisario: Carlos G. Navarro.

Museo Nacional del Prado. Hasta el 14 marzo de 2021.

No queda un ápice de simetría en 'Las vitrinas' de Gutiérrez Solana. No queda ni siquiera perspectiva euclidiana. Cinco maniquíes, pasión de surrealistas, encapsulados en su cárcel de vidrio, saldo inmóvil de otro tiempo. Ellas no miran porque no tienen ojos (bueno, si, de mudo cristal), y se muestran solícitas, quedas. Adecuadas. Él sencillamente no tiene cabeza. Como si la 'Judith' de Artemisia Gentileschi se la hubiese arrancado; como si, convertido en Bautista, esperara en otra sala orlado de roja sangre. Al fondo, casi planas, cuelgan casacas, desmembrados torsos que podrían pasar por exvotos laicos. Todo en la más absoluta penumbra parda. En silencio. Dispuesto a ser consumido, observado. Otra naturaleza muerta. Turban sus gestos, los de ellas, su fría blancura, su halo consentidor. Turba el pensarlas vivas. Allí expuestas. Arrinconadas. Sometidas. Si lo estuvieran, si en verdad fueran carne, todo estaría igual. Mismo encierro. Mismo hambre. Misma pasividad franca. Si respiraran, no habría más aire que el diferido, que el racionado. Es el mundo quien se niega a mirarlas, su mundo el que las quiere mansas. Simples cosas.

Museo