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Escenas de un paisaje de luz por la noche; corriendo
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Jaime M. de los Santos

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Escenas de un paisaje de luz por la noche; corriendo

Un repaso a ritmo de 'running' por el Retiro y el Paseo del Prado, recientemente nombrados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco

Foto: 'El salón del Prado y la Iglesia de San Jerónimo', Eduardo Rosales, 1871. (Museo del Prado)
'El salón del Prado y la Iglesia de San Jerónimo', Eduardo Rosales, 1871. (Museo del Prado)

Siempre que corro lo hago en el Retiro. Igual que un hámster. Por la noche. Pegado a la verja que lo embrida. Somos muchos los que damos vueltas incansables. Todos diferentes, iguales. Nos esquivamos. Nos miramos sin mirar; de reojo. Concentrados. Yo corro con música. Una playlist imposible, deslavazada, incoherente; como el mundo. A veces triste. El nexo soy yo, mi carrera. Está Gaby Moreno y está Coque Malla. Elis Regina y Françoise Hardy. Dorian Wood y Vanessa da Mata. La mayoría voces de mujer. Voces francas, intensas. Corro e intento no pensar. O muy poco —aunque no lo consiga—. Entre árboles grandes y ruinas románticas. A través del agua que diseminan aspersores inciertos; reflejándome en ella cuando la encuentro estancada. En mitad de un edén de plantas que ahora es Patrimonio. De todos. El Retiro ya era un paisaje universal, un telón de fondo con la ciudad al fondo. Una cabaña donde poder ser un salvaje bueno. Una caja de resonancia. Hoy más. Corro y siento el eco de mis pasos bajo el pecho. Sobre mi cabeza el cielo, ayer estrellado; y una bóveda de hojas casi negras. Que por el día son amarillas, verdes, rojas. Por momentos supero a mi sombra. No siempre. Huele a mojado. No quedan lectores ni de líneas ni de manos. Tampoco escritores de vidas. Solo piernas que corren. Una detrás de la siguiente. Y Alfonso XII mirando. Él también. A caballo.

placeholder 'El estanque grande del Buen Retiro', Juan Bautista Martínez del Mazo, 1657. (Museo del Prado)
'El estanque grande del Buen Retiro', Juan Bautista Martínez del Mazo, 1657. (Museo del Prado)

Salgo. Cuesta abajo. Por la pendiente de Claudio Moyano —otro moderado—. Un sinfín de casetas se alinean como cuentas de un Rosario. Pintadas de gris perla. Llenas de libros; la mayoría viejos. Parecen carromatos varados, confesionarios esperando una cuita. Teatros para títeres como los de Cachiporra. La última vez que me confesé lo hice con un libro, 'El mundo de ayer'. Allí dejó escrito Stefan Zweig que, en Viena, “todo lo que se expresaba con música era motivo de fiesta”. Después vendría la guerra. Y con ella la muerte. Suena en mis orejas Violeta Parra. Gracias a la vida. Son las diez y cuarto. Tuerzo y toco la cerca de piedra del Jardín Botánico; neoclásica. La que enfaja ese otro vergel salpicado de surtidores; exótico. No hace calor. Todo está como lo pintó Luis Paret. Más o menos. Con la misma estructura granítica que Sabatini le copió a Serlio, para Carlos III. Pero sin parasoles ni mantillas. Ni sillas de mano. Emergen con luz tenue las cuatro fuentes de Ventura Rodríguez, alineadas. Cuatro fustes cortos sobre sencillas tazas decorados con testas de oso, por nuestro escudo; coronados por tritones ahogando delfines. No paran de brotar. Indiferentes, idénticas. Y al fondo El Prado. Su fachada inmensa.

placeholder 'El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado', Luis Paret y Alcázar, 1790. (Museo del Prado)
'El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado', Luis Paret y Alcázar, 1790. (Museo del Prado)

El Museo del Prado es hiperbólico desde fuera. “Una desahogada y prolongada Galería, a la cual con propiedad podrá adjudicársele el título de Museo de todos los productos naturales”, escribió Juan de Villanueva. La naturaleza no acabó entrando bajo los casetones de la Galería Central. Ni en la Rotonda. O no como él soñó. Si acaso en forma de Paisajes, de Vistas, como los que pintó Poussin, Patinir, Brueghel; que cuelgan en esa basílica para la eternidad, junto a la historia viva de la belleza. Pero la naturaleza lo abraza, lo mece, lo aparta; un poco. Mitiga su sombra. Sigo corriendo. Miro a Neptuno. Emerge del mar sobre una concha abultada, hercúleo. Ya no mira a Cibeles. Ni a Apolo. Mira al frente. Un capricho moderno. Lo que queda del Palacio de Recreo del Rey Planeta, el Salón de Reinos, se escora hueco, ampliado, a la espera de que Norman Foster lo vuelva a desmontar para mirar al pasado. Otra vez. Entre más árboles. Sin coches. En silencio. Esquivo tres —coches—, dos parejas con un perro y una bici noctívaga. Con el Casón a mi espalda me pienso la segunda vuelta. Siempre digo sí. Nunca la acabo. “Todo lo que no es tradición es plagio”, reza su fachada parafraseando a Eugenio D´Ors. Allí estuvo 'El Guernica'. Encapsulado como si fuera aire de París. Bajo los frescos de Luca Giordano. Otra fantasía barroca.

placeholder 'Museo del Prado, vista de una sala con paisajes', José Lacoste y Borde, 1907-1915. (Museo del Prado)
'Museo del Prado, vista de una sala con paisajes', José Lacoste y Borde, 1907-1915. (Museo del Prado)

Son las diez y media y la Puerta de Felipe IV sigue abierta. Con sus cornucopias henchidas de piedra. La misma que recibió triunfal a dos reinas para un mismo rey. María Luisa de Orleans y María Ana del Palatinado-Neoburgo. Ambas hueras. Entro. Trece escalones y el Parterre. Menos salvaje. Más ordenado. Rendido al teatro. Al Nobel don Jacinto Benavente. Y corro sí, pero Paloma Sobrini bucea. No solo en el mar; entre libros. Esa mujer rubia y seria, la primera Decana de los arquitectos de Madrid, conoce como pocos este pedazo de ciudad que no se ha dejado engullir. Que se ha domesticado solo a medias. Le gusta perderse en ese otro jardín dentro del parque donde campan solos pavos reales. Frente a lo que fue casa de fieras; recinto carcelario para criaturas vivas. De aquella 'distracción' solo siguen, en sus pedestales de ladrillo rojo, dos leones blancos de Colmenar, sedentes. Y el recuerdo. Madrid entero es un lugar de recuerdos. De estampas. De Cartones para tapices. De atmósferas únicas; rosas, naranjas, negras. Las que pintó Velázquez. Las que pinta Antonio López. Dejo de correr. Salta una canción —llevo puesto el modo aleatorio—. 'Cactus tree' de Joni Mitchell. Habla del amor, de corazones huecos como cactus; la verdad, no creo que haya ninguno realmente así. Y dice: “mientras ella está tan ocupada siendo libre”. De eso también va Madrid. De ser feliz. De ser libre. Siempre. No de cualquier manera.

Siempre que corro lo hago en el Retiro. Igual que un hámster. Por la noche. Pegado a la verja que lo embrida. Somos muchos los que damos vueltas incansables. Todos diferentes, iguales. Nos esquivamos. Nos miramos sin mirar; de reojo. Concentrados. Yo corro con música. Una playlist imposible, deslavazada, incoherente; como el mundo. A veces triste. El nexo soy yo, mi carrera. Está Gaby Moreno y está Coque Malla. Elis Regina y Françoise Hardy. Dorian Wood y Vanessa da Mata. La mayoría voces de mujer. Voces francas, intensas. Corro e intento no pensar. O muy poco —aunque no lo consiga—. Entre árboles grandes y ruinas románticas. A través del agua que diseminan aspersores inciertos; reflejándome en ella cuando la encuentro estancada. En mitad de un edén de plantas que ahora es Patrimonio. De todos. El Retiro ya era un paisaje universal, un telón de fondo con la ciudad al fondo. Una cabaña donde poder ser un salvaje bueno. Una caja de resonancia. Hoy más. Corro y siento el eco de mis pasos bajo el pecho. Sobre mi cabeza el cielo, ayer estrellado; y una bóveda de hojas casi negras. Que por el día son amarillas, verdes, rojas. Por momentos supero a mi sombra. No siempre. Huele a mojado. No quedan lectores ni de líneas ni de manos. Tampoco escritores de vidas. Solo piernas que corren. Una detrás de la siguiente. Y Alfonso XII mirando. Él también. A caballo.

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