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De la otredad, el amor y la guerra
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Jaime M. de los Santos

Íncipit

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De la otredad, el amor y la guerra

Todo es trágico en Pajtim Statovci, hasta el amor verdadero; porque en todo está la guerra, las de Yugoslavia y la librada dentro del pecho, las que siguen matando hoy

Foto: Los libros de Pajtim Statovci.
Los libros de Pajtim Statovci.

A veces pasa que no salen las palabras. Hay veces, incluso, que los temas te esquivan, se alejan. Y da lo mismo todo lo que hayas visto o creído ver -no siempre miramos-, la cabeza se seca, las ideas crujen. Así ando yo ahora, justo cuando me siento a escribir este Íncipit, sin saber a qué dedicar su tiempo -el suyo, de quienes leen- y mis letras. Y divago. Y hago café -he recuperado el molinillo eléctrico y la cafetera de aluminio rayado-. Y pienso en Pajtim Statovci, en su vida, en sus novelas -consecuencia las unas de la otra-, en cómo será eso de escribir tan bonito. Las recibí en casa envueltas con papel de estraza, abrazadas por un escaso cordón de esparto, hace poco más de un mes. Tres tomos con su efigie, la de él, por detrás de una reserva blanca con el título y su nombre; tres retratos del mismo hombre con diferente mirada y una biografía al envés, “nació en Kosovo, aunque creció en Finlandia después de que su familia se instalase allí huyendo de las guerras de Yugoslavia”. Me levanto. Están colocadas una sobre la otra -siguiendo, escrupuloso, su año de edición-, tumbadas por encima de la obra completa -en castellano- de Melania Mazzucco. Las leí en una semana, las tres, de un salto; creo que no soy capaz de separar sus historias, se han vuelto una pero poderosa. Me encantaría verlas en cine, cosidas sin orden; acompañadas del silencio hueco del miedo a la guerra. Son todas teselas del mismo universo, el nuestro, que retumbaba y aún lo hace a un palmo, un poco al este; al que hemos querido dar la espalda para intentar sentirnos mejor.

placeholder 'Mi gato Yugoslavia', de Pajtim Statovci. 2014.
'Mi gato Yugoslavia', de Pajtim Statovci. 2014.

Todo empieza con el encuentro del protagonista -kosovar, inmigrante y gay- y un gato que no es un gato sino su forma de adjetivar al hombre que un día creyó amar; un gato que habla como el que sueña Lewis Carroll y es cruel como a veces somos todos; un gato castrador, hiriente, al que podríamos darle la voz que una vez le dio Rossini -“Miau”-. No sé si por mi grave alergia -me inflamo igual que un pez globo con solo mirarlos- o por la fascinación que me provoca su belleza extrema, pero leí Mi gato Yugoslavia en un día, de un golpe, sin moverme de la misma silla de plástico de jardín. Eso de la otredad -promiscuo y complejo vocablo que me preocupa de veras- se manifiesta, y de forma infalible, casi desde el arranque, con los primeros pensamientos; la otredad de quien conforma una minoría entre minorías, aislado, incluso, por sus endémicos miedos, parapetado tras la máscara de la conveniente y gélida construcción social. El hijo de un padre sin tierra, infeliz, con la piel peligrosamente oscura para una latitud nívea y embebida en la superioridad del que asila pero no abraza; con una fe heredada incapaz de entender el amor y el deseo entre iguales y una necesidad endémica de furibunda venganza. Y con una serpiente, una boa constrictor que repta y muda de piel en su casa, ante sus asustadas pupilas. Cada palabra parece pensada, a él sí le salen, para que veamos lo que él mira, como él lo hace, con las lentes deformantes de su experiencia traumática. Sin más filtro que el del folklore heredado.

placeholder La cabeza de Medusa. Caravaggio. 1597. Galeria degli Uffizi.
La cabeza de Medusa. Caravaggio. 1597. Galeria degli Uffizi.

Una serpiente, “más astuta que todos los animales de la tierra”, engañó a Eva y condenó por siempre a su estirpe. Las hay enzarzándose en la cabeza de Medusa -las de Caravaggio son un prodigio-. Otra se arrastra en Bolla -la última de sus novelas-. Que se parece a la del Génesis de la Biblia. Que se ha colado en el paraíso y amenaza a Dios y su creación. Que pudiera ser el pecado, el de la carne. Que acaba convertida en pederastia -sin saberlo- y desemboca en tragedia. Todo es trágico en Statovci, hasta el amor verdadero; porque en todo está la guerra - como impertérrito telón de fondo-, las de Yugoslavia y la librada dentro del pecho, las que siguen matando hoy. Recuerdo a Bujar pero no estoy seguro de en cuál de los tres libros aparece. Releo. Lo encuentro. Es el antihéroe - propiciatorio- de El corazón de Tirana, el errante y camaleónico joven que busca una identidad -como un personaje de Pirandello-. Que de la mano de su amigo Agim alquila una barca para escapar del hambre cruzando a Italia sin pasar por la Lampedusa hacinada de Fuego en el mar. También emerge el mito en su historia, todo lo que de legendario vibra en su acervo; a través de otro padre que invierte en pasado, en costumbres, en todo lo que le alarga la sombra; eso que a fuerza de costumbre y constancia, marca. Una especie de Tiresias que también escribe y encuentra palabras para describir su mundo; que no por ser incierto es menos suyo. Todos lo hacemos, reconstruir el nuestro, muchas veces sin saberlo. Imaginen cuando ese mundo es el infierno; la mentira, el propio engaño, son la única salida. También la belleza.

placeholder 'Fuego en el mar'. Gianfranco Rosi. 2016.
'Fuego en el mar'. Gianfranco Rosi. 2016.

A veces pasa que no salen las palabras. Hay veces, incluso, que los temas te esquivan, se alejan. Y da lo mismo todo lo que hayas visto o creído ver -no siempre miramos-, la cabeza se seca, las ideas crujen. Así ando yo ahora, justo cuando me siento a escribir este Íncipit, sin saber a qué dedicar su tiempo -el suyo, de quienes leen- y mis letras. Y divago. Y hago café -he recuperado el molinillo eléctrico y la cafetera de aluminio rayado-. Y pienso en Pajtim Statovci, en su vida, en sus novelas -consecuencia las unas de la otra-, en cómo será eso de escribir tan bonito. Las recibí en casa envueltas con papel de estraza, abrazadas por un escaso cordón de esparto, hace poco más de un mes. Tres tomos con su efigie, la de él, por detrás de una reserva blanca con el título y su nombre; tres retratos del mismo hombre con diferente mirada y una biografía al envés, “nació en Kosovo, aunque creció en Finlandia después de que su familia se instalase allí huyendo de las guerras de Yugoslavia”. Me levanto. Están colocadas una sobre la otra -siguiendo, escrupuloso, su año de edición-, tumbadas por encima de la obra completa -en castellano- de Melania Mazzucco. Las leí en una semana, las tres, de un salto; creo que no soy capaz de separar sus historias, se han vuelto una pero poderosa. Me encantaría verlas en cine, cosidas sin orden; acompañadas del silencio hueco del miedo a la guerra. Son todas teselas del mismo universo, el nuestro, que retumbaba y aún lo hace a un palmo, un poco al este; al que hemos querido dar la espalda para intentar sentirnos mejor.

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