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De mujeres que mueven la boca y hombres que mejor si estuvieran callados
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Jaime M. de los Santos

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De mujeres que mueven la boca y hombres que mejor si estuvieran callados

A veces, todos movemos la boca despreciando la idea de no decir nada —error—. Los hay que eligen justo los vocablos que jamás deberían haber hilvanado

Foto: Bandas rivales en 'West side story'. Robert Wise and Jerome Robbins. 1961.
Bandas rivales en 'West side story'. Robert Wise and Jerome Robbins. 1961.

Marni Nixon ponía la voz, Deborah Kerr, Natalie Wood o Marilyn Monroe el torso, la cara, los gestos. Como si de una ventrílocua se tratara, las unas abrían la boca -perfilada- y a la que se oía era a ella, su timbre, su acento, el aire brotando y rozando sus cuerdas. Una mujer dentro de otra con una fuerza bocal hiperbólica, como un generador de energía inapelable. Una dinamo obligada al silencio -por contrato- para asegurarle la fama a esas otras, a sus cuerpos, a unas interpretaciones inmensas pero carentes de tono. Mucho antes que Nicole Kidman en Moulin Rouge, Marilyn ya le cantaba a las joyas -“a girl´s best friend”- enfundada en una segunda piel fucsia de satén de Travilla. Bajaba la escalera y movía los labios, los brazos, el abanico; callada. No importa, ese TODO era mejor. E inolvidable. Tanto como el Tonight que en West Side Story canta en verdad la Nixon, como el María de Jimmy Bryant. Quien también lo hace, cantar, -y arrastrando mucho la r de “Puerto Rico”- es Rita Moreno en la misma azotea, bajo un ciclorama pintado de noche, “you forget I'm in America”; y Audrey Hepburn pero en Breakfast at Tiffany´s, recostada en el alfeizar de su ventana. Moon River, Henry Mancini -“dream maker”- se la escribió a ella, para ella, y sólo ella, la escandalosa Holly Golightly -con o sin peineta-, podía haberlo hecho así.

placeholder Audrey Hepburn cantando 'Moon River' en 'Breakfast at Tiffany´s'. Blake Edwards. 1961.
Audrey Hepburn cantando 'Moon River' en 'Breakfast at Tiffany´s'. Blake Edwards. 1961.

A Audrey la vestía Hubert de Givenchy -su amigo del alma, con el que paseaba del brazo entre los bousquinistes de París-, y Marni Nixon cantó por ella en My fair lady -sin permiso de Cecil Beaton-. Todo lo que dice en Charada es brillante, y en The children´s hour, su silencio final atraviesa. En España quisieron que se llamara La calumnia; más claro, más severo. Da igual. Es la misma cinta, la misma historia. Una niña que inventa palabras, que las ata a una vida, que no mide la distancia de lo que puede ocurrir. Y ocurre. Y Shirley MacLaine lo paga como en un texto de Carson MacCullers. A veces, todos movemos la boca despreciando la idea de no decir nada -error-. Hay veces, incluso, que encaramados a la tribuna de caoba, envestidos de una fatua autoridad, los hay que eligen justo los vocablos que jamás deberían haber hilvanado, quienes engendran un discurso que por su naturaleza ni siquiera es arenga, sólo ruido; bilioso y banal ruido. Un tronar dictado, que siempre silabea el que poco o nada tiene ya que decir; por si en pago cae un cargo -desde el que seguir destrozando la lengua-; sin gracia, ni ventana, ni azotea -sólo un palio pintado con la reina Isabel abrazando las artes-. Por eso yo las prefiero a ellas -aunque no sean rubias-, siempre. Haciendo que cantan o cantando bajo la lluvia, lo mismo que Debbie Reynolds.

placeholder Cartel de 'Singin in the rain'. Gene Kelly y Stanley Donen. 1952.
Cartel de 'Singin in the rain'. Gene Kelly y Stanley Donen. 1952.

Aquí, en nuestro cine, las hay también que cantan con una voz diferente. Marisa Paredes en La flor de mi secreto o Penélope Cruz en Volver -Luz Casal y Estrella Morente-. Dos tesituras casi paladeadas para una ficción. Una ofrenda a la intérprete, a quien precisamente pone la voz. Porque Almodóvar en lo que más invierte es en la idea de belleza suprema, en la casi perfección de una obra que nace de añadidos; una mujer ideal ideada para un propósito: hacer sentir. Y eso es lo que sirve, lo que importa; en la vida y en su arte. Y si hay que robarle sonidos al aire, se hace. Y si hay que convertirse en instrumento, también. Julieta Serrano parafrasea - entre tinieblas- a Lucho Gatica y Caetano Veloso colma la noche de Cucurrucucú paloma -hable con ella-; siempre música. Es un placer sentarse y mirar, aún más si lo que suena y acompaña a la imagen es bueno. Bueno y bello, para Platón, eran la misma cosa. Yo, de momento, he hecho una lista de reproducción con todos estos temas, para salvarme de seguros soliloquios simiescos que en el futuro retumbarán de nuevo donde lo que debiera escucharse son sólo certezas; para aislarme, entre acordes, del mundanal ruido de afuera. Ustedes, busquen estas u otras canciones. Pónganselas bien altas. No vaya a ser que entre improperios lleguen a calar las bajas formas, las malas artes. Hay quien dice que son lluvia fina -el Little april shower de Bambi-.

placeholder Marilyn Monroe en 'Gentlemen prefer blondes'. Howard Hawks. 1953.
Marilyn Monroe en 'Gentlemen prefer blondes'. Howard Hawks. 1953.

Marni Nixon ponía la voz, Deborah Kerr, Natalie Wood o Marilyn Monroe el torso, la cara, los gestos. Como si de una ventrílocua se tratara, las unas abrían la boca -perfilada- y a la que se oía era a ella, su timbre, su acento, el aire brotando y rozando sus cuerdas. Una mujer dentro de otra con una fuerza bocal hiperbólica, como un generador de energía inapelable. Una dinamo obligada al silencio -por contrato- para asegurarle la fama a esas otras, a sus cuerpos, a unas interpretaciones inmensas pero carentes de tono. Mucho antes que Nicole Kidman en Moulin Rouge, Marilyn ya le cantaba a las joyas -“a girl´s best friend”- enfundada en una segunda piel fucsia de satén de Travilla. Bajaba la escalera y movía los labios, los brazos, el abanico; callada. No importa, ese TODO era mejor. E inolvidable. Tanto como el Tonight que en West Side Story canta en verdad la Nixon, como el María de Jimmy Bryant. Quien también lo hace, cantar, -y arrastrando mucho la r de “Puerto Rico”- es Rita Moreno en la misma azotea, bajo un ciclorama pintado de noche, “you forget I'm in America”; y Audrey Hepburn pero en Breakfast at Tiffany´s, recostada en el alfeizar de su ventana. Moon River, Henry Mancini -“dream maker”- se la escribió a ella, para ella, y sólo ella, la escandalosa Holly Golightly -con o sin peineta-, podía haberlo hecho así.

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