Es noticia
De cementerios, vampiros y David Bowie -con permiso de la Deneuve-
  1. Cultura
  2. Íncipit
Jaime M. de los Santos

Íncipit

Por

De cementerios, vampiros y David Bowie -con permiso de la Deneuve-

El martes duermen conmigo todos mis sobrinos; para ver pelis de miedo. No les puedo poner las que me gustaría, son pequeños. Ni 'El exorcista', ni 'El resplandor', ni siquiera 'Psicosis'

Foto: 'El cementerio'. Modesto Urgell e Inglada. 1878. Museo del Prado.
'El cementerio'. Modesto Urgell e Inglada. 1878. Museo del Prado.

Catherine Deneuve acaba de cumplir ochenta años. Con apenas veinte, inmensamente bella -y fría y abismal- dejó que Polanski moldeara con sus muecas de tormento infinito, una de las cintas de terror más asfixiantes, más extrañas, más lisérgicas. Sí, asfixiante, extraña y lisérgica. Y épica. Y singular. Y moderna. Ya sé que esto de la modernidad es un concepto de lindes brumosas pero, créanme, en Repulsión todo es eminentemente moderno, desde el montaje, heredero en parte del Buñuel más surrealista -navaja de afeitar incluida-, hasta una escenografía palpitante y antropomorfa -que va a sublimar Dorothea Tanning en Chambre 202, Hôtel du Pavot-, letal. También lo es, moderna, la permanente mirada de voyeur que el espectador obligado vuelca sobre esa frágil vida; y el color: blancos y negros a veces lavados que definen la intensa penumbra que asfixia el entendimiento de la protagonista -tan real, que duele; tan posible que quizá por eso asusta-. La he visto tantas veces como Le Locataire o Rosemary´s baby, incluso de seguido. En estricto orden cronológico. A veces después de El baile de los vampiros. Todas de Polanski.

placeholder Catherine Deneuve durante el rodaje de 'Repulsión'. Roman Polanski. 1965.
Catherine Deneuve durante el rodaje de 'Repulsión'. Roman Polanski. 1965.

Me gusta el cine de terror. Y Polanski. El martes duermen conmigo todos mis sobrinos; para ver pelis de miedo y cenar regular. No les puedo poner las que me gustaría, son pequeños. Ni El exorcista ni El resplandor, ni siquiera Psicosis. Tampoco Inseparables. No sé si los críticos consideran este trabajo de David Cronenberg del género, pero para mí sí que lo es; la violenta coincidentia oppositorum como sostén de la trama, los gemelos idénticos con antitéticos posos morales -consecuencia cinéfila de las hermanas Daisy y Violet Hilton, las siamesas de La parada de los monstruos de Ted Browning-, el infierno de la droga y la más absoluta destrucción personal -con una escena teñida del rojo de Don´t look now-. Nosotros, creo, nos conformaremos con La calle del terror - trilogía con reivindicaciones LGTB- y, si se van pronto a la cama, veré si veo La profecía, o La hora del lobo -“el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere; cuando las pesadillas vienen por nosotros”-, pero ya solo, como Tediato en las Noches lúgubres de José Cadalso.

placeholder 'El espíritu de los muertos vela'. Paul Gauguin. 1892. Albright-Knox Museum.
'El espíritu de los muertos vela'. Paul Gauguin. 1892. Albright-Knox Museum.

De pesadillas sabían Goya y Füssli, Gauguin y Redon, y pintaron acechantes entes rondando el sueño. Cuando el niño era yo, en mi casa, mis padres seguían hablando de las Historias para no dormir de Narciso Ibáñez Serrador. Yo que veía Un, dos, tres en la tele de la cocina y había descubierto a Allan Poe uno de aquellos viernes -en la voz bella de Ibáñez Menta, padre del director-, no podía imaginar que dos de los títulos más perturbadores del cine de terror eran del mismo Chicho; La residencia -parte de esa tradición goticista de edificios siniestros-, y ¿Quién puede matar a un niño? La luz plana del Mediterráneo en agosto es probablemente lo más siniestro de esta cinta. Porque no oculta nada. Porque no deja espacio para que la pareja protagonista se esconda. Ella, embarazada de siete meses, asiste con el dolor del miedo clavado en la cara al canibalismo de los que siempre hemos tenido por buenos, desde Herodes, el grande a las matanzas de Afganistán -incluye el realizador como prólogo imágenes reales de niños torturados, asesinados en guerras-. Una visión mucho más que distópica, primitiva. Cotidiana.

placeholder Cartel de '¿Quién puede matar a un niño?'. Narciso Ibáñez Serrador. 1976.
Cartel de '¿Quién puede matar a un niño?'. Narciso Ibáñez Serrador. 1976.

Cada uno de noviembre, en todas las casas de España, lo que se hacía con cotidiano tino era ir al cementerio. Desde la mía, el año entero, se podían ver las tapias viejas del antiguo camposanto, y el día de todos los santos montañas de flores de vivos colores que, créanme, no deja de ser poético. “No sé qué tienen las flores, llorona/las flores del camposanto (…). Que cuando las mueve el viento, llorona/parece que están llorando”. Así lo canta Chavela Vargas, y a mí me lleva a un tiempo en el que no tenía muertos y aquel espectáculo me obligaba a pegar la cara al cristal de la ventana. Atento. En pijama. Los cipreses -puente entre cielo y averno- no me dejaban distinguir a las mujeres que, muy temprano, sacaban brillo a las lajas de granito; varios coches ranchera se agolpaban ahítos de crisantemos retractilados frente a la puerta abierta de ladrillo triste, entre la pena, la costumbre y unos cubos de plástico con el precio de la docena perfectamente visible. Un decorado para el drama mucho más nuestro que las calabazas, que las cabezas cortadas.

placeholder Sadie Frost en 'Bram Stoke´s Drácula'. Francis Ford Coppola. 1992.
Sadie Frost en 'Bram Stoke´s Drácula'. Francis Ford Coppola. 1992.

Acabo -como “los duques Medina y Luengo”- y vuelvo a la Deneuve pero para hablar de David Bowie -icónico y fascinante, único-. El ansia es una película hipnótica, de vampiros; que revive mejor que cualquier otra la lúbrica sensualidad de la estirpe de la criatura descrita por Stoker. Dracul, “es un demonio cruel que no tiene corazón (…); en cuanto a atravesarlo con una estaca, ya sabemos que le devuelve la paz, lo mismo que cortarle la cabeza le proporciona el descanso eterno”, un vampiro atormentado por un amor para “toda la eternidad”. La más fiel, la mejor, la dirigió Francis Ford Coppola y le puso música Annie Lennox; que tras la sobredosis de fantasía del conde Béla Lugosi, recuperaba en parte la estética del Nosferatu de Murnau gracias a los delirios líricos de Eiko Ishioka. La de Bowie, que no canta en su película pero seduce, es otra historia, extraña y surrealista, con ropa de Saint Laurent; un destello en la noche perpetua de los ochenta a base de sexo lésbico y voraz deseo por no envejecer. Pónganse su banda sonora, para los de Bauhaus, Bela Lugosi is dead. Lo mismo que para Tony Scott.

placeholder David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon en 'El ansia'. Tony Scott. 1983.
David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon en 'El ansia'. Tony Scott. 1983.

Catherine Deneuve acaba de cumplir ochenta años. Con apenas veinte, inmensamente bella -y fría y abismal- dejó que Polanski moldeara con sus muecas de tormento infinito, una de las cintas de terror más asfixiantes, más extrañas, más lisérgicas. Sí, asfixiante, extraña y lisérgica. Y épica. Y singular. Y moderna. Ya sé que esto de la modernidad es un concepto de lindes brumosas pero, créanme, en Repulsión todo es eminentemente moderno, desde el montaje, heredero en parte del Buñuel más surrealista -navaja de afeitar incluida-, hasta una escenografía palpitante y antropomorfa -que va a sublimar Dorothea Tanning en Chambre 202, Hôtel du Pavot-, letal. También lo es, moderna, la permanente mirada de voyeur que el espectador obligado vuelca sobre esa frágil vida; y el color: blancos y negros a veces lavados que definen la intensa penumbra que asfixia el entendimiento de la protagonista -tan real, que duele; tan posible que quizá por eso asusta-. La he visto tantas veces como Le Locataire o Rosemary´s baby, incluso de seguido. En estricto orden cronológico. A veces después de El baile de los vampiros. Todas de Polanski.

Cine Literatura Marte Halloween