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La nueva (gran) voz de África que aprendió con Jimi Hendrix
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Carlos Fuentes

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La nueva (gran) voz de África que aprendió con Jimi Hendrix

Bassekou Kouyaté, el intérprete del laúd tradicional acaba de publicar su cuarto álbum, 'Ba Power'

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En el baturrillo global de la música digital, los ritmos de África siguen peleando por su cuota de mercado. Un protagonismo nacido a principios de los años 80 con una etiqueta inventada, 'world music', que con el tiempo ayudó a afianzar una audiencia siempre pendiente del penúltimo hallazgo sonoro del continente. Entre los países que coparon pronto la atención del público occidental por las músicas africanas, Malí ocupa un lugar destacado en el podio de los sonidos étnicos.

El mérito, cabe recordarlo, fue de un guitarrista de largo recorrido especializado en lo que la crítica europea terminaría por etiquetar como blues africano. Con la muerte del imperial Ali Farka Touré a principios de 2006 se abrió un periodo de espera, y de no pocas dudas, sobre los posibles relevos del autor de Talking Timbuktu, el disco compartido con Ry Cooder que se convirtió en el primer álbum de un artista africano que fue premiado con un Grammy.

Sin salir de esta esquina occidental del mapa de África, en la frontera entre las tierras del Magreb y el corazón del África negra, en el últimamente castigado Malí, continúa ganando enteros la carrera de Bassekou Kouyaté, el intérprete del laúd tradicional llamado ngoni que acaba de publicar su cuarto álbum titular, Ba Power, el primero para la disquera alemana Glitterbeat. No es un cualquiera Bassekou Kouyaté, ni tampoco carece de raíces bien afianzadas en la primera generación de músicos malienses que capitaneó Ali Farka Touré.

Ya estaba en 1999 en las sesiones de grabación de Kulanjan, el proyecto conjunto del rey de la kora, Toumani Diabaté, y el bluesman norteamericano Taj Mahal. También en el disco póstumo de Ali Farka Touré, Savane (2006), que el británico Nick Gold produjo para su sello World Circuit, una de las editoriales europeas que gozan de buena reputación en el creciente mercado de las músicas africanas.

Intérprete de ngoni, una suerte de laúd tradicional africano que se fabrica con una calabaza recubierta con piel de chivo, Bassekou Kouyaté debutó al año siguiente con Segu Blue, un disco luminoso y en buena medida bailable en el que, además de su destreza para extraer una amplia gama de sonidos al ngoni, destaca el trabajo de su conjunto, Ngoni Ba, y sobre todo de su cantante, y también esposa, Amy Sacko. Segu Blue, al igual que su continuación, I Speak Fula, enseñó al mundo a uno de los más serios aspirantes para protagonizar el relevo de la generación de grandes nombres de las músicas de África.

I Speak Fula logró entonces otra nominación de un disco africano al premio Grammy, quizá la señal más clara del aprecio constante que los sonidos étnicos disfrutan en el público norteamericano. También ayudó alguna anécdota de altos vuelos: el presidente Barack Obama recomendó Kulanjan durante un encuentro con simpatizantes. La mecha del interés mainstream por lo africano siguió prendida.

Por el camino, Bassekou Kouyaté culminó una primera trilogía discográfica con Jama Ko, publicado en 2013 también por el sello alemán OutHere Records. Las sesiones de grabación de este tercer disco coincidieron en el tiempo con la guerra abierta en el norte de Malí, un conflicto no resuelto que amenaza la vida futura en uno de los países más complejos social y políticamente de África. Entretanto, Bassekou Kouyaté y su grupo Ngoni Ba trabajaban con el productor canadiense Howard Bilerman, asociado a potentes bandas de rock como Arcade Fire, Godspeed You! Black Emperor y Thee Silver Mt. Zion Memorial Orchestra.

En directo, además, el prestigio del tañedor de ngoni no cesaba de crecer. Muy valorado por su versatilidad, que el propio Bassekou atribuye en buena medida a la escucha juvenil de discos de Jimi Hendrix y Led Zeppelin, y por un grado de curiosidad que ya es marca personal, Kouyaté participó en el proyecto itinerante Africa Express liderado por Damon Albarn (Blur) con figuras de relumbrón como Paul McCartney, Brian Eno, Björk o Massive Attack.

Tampoco abandonó Bassekou Kouyaté el acervo latino que late en buena parte de la audiencia africana, un público veterano que creció escuchando los discos cubanos del trío de Miguel Matamoros, a los cantantes Abelardo Barroso y Benny Moré o a la Orquesta Aragón. En memoria de aquella pachanga latina que hizo furor en los clubes de Bamako, Dakar y Abidján en los años 60 y 70, Bassekou Kouyaté se embarcó en 2010 en una idea que había quedado arrinconada a final de la última década del siglo XX. Un proyecto no realizado que, a la postre, permitió la aparición del fenómeno Buena Vista Social Club.

Aquella reunión de músicos cubanos y africanos que no se pudo realizar en La Habana en 1996 se hizo realidad en el invierno de 2010 en unos estudios del sur de Madrid. Nacía AfroCubism. Por fin, Nick Gold lograba reunir la kora de Toumani Diabaté, el ngoni de Bassekou Kouyaté y el balafón de Lassana Diabaté con el veterano Cuarteto Patria del guajiro cubano Eliades Ochoa. Del éxito de reunión tan esperada surgió una gira mundial que arrancó también aquí, en el estupendo festival La Mar de Músicas de la ciudad de Cartagena.

Aunque Ba Power, el nuevo disco de Bassekou Kouyaté y Ngoni Ba, es otra cosa, otro mundo sonoro. Centrado en gran modo en exprimir las posibilidades de un instrumento tradicional concebido como caja de resonancia acústica, Ba Power muestra una nueva dimensión del ngoni con la aplicación de pedales de distorsión y un nivel de volumen robusto, por momentos atronador. No en vano “ba” significa fuerte en lengua bámbara. Lo explica el propio Bassekou: “Lo he llamado así, gran potencia, porque también los mensajes que incluye creo que son fuertes, poderosos y muy importantes desde el punto de vista social. Es el disco más rudo, más crudo, que he hecho nunca, sin ninguna duda”, indica el músico maliense de 49 años. La temática de Ba Power es generosa.

El disco incluye canciones como Siran Fen, sobre el reto de la vida colectiva en Malí, el duodécimo país menos desarrollado del planeta, un enjambre social que tiene cinco grandes grupos étnicos y hasta medio centenar de lenguas o dialectos; Musow Fanga, sobre el protagonismo creciente de la mujer en las sociedades africanas; Borongoli Ma Kununba, que recupera una leyenda añeja del tiempo del Gran Imperio Malí; o Tè Dunia Laban, en el que se reivindica el sacrificio de héroes de la independencia africana como Sékou Touré en Guinea, Patrice Lumumba en el Congo, Kwami Nkroumah en Ghana, Senghor en Senegal o Mandela en Sudáfrica. En cierto modo, Bassekou Kouyaté recoge el testigo de esa reivindicación africana. “Estoy convencido de que las músicas, las culturas de África, deben conocerse en el mayor número de sitios posible, por el mayor número de personas y eso es lo que quiero conseguir ahora con Ba Power”.

En el baturrillo global de la música digital, los ritmos de África siguen peleando por su cuota de mercado. Un protagonismo nacido a principios de los años 80 con una etiqueta inventada, 'world music', que con el tiempo ayudó a afianzar una audiencia siempre pendiente del penúltimo hallazgo sonoro del continente. Entre los países que coparon pronto la atención del público occidental por las músicas africanas, Malí ocupa un lugar destacado en el podio de los sonidos étnicos.

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