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¡Qué de calles, Carmena!
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Alberto Olmos

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¡Qué de calles, Carmena!

La intención de rebautizar algunas calles que ahora tienen nombres de escritores afectos al franquismo genera una polémica interminable en la que no todo está claro

Foto: Carmena participa en un encuentro de la cámara de comercio de EE.UU.
Carmena participa en un encuentro de la cámara de comercio de EE.UU.

“No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle de Bilbao”, escribió el poeta Gabriel Aresti, que tiene en efecto una calle en Bilbao. Explicaba así, en un poema, su reticencia: “No quiero que un barbero borracho pueda decir: Yo vivo en Aresti con la cuñada/ vieja de mi hermano. Ya sabes. La coja”. Si una ciudad mira mucho a quién le pone una calle, algunos poetas miran mucho qué calle les ponen.

El Ayuntamiento de Madrid lleva varios meses enloqueciendo el callejero, sugiriendo supresiones, dando pie a la polémica, un poco para nada. Son los medios de derechas los que nos han contado qué nombres quieren bajar de los carteles los de Ahora Madrid y el PSOE; nombres de escritores, pintores y artistas en general, con currículum reaccionario. Se habla de descabalgar de honores a Pedro Muñoz Seca, a Agustín de Foxá o a César González-Ruano. Alfonso Ussía no quiere que le quiten la calle a su abuelo; Andrés Trapiello encuentra todo esto “demencial”; a Carlos Herrera le preocupa si llegarán las cartas y Enric González no ve motivo para que Manolete no tenga una calle. Yo estoy siguiendo con mucha atención todo este debate desde una calle cualquiera de Madrid, cuyo nombre no doy para no significarme.

Odónimo

Dice la Wikipedia que “odónimo” es “el nombre propio que designa y se aplica a una vía o espacio de comunicación”. Los nombres de las calles y carreteras que cruzan una ciudad suelen venir dados por la sensatez. La calle del Este llevará al Este, por ejemplo, y la calle del Río correrá paralela al río. En Madrid, las populares calles de Toledo y de Segovia se llaman así porque, si las sigues, acabas en Toledo y en Segovia. Todo inapelable.

Nombrar calles con cultura es siempre un capricho, el del reconocimiento. Todo lo demás es gusto y política y ahí comienza la refriega

Sin embargo, nombrar calles con cultura es siempre un capricho, el del reconocimiento. La web enciclopédica nos detalla tres motivos para que una calle se llame como un poeta o un cineasta. Una razón es que la “persona célebre” viviera o trabajara en las proximidades; otra es que se trate de una “figura histórica mayor” (Pasteur en París, nos ponen de ejemplo); una tercer motivo es que se conceda el honor de una calle o de un parque a alguien que tuvo alguna responsabilidad en su construcción (Haussmann en la capital francesa, se me ocurre).

Todo lo demás es gusto y política, y ahí comienza la refriega.

Autores de derechas

Los que temen por las calles de los autores de derechas, de los afines al franquismo o de aquellos con episodios vitales algo turbios apelan a la calidad de su obra para detener la defenestración. Tiene sentido. Me da que querer cambiar el nombre de una calle viene, sobre todo, de no leer. Cuando uno no lee, la palabra impresa se sacraliza. Es una estupidez palmaria pensar que quitarle una calle a Cela, digamos, por aquella carta suya ofreciéndose como delator vaya a hacer bien alguno a la Humanidad. También es cuestionable que cuatro párrafos infames deban pesar más en nuestra valoración de un escritor que tres mil páginas brillantes.

Me da que querer cambiar el nombre de una calle viene, sobre todo, de no leer. Cuando uno no lee, la palabra impresa se sacraliza

Además, si a Cela le quitamos las distinciones por su querencia delatora, ¿debemos dejarle bibliotecas y avenidas a Antonio Machado, que se casó con una cría de quince años; o a Jaime Gil de Biedma, que dedica páginas y páginas a sus aventuras sexuales con menores en Manila? Numerosos testimonios dan fe del carácter insufrible de Juan Ramón Jiménez: ¿le ponemos o le quitamos calle?

Y qué hacer con Eduardo Haro Tecglen y con tantos otros que, siendo marcadamente de izquierdas, resulta que en su juventud le dedicaron artículos o versos a Francisco Franco. ¿Les ponemos una calle pequeña, en penitencia?

Ortega y Gasset son tiendas de lujo

Entiendo que el propósito de Manuela Carmena y sus apoyos en el Ayuntamiento es, por un lado, deslegitimar una trayectoria contraria a los valores democráticos y, por otro, evitar que un honor en el callejero fomente ideas deleznables. Sin embargo, si por la calle de Toledo en Madrid se llega a Toledo, por la calle Agustín de Foxá no se llega a Agustín de Foxá; ni siquiera se llega a Rajoy. Los nombres de las calles no promocionan a sus poseedores, y basta que me lean estas palabras para que me las ratifiquen: cuando digo que leo a Ortega y Gasset digo algo muy distinto de cuando digo que voy a la calle de Ortega y Gasset. No sólo no hay nada de Ortega en la calle de Ortega y Gasset en Madrid, tampoco lo hay en nombrarla; la gente no la asocia a otra cosa que a tiendas de lujo.

No sólo no hay nada de Ortega en la calle de Ortega y Gasset en Madrid, tampoco lo hay en nombrarla; la gente no la asocia a otra cosa que a tiendas de lujo

Así, las calles de Goya o de Velázquez en Madrid son, ante todo, calles pijas, y no calles pictóricas o que den a la gente ganas irrefrenables de ir al museo del Prado. Si ponemos a una calle el nombre de Pablo Picasso, la calle se vuelve tocaya de Pablo Picasso, no su anuncio ni la extensión de su obra o de su ideología.

Hay muchas calles en Madrid y Manuela Carmena les pone pegas a varias decenas de grandes nombres de nuestro acervo cultural mientras autoriza la construcción de unas viviendas para millonarios desaconsejadas por Ecologistas en Acción y con el voto en contra de seis de sus propios concejales. ¿Será esta urbanización exclusiva menos clasista si la llamamos García Lorca que si la llamamos Torrente Ballester?

Dejando de lado el nombre de sujetos que simbolicen para todos épocas oscuras o comportamientos inaceptables, yo creo que no debe rebautizarse una calle dedicada a la cultura desde la incultura, sin leer y porque alguien nos cae mal. A fin de cuentas, uno no puede simpatizar con todo el callejero.

“No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle de Bilbao”, escribió el poeta Gabriel Aresti, que tiene en efecto una calle en Bilbao. Explicaba así, en un poema, su reticencia: “No quiero que un barbero borracho pueda decir: Yo vivo en Aresti con la cuñada/ vieja de mi hermano. Ya sabes. La coja”. Si una ciudad mira mucho a quién le pone una calle, algunos poetas miran mucho qué calle les ponen.

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