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Marías y Tizón: dos libros que ya tenías que haber leído (y comprado a tus hijos)
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Alberto Olmos

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Marías y Tizón: dos libros que ya tenías que haber leído (y comprado a tus hijos)

Se cumplen 25 años de dos libros aparecidos en los años noventa que quizá lleguen a formar parte de la historia de nuestra literatura: 'Corazón tan blanco', de Marías, y 'Velocidad de los jardines', de Tizón

Foto: Eloy Tizón y Javier Marías
Eloy Tizón y Javier Marías

Siempre me produce sorpresa ese instrumento de desactivación de la crítica negativa que consiste en acusar al detractor de estar hablando desde la envidia. O sea, tú dices que no compartes el deslumbramiento generalizado por Roberto Bolaño y luego, mal que bien, das unos argumentos, señalas unas desafecciones, pero al cabo lo que queda es que no te gusta Bolaño porque su éxito te produce envidia. ¿Cómo va envidiar uno a alguien que escribe cosas que no le complacen? Si no admiras un texto, ¿por qué vas a lamentar no ser tú el que lo ha escrito? ¿Se puede envidiar hacia abajo?

Foto: Javier Marías (D.A.)

Por supuesto, la envidia está garantizada en un oficio donde todos aspiramos a la autoría angelical, al asalto artístico de los cielos. Sin embargo, donde debe buscarse esa admiración encabronada es en el halago, la recomendación y el aplauso, pues uno envaina la envidia -que diría Neruda- dándole la razón al talento ajeno.

Así que hoy vengo con más envidia que nunca, descompuesto de admiración, porque hablaré de dos libros que, si yo los hubiera escrito, no me constipaba nunca.

Veinticinco años

En efecto, se cumple un cuarto de siglo de la aparición de dos libros que han superado casi todas pruebas que la posteridad pone en el camino de la obra literaria, incomprensión, desprecio y mudanza editorial incluidos.

En 1992, Javier Marías publicó 'Corazón tan blanco' y Eloy Tizón, 'Velocidad de los jardines', una novela y una colección de relatos que, con diversas suertes comerciales, no han dejado de ampliar su particular imperio de lectura.

Ahora se celebra esta supervivencia nada común con ediciones especiales más o menos versallescas. En el caso de 'Corazón tan blanco', Alfaguara ha confinado la novela en una caja junto a otro libro, 'No he querido saber', que incluye una jugosa carta de Juan Benet a Marías, reseñas múltiples, prólogos, entrevistas y algunas páginas del manuscrito original, escaneadas. Más modesta, Páginas de Espuma incorpora 'Velocidad de los jardines' a su catálogo con edición doble: una numerada, de 999 ejemplares, también con atisbos al manuscrito original, y otra de batalla, con un prólogo extenso y vitalista a cargo del autor.

Ambos libros aparecieron en la editorial Anagrama, efemérides que el futuro, por desgracia, quizá trate con desdén. El propio Marías nos obliga a recordar su antigua trifulca con Jorge Herralde cuando afirma en su prólogo: “...imposible saber sus ventas reales en España durante su primera andadura...".

Maldades al margen, les invito a visitar una librería y mirar cualquier novela que acabe de publicarse; imagínensela dentro de un año; luego, dentro de cinco; sigan sumando polvo a su imaginación y vislumbren ese libro dentro de... ¡veinticinco años! A todo ese olvido han derrotado estos dos libros.

Shakespeare y Marías

A uno le gusta estar de acuerdo con el éxito, con la alegría. Cuando un libro que admiras es admirado por mucha más gente, duermes más tranquilo. Puedo mostrar mi encandilamiento con 'Corazón tan blanco' dejando aquí dos afirmaciones que he repetido muchas veces. Una, que 'Corazón tan blanco' es la última gran novela de la literatura española; dos, que “No he querido saber, pero he sabido...” es uno de los diez mejores íncipits de novela de todos los tiempos, justo al lado de 'Llamadme Ismael', y de los que ustedes quieran.

"No he querido saber, pero he sabido..." es uno de los diez mejores íncipits de novela de todos los tiempos, junto a 'Llamadme Ismael'

El título, traído de Shakespeare, es ya fascinante. Muchas traducciones de Macbeth se inclinan por un “tan blanco el corazón” para volcar “heart so white”, de modo que Marías no se limita a tomar una cita de Shakespeare para titular su novela, sino que el título es una derivación creativa de un pasaje ajeno, porque “corazón tan blanco” no significa nada en castellano. Igual que 'Tu rostro mañana' no significa nada en castellano.

Esto es genial -un poco en la línea de 'Favorables París poemas'- porque propone una sintaxis truncada como pórtico de una novela, algo realmente revolucionario, como si yo titulo este artículo “Truncada como pórtico” o “Como si yo”, vamos.

Por otro lado -y no hay espacio aquí para mucho más- el endecasílabo melódico que da comienzo a la novela, lejos de enseñorearse, parece hasta vulgar, y solo con el paso de las páginas uno vuelve a él y se da cuenta de los pliegues de sentido que encierra, de su inmortalidad.

Velocidad del relato

'Velocidad de los jardines', como 'Corazón tan blanco', perdura mayormente por la impresionante personalidad de su estilo. La prueba de un estilo único es que, de hecho, resulta muy fácil de imitar. Yo si me dejo ir escribo como Tizón perfectamente.

Tizón es de los pocos escritores que encontrarán nunca que hacen de la celebración un tono literario. Es muy fácil, y no por ello menos necesario, escribir desde el dolor y el conflicto, desde la pesadumbre; pero escribir con alegría, como festejando el vivir, y no resultar ridículo, se me antoja complicado.

El estilo de Tizón tiene algo, como el de Marías o Nabokov que es como echarle MDMA al diccionario

Tomemos 'Velocidad de los jardines', por ejemplo, el cuento que da título al volumen. Narra los días amables y hormonales de la adolescencia en las aulas. Es un cuento en el que no muere nadie, nadie llora, nadie es suspendido. Es un cuento tan honestamente emocionado que le late la tinta mientras lo lees. “Pero volvamos al aire y la luz de la primavera, que deberían ser los únicos protagonistas”.

El estilo de Tizón tiene algo, como el de Marías, de Nabokov, pero luego se desvía hacia Cortázar y Gómez de la Serna, hacia Clarice Lispector también ('El huevo y la gallina'), concluyendo en una amalgama de sentidos y sintaxis, de pupitres y pomelos, que es como echarle MDMA al diccionario.

“Tú que viste el ocaso de un siglo reflejado en el timbre de tu bicicleta...”.

En fin, no puedo envidiarlos más; quererlos.

Siempre me produce sorpresa ese instrumento de desactivación de la crítica negativa que consiste en acusar al detractor de estar hablando desde la envidia. O sea, tú dices que no compartes el deslumbramiento generalizado por Roberto Bolaño y luego, mal que bien, das unos argumentos, señalas unas desafecciones, pero al cabo lo que queda es que no te gusta Bolaño porque su éxito te produce envidia. ¿Cómo va envidiar uno a alguien que escribe cosas que no le complacen? Si no admiras un texto, ¿por qué vas a lamentar no ser tú el que lo ha escrito? ¿Se puede envidiar hacia abajo?

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