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Orgasmos, voyeurs y polvos deprimentes: los libros de sexo son cosa de ellas
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Alberto Olmos

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Orgasmos, voyeurs y polvos deprimentes: los libros de sexo son cosa de ellas

Tres ensayos recientes sobre sexualidad coinciden en situar las andanzas más locas de sus autoras en la ciudad del Golden Gate, donde no parece haber más problemas que los que te buscas

Foto: Detalle de la portada de 'Sexo futuro'. (Libros del Lince)
Detalle de la portada de 'Sexo futuro'. (Libros del Lince)

La reconocida descortesía masculina, consistente en el relato jactancioso de las propias aventuras sexuales, parece que se ha quedado tiesa allá por el siglo XVIII. Si Casanova o Sade vendían la intimidad ajena al mejor postor, es difícil encontrar en siglos posteriores recuentos amorosos de similar libidinosidad. En este siglo XXI tan autobiográfico, el exhibicionismo sexual se ha multiplicado, pero, por un motivo nada fácil de desentrañar, su autoría es sobre todo femenina.

Foto: Incendio en un bar de Parla. (EFE) Opinión

¿Por qué no hay hombres desgranando con ánimo lectivo o penitente sus correrías eróticas? Quizá el hecho de que todos los libros sobre sexo escritos por mujeres se adhieran al feminismo, esto es, cuenten con una especie de estructura ideológica y una causa mayor que amortigüe su, en principio, ridículo narcisismo, pueda explicar el asunto. También es posible que sea más comercial que este tipo de ensayo personal lo escriba una mujer (desde el comienzo de Internet, cualquier blog donde una mujer habla de su vida sexual tiene éxito de tráfico). O, finalmente, el motivo puede no ser otro que el que apuntábamos al principio: está feo que un hombre hable de todas las mujeres con las que se ha acostado, y que detalle qué hizo con ellas.

El caso es que, sea lo que sea lo que suceda sexualmente en el planeta Tierra, primero tiene que suceder en San Francisco.

Foto: Escena de 'La clausura del amor' Opinión

Sexo futuro

He leído consecutivamente tres (llámalos) ensayos sobre sexo en nuestro tiempo y el que más me ha gustado es uno en que su autora no folla nada. Es curioso que la editorial haya colocado en la contraportada estas palabras entrecomilladas: “Lo he probado todo. Todo tipo de hombres. Todo tipo de mujeres.” Leyendo 'Sexo futuro' (Libros del Lince), descubrimos que Emily Witt no protagoniza esa confesión: la escucha en una película y las transcribe en su libro.

Editores del mundo, os amamos: pero a lo mejor no vale todo para vender libros.

¿Qué me estoy perdiendo? Eso parece preguntarse Emily Witt antes de hacer la maleta e irse, claro, a San Francisco. Después de probar las citas por Internet (y de hacer un valioso análisis del modo en que webs como match.com surgieron y triunfaron), Emily acaba asistiendo a rodajes de porno imaginativo: 'Ultimate Surrender' (chicas que luchan y se desnudan) y 'Public Disgrace' (esto lo pueden buscar en google que no sé cómo resumirlo en once palabras).

También prueba la meditación orgásmica (sic), estudia el poliamor y acude al festival Burning Man para comprobar su degradación absoluta.

Es encantador seguir a la narradora por todo ese mundo excitante y patético que escribe con modestia: oye, que yo no lo he probado todo

Imitando muy claramente el estilo de Joan Didion, Witt hace un libro mucho más inteligente de lo que parece. Es encantador seguir a la narradora por todo ese mundo excitante y patético, principalmente porque ella escribe desde la modestia más empática: oye, que yo no lo he probado todo. Quizá esa humildad y esa renuncia dan claridad a su inteligencia, frente a la soberbia siempre atontadora de quien se precia de estar de vuelta de todos los coitos.

Sexo total

En esas soberbias naufraga Nina Hartley, que titula su ensayo 'Guía del sexo total' (Melusina), con envidiable templanza. Esta guía instrumental para fornicar ha tardado diez años en llegar a España y pretende agotar todo lo que un ser humano puede hacer con su cuerpo. No sé cómo hemos podido aguantar tanto tiempo sin leerla.

El libro son casi 400 páginas que, si te las lees todas seguidas, quizá te quedes impotente. No sabes ni por dónde empezar. En cualquier caso, Nina Hartley tiene claras dos premisas para toda práctica sexual imaginable: hay que consensuar y hay que estar sobrio.

O sea, todo el rato hay que pedir permiso, llegar a acuerdos, establecer los límites y tener claros los vetos ajenos y las disposiciones previas. Además, nunca hay que beber. Visto así, el proceso judicial contra Luis Bárcenas me parece mucho más divertido que una orgía con Nina.

Por otro lado, estadísticamente, creo que en España el número de coitos bajaría a la mitad si la gente nunca bebiera antes de liarse. Quebrarían los bares. Quebraría Mahou. Este libro es muy peligroso. Mejor léanse artículos como estos.

Beber más de la cuenta

El tercer libro que ha caído en mis manos sobre esta pringosa temática se titula 'So sad today' (Alba) y lo ha escrito la poeta Melissa Broder. En España, con buen ojo, han dejado el título original (algo como: “muy triste hoy”).

Melissa está triste (ya dijimos que es poeta) y bebe mucho y se droga. Está triste hoy y mañana. Está tan triste que es “la mujer más deprimente del mundo”. Nacida (como Emily Witt) en Pensilvania, acabó en San Francisco para dar toda la pena posible.

Melissa se ha acostado -ella sí- con todo tipo de hombres y de mujeres, aunque parece especializada en tipos “asquerosos”. El libro, en general, da un montón de asco.

Además, abunda en todo tipo de marcas, conceptos, etiquetas y denominaciones hiper-modernas. A saber: chacras, yoni, zafu, durag, cisexual, limerencia, sexting o Wellbrutin. Hay mucha tontería en San Francisco, amigos.

¿Cómo llamar a esa nostalgia e insatisfacción que se sufre a pesar de disponer iPhone, Twitter, yoga, comida macrobiótica y benzodiazepinas?

“So sad today” me ha dejado como apesadumbrado, como pensando en la mujer del siglo XXI y en un mal que parece ya endémico, casi como la opilación en siglos precedentes. ¿Cómo llamar a ese mal, a esa nostalgia e insatisfacción que se sufre a pesar de disponer iPhone, Twitter, yoga, comida macrobiótica y benzodiazepinas?

O dicho de otro modo: he acabado echando de menos cuando la gente se ruborizaba.

La reconocida descortesía masculina, consistente en el relato jactancioso de las propias aventuras sexuales, parece que se ha quedado tiesa allá por el siglo XVIII. Si Casanova o Sade vendían la intimidad ajena al mejor postor, es difícil encontrar en siglos posteriores recuentos amorosos de similar libidinosidad. En este siglo XXI tan autobiográfico, el exhibicionismo sexual se ha multiplicado, pero, por un motivo nada fácil de desentrañar, su autoría es sobre todo femenina.

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