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Un trenecito en Kamakura: cómo hacer lento Japón
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Alberto Olmos

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Un trenecito en Kamakura: cómo hacer lento Japón

La diferencia entre Tokio y la provincia nipona puede verse en Kamakura y sus alrededores, área monumental donde el viajero aún encontrará el viejo Japón, pausado y amable

Foto: Vista de las flores de iris en Kamakura. (EFE)
Vista de las flores de iris en Kamakura. (EFE)

Demostré aquí científicamente hace dos semanas que Tokio es una ciudad invivible, una relojería humana que nos previene contra los peligros de la perfección. El frenesí tokiota gusta un rato, como Las Vegas, Benidorm o trolear en Twitter; luego apetece seguir viviendo con dignidad.

Si no hubiera salido de Tokio en todo mi viaje, seguramente habría acabado ensalzando sus virtudes y aceptando esa distopía por las buenas que anunciara Aldous Huxley en 'Un mundo feliz', y que consistía en esclavizar convenciendo al esclavo de su buena suerte. En Tokio todo el mundo es feliz mientras no se pare a pensarlo.

Foto: Vista de la bahía de Tokio desde la isla de Odaiba. (A.O.) Opinión

Pero salí, heroicamente y en tren, camino de Fujisawa, una ciudad cualquiera, elegida al buen tuntún en una web de reservas hoteleras. No sabía que allí empezaba todo, otro tren, uno pequeño, cuya vía hilvanaba lo más hermoso de un país.

Kamakura

A diferencia de en Tokio, en Kamakura había estado sólo una vez, también hace ocho o nueve años. ¿Qué ha cambiado en Kamakura en todo este tiempo? Nada, una papelera quizá, un cartel, el tipo que vendía 'jinbeis', que le dejó la tienda a su hijo, y sólo porque se murió.

Ventanilla de compra de los billetes de tren. (E.M.)Cuando digo Kamakura —miren en Google Maps— digo Hase, digo Enoshima, digo —sorprendentemente— Fujisawa. En esta ciudad anodina, fea para bien, tiene su arranque el tren más encantador que recorre este planeta: el Enoden.

Enoshima Electric Railway se fundó el 25 de diciembre de 1900, y su larga, lenta y traviesa historia acaba en una entrada en la Wikipedia que les invito a visitar, más que nada para no copiarla entera.

El Enoden, en resumen, traza un arco de quince estaciones perlongando el litoral desde Fujisawa a Kamakura, de modo que se tarda una hora en llegar a destino, cuando en los trenes modernos debe de llevar la mitad. Una de esas quince estaciones, Koshigoe, es tan pequeña —un apeadero, vamos— que sólo pueden salir del tren los que viajan en los dos primeros vagones. Y el viajero exclama: ¡qué felicidad ver que algo no funciona en Japón, no estuvo bien pensado o no ha sido corregido! Es casi español —de Berlanga, al menos— eso de poner un andén más corto que el tren.

Luna Miguel en Japón

El trenecito Enoden te lleva morosamente a la isla de Enoshima, que fue pintada por Hokusai; a varias playas; al templo de Hase y a la ciudad de Kamakura, donde abundan los templos hasta el empacho.

Luna Miguel incluye en un poema de su reciente libro 'El arrecife de las sirenas' (La bella Varsovia) una de esas playas, y en otro asoma el templo de Hase-dera. Nuestra autora realizó un emotivo viaje a Japón hace pocos años y el país se le impone en varios poemas.

placeholder Estatuas del templo Hase-dera. (E.M.)
Estatuas del templo Hase-dera. (E.M.)

Dice el poema playero: “la playa está asquerosa / su arena ceniza me recuerda al plomo”. Es cierto que algunas de las playas de esta zona (seguramente Luna Miguel habla de Yuigahama) lucen una arena antipática, como de volcán molido; pero lo más sorprendente es ver que una cantidad no pequeña de bañistas japoneses se meten en el mar vestidos, esto es, con pantalón corto o bañador y camiseta. Lo hacen, me temo, porque el odio al cuerpo que impera en Tokio —al cuerpo real, imperfecto— está llegando a la provincia, y seguramente ese hombre tiene demasiado vello en el pecho, a aquella mujer le ha salido un grano junto al ombligo y el de más allá está gordo. (Es sólo una suposición, sí).

Es sorprendente ver que una cantidad no pequeña de bañistas japoneses se meten en el mar vestidos

En 'Templo de lágrimas en Kamakura', escribe la autora: "qué bonito rezan en Japón / qué bonito respiran / qué bonito lloran en templos de madera / en cuevas donde los dioses tienen mil caras/ en templos custodiados / por un ejército de bebés parecidos a buda". El poema nace sin duda de una visita al templo Hase-dera, cuya monumentalidad es estrictamente diminuta: cuanto más pequeño es lo que encuentras (estatuas, estanques, exvotos) más tiempo dedicas a mirarlo.

Más escritores

También el premio Nobel Yasunari Kawabata escribió sobre Hase-dera en su novela más conocida, 'El sonido de la montaña'. Kamakura ha sido lugar habitual de retiro, inspiración y hasta formación de escritores, como ilustra un bello folleto editado por la oficina de turismo local. Además de Kawabata, Soseki Natsume practicó zen en estos parajes y los describió asimismo en su obra más popular, 'Soy un gato'; Ryunosuke Akutagawa (famoso por la adaptación que Kurosawa hizo de su relato 'El biombo del infierno en Rashomon') vivió buena parte de su juventud en varios pueblos de la región, antes de volver a Tokio, de donde era su familia. Yukio Mishima visitaba frecuentemente a Kawabata y participaba activamente de la vida literaria de la zona. La villa donde solía alojarse es hoy el Museo de Literatura de Kamakura, fundado en 1985.

placeholder Baños playeros con ropa. (E.M.)
Baños playeros con ropa. (E.M.)

Poco antes de su suicidio, Akutagawa afirmó que el mayor error de su vida había sido irse de Kamakura.

El mayor error del turista que viaja a Japón sería no ir.

Demostré aquí científicamente hace dos semanas que Tokio es una ciudad invivible, una relojería humana que nos previene contra los peligros de la perfección. El frenesí tokiota gusta un rato, como Las Vegas, Benidorm o trolear en Twitter; luego apetece seguir viviendo con dignidad.

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