Mala Fama
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Brujas o marujas: ¿quién quiere ser ama de casa?
Shirley Jackson autora de terror estadounidense, alcanzó en 2018 un estatus mayúsculo que incluye serie de televisión y biopic, pero pocos se fijan en su condición fundamental: ama de casa
Uno puede ser cualquier cosa en este mundo nuestro salvo ama de casa. Quizá llevo veinte años sin leer esa expresión, “ama de casa”, en un periódico. ¿Qué piensan las amas de casa? ¿Cuántas hay? ¿Qué quejas tienen? ¿Dónde se manifiestan y bajo qué pabellón y tonalidad? ¿Son las amas de casa feministas?
Todo el mundo es algo y feminista salvo las amas de casa, que no son nada en concreto, un silencio social sostenido por las cuatro puntas. Una feminista no va a defender nunca a un ama de casa, que representa en su modo de callar todo lo que desprecia, sumisión y fregonas y máquinas tragaperras. Tampoco un empresario o un ministro de Economía tiene nada bueno que decir sobre toda esa gente que no produce valor añadido, que ni compite ni emprende. Y luego está la ciudadanía (léase: “todos ustedes”, a diferencia del pueblo: “todos nosotros”) que, si de algo se queja realmente, es de tener que dedicar unas horas del día a ser ama de casa. Lo mires por donde lo mires, el ama de casa es el símbolo común de todo lo que odiamos en la vida.
Recuerdo un programa de televisión de los años 90 en el que apareció una señora y dijo: “Yo soy maruja, y estoy muy orgullosa de ser una maruja”, y recuerdo a mi madre dando un paso al frente que me asustó por su ímpetu revolucionario: “Bien dicho. ¡Y yo también!” El orgullo maruja duró poco, y ya ni se habla de si tienen que cobrar o no del Estado las amas de casa, como se oía en los 90, pero sí de que todos cobremos una renta mínima aunque no sepamos ni hacernos la cama. Que aún queden amas de casa llegará a extrañarnos tanto algún día como que queden bueyes. ¡Las amas de casa y los bueyes no tienen ningún futuro en esta sociedad!
Lo que necesitan las amas de casa es un nuevo referente, y aquí se lo presento: Shirley Jackson.
Horror
Shirley Jackson es una autora de terror estadounidense que conocí el año pasado gracias a su libro 'Siempre hemos vivido en el castillo', que me salió al paso en la biblioteca. Luego descubrí que mucha gente ya la había leído y que su relato 'La lotería' ocupaba un lugar preeminente dentro del canon de la literatura de su país. Fue simpático comprobar qué tipo de persona se ufanaba de conocer mucho antes que yo a esta escritora, dando a entender además que leer va de llegar antes a un sitio para no dejar entrar luego a los demás. Bobos: ése era el tipo de persona.
El caso es que fui siguiendo el legado de Shirley Jackson en las diversas aproximaciones que la editorial Minúscula ha hecho a su obra, y que incluyen, aparte de 'Siempre hemos vivido en el castillo', sus 'Cuentos escogidos' y 'Deja que te cuente', de este mismo año.
Todo lo cual ha coincidido con una eclosión de su figura que sólo podemos tildar de impresionante: Netflix estrenó hace nada la serie 'La maldición de Hill House', basada en la novela del mismo título que Shirley Jackson escribió hace nada menos que sesenta años; y Elisabeth Moss interpretará a la propia escritora en Shirley, un biopic dirigido por Josephine Decker.
Este éxito unánime da para titulares como: 'La vida gótica de Shirley Jackson' (El País). ¿Qué vida gótica? ¡Que era ama de casa, amigos!
No nos confundamos de escoba
Es en 'Deja que te cuente' donde descubrimos al ama de casa que hizo posible todo ese mundo que ahora se podrá adjudicar a una Shirley Jackson estrafalaria e inverosímil, que vivía en mansiones sucesivas y que era una bruja incluso. No nos confundamos de escoba. En este volumen de cuentos inéditos y conferencias hay una titulada 'Aquí estoy, lavando los platos otra vez', donde leemos: “Cuando estoy lejos de casa lo que más echo de menos, después de los niños, es la imagen de mi querida pila.” En otra charla lo deja todo más claro: “Soy una escritora que, por una serie de errores de juicio propios de la ingenuidad y la ignorancia, se ve sumida en una familia con cuatro hijos y un marido, en una casa de dieciocho habitaciones, sin tener ninguna ayuda, con dos gran daneses y cuatro gatos, y -si ha sobrevivido hasta hoy- un hámster. También puede que haya un pez de colores en algún sitio.”
Y sigue: “...como mucho, dispongo de unas pocas horas al día para sentarme a escribir...” “Es un milagro que consiga dormir cuatro horas, de verdad”.
Fíjense cómo ha cambiado el mundo que ahora los jóvenes creen que para escribir necesitan de la concesión de una beca en un palacio en Roma o en un convento en Córdoba, o en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y mil euros al mes: si no, es mucho sacrificio eso de escribir.
“Me gustaría -sigue Shirley Jackson- transmitirles algunas cosas que he aprendido de esos momentos hostiles, tensos, bienvenidos en que al final me siento a escribir. (…) Mientras estoy haciendo las camas y lavando los platos y yendo a la ciudad a comprar zapatos de baile, me cuento historias a mí misma. Historias sobre cualquier cosa, cualquiera. Simplemente historias. Al fin y al cabo, ¿quién puede aspirar una habitación y concentrarse en ello? Me cuento historias. Tengo una historia sobre el cesto de la ropa sucia que no puedo contar ahora...”
Y que nunca contó. Es una pena, porque “el cesto de la ropa sucia” es quizá el concepto que viene uno echando en falta desde hace años para oponer o medir al menos el embalsamado “una habitación propia” de Virginia Woolf. Cesto de la ropa sucia / habitación propia: ahí hay una dialéctica que nos hemos perdido.
Uno puede ser cualquier cosa en este mundo nuestro salvo ama de casa. Quizá llevo veinte años sin leer esa expresión, “ama de casa”, en un periódico. ¿Qué piensan las amas de casa? ¿Cuántas hay? ¿Qué quejas tienen? ¿Dónde se manifiestan y bajo qué pabellón y tonalidad? ¿Son las amas de casa feministas?