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¿Y si hay más libros buenos de lo que podemos asumir?
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Alberto Olmos

Mala Fama

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¿Y si hay más libros buenos de lo que podemos asumir?

Numerosas obras solventes quedan relegadas de inmediato y quizá no se deba a que su destino es un lector minoritario sino a que no damos para más

Foto: Una imagen de una pila de libros en Frankfurt. (EFE/Frank Rumpenhorst)
Una imagen de una pila de libros en Frankfurt. (EFE/Frank Rumpenhorst)

Me impresionó en la pasada gala de los Goya la imagen de siete directores subidos al escenario para homenajear a Chicho Ibáñez Serrador. Los miraba yo uno a uno y los nombraba y recordaba sus películas y pensaba: es que son todos buenos. Sin embargo, su destino era fracasar, concluía a renglón seguido, tan pancho. El destino del artista es el fracaso en la medida en la que sólo uno de esos siete conseguirá exactamente lo que desea, que, si son artistas de primer orden, es obviamente hacer películas hasta bien entrada la vejez y recibir premios y encandilar a los espectadores y dejar una obra inmortal que se proyecte en ciclos muy concurridos en las filmotecas de todo el mundo. Visto así, no me negarán que se fracasa inevitablemente.

Que una buena película no la vea nadie, o que un buen libro no llegue a muchos lectores, tiene que ver en bastantes casos con algo tan simple como esto: que había otra buena película y que había otro buen libro y que ambos sí tuvieron la suerte de caer en gracia al público. Dijo Ray Loriga en alguna parte que uno no compite contra nadie, salvo contra sí mismo, y eso vale para el acto concreto de escribir, para estar escribiendo. Pero cuando ya estás sobre una mesa de novedades y un fulano tiene 20 euros para comprarse un único libro, estás compitiendo contra toda la librería. Menos unicornios, por favor.

Compiten por su dinero

Compiten por su dinero estos días en las mesas de novedades varios libros de los que aquí vamos a destacar apenas tres o cuatro, a sabiendas de que desde esta columna se construyen éxitos editoriales como churros. Uno de ellos son los diarios de Marcos Ordóñez.

Yo no había leído nada de Marcos Ordóñez justamente por eso que les digo: que siempre había otro autor. Llevaba tiempo penando esta desidia y esperando el momento de acercarme a un autor cuyo nombre se me iba haciendo cada vez más familiar en su persistencia, y ese momento lo ha propiciado Anagrama. Ha sido ver a Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957) en Anagrama y querer leerlo más. Por eso hay que publicar en Anagrama, amigos, para que te quieran leer un poco más.

Sus diarios, 'Una cierta edad', son estupendos, afinados y culturetas, y baste decir que me los he leído de un tirón. Nacen bajo la advocación de Iñaki Uriarte, autor hasta la fecha de tres delgados diarios que han atraído muchos elogios. Por lo que sea —como que yo soy muy listo—, tengo la sensación de que se enfrenta 'sotto voce' estos diarios de Uriarte con los de Trapiello, y no hay halago para Uriarte que no llegue acompañado de un palito para Trapiello, o de una omisión onerosa. No hace falta que les recuerde que para mí los diarios de Trapiello son imprescindibles, insuperables incluso.

La esencia de un diario literario es que a su autor no le suceda absolutamente nada

El caso es que Ordóñez nos regala muchas lecturas en sus diarios, nos abre el apetito, y su vida es tanto más interesante cuando no le pasa nada y él mismo se pone a leer. La esencia de un diario literario es que a su autor no le suceda absolutamente nada, porque el diario es el triunfo de una cadencia: la de la vida cotidiana.

Sin embargo, me ha molestado bastante un tic moral de estos textos, tic que comparten otros autores y columnistas (el propio Uriarte). Es ese empeño en proponerse felices y sencillos, buenos como el pan, espantados ante el cinismo reinante y engolosinados con su propia modestia. Yo creo que un diario te gana cuando revela alguna miseria, como ese momento en el que Ordóñez habla de manuscritos rechazados, porque, si el diario es un espejo, el espejo más bonito es el que te refleja a pesar de ti, con alguna mella o manchita o azogue oscuro asomando. Pero esto es sólo una opinión.

Panfletario

Otro libro que tanto puede triunfar como fracasar, siendo como es un triunfo absoluto de su autor, es 'La tierra desnuda' (Alfaguara), de Rafael Navarro de Castro. Para que lo entiendan enseguida digamos esto: es 'Intemperie' (Seix Barral) extendida. Al igual que en la novela de Jesús Carrasco, aquí el autor mete las manos en la tierra, sabe cómo se llama cada grano de arena y viste el idioma con todas las ropas del baúl. Es una prosa impecable. Carrasco escribió 200 páginas y Castro ha escrito 600. El protagonista se llama Blas.

También es una primera novela y también (como Santiago Lorenzo o Eva Baltasar; o yo mismo a poco que me pierda de vista mi novia) vive en un pueblo y pasa de todos nosotros, echados a perder por los semáforos. Esto de lo rural como modo de vida se nos está yendo de las manos.

¿No es mejor dejar dos obritas al calor del tiempo y ver venir a los lectores imantados por la eficacísima leyenda del silencio?

La pega que le pongo a 'La tierra desnuda' (y no sé si estas pequeñas pegas que comento serán al cabo el motivo de que estos libros no lleguen a más gente) es que su autor se permite cada veinte páginas soflamas realmente panfletarias, en plan pobrecitos los pobres y que hijos de puta (sic) los ricos. Yo creo que se podían haber evitado.

También telúrico es el autor brasileño Raduan Nassar, con el que debe de estar fracasando mucho la editorial que, cuarenta años después, ha decidido traerlo a España. 'Un vaso de cólera' (2016, original de 1978) y 'Labranza arcaica' (2018, original de 1975) es todo lo que dio a la imprenta, con unos cuentos, este buen hombre. La traducción de Juan Pablo Villalobos para Sexto Piso es un deleite y da mucho gusto formar parte, como lector, de este fracaso editorial. La pega aquí a este estilo lírico y campesino, de forzada frase larga y visceralidades familiares es que su autor nos engaña con su contención. Si sólo escribió dos novelas de apenas cien páginas se debe simplemente a que, como decía David Mamet a otros efectos, si hubiera publicado veinte sabríamos que no le cuesta nada. ¿Para qué hacer más de lo mismo, pensaría Nassar? ¿No es mejor dejar dos obritas al calor del tiempo y ver venir a los lectores imantados por la eficacísima leyenda del silencio?

Lo bonito es que, al cabo, si los libros son buenos, los lectores vienen.

Me impresionó en la pasada gala de los Goya la imagen de siete directores subidos al escenario para homenajear a Chicho Ibáñez Serrador. Los miraba yo uno a uno y los nombraba y recordaba sus películas y pensaba: es que son todos buenos. Sin embargo, su destino era fracasar, concluía a renglón seguido, tan pancho. El destino del artista es el fracaso en la medida en la que sólo uno de esos siete conseguirá exactamente lo que desea, que, si son artistas de primer orden, es obviamente hacer películas hasta bien entrada la vejez y recibir premios y encandilar a los espectadores y dejar una obra inmortal que se proyecte en ciclos muy concurridos en las filmotecas de todo el mundo. Visto así, no me negarán que se fracasa inevitablemente.

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