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Si vivieras una guerra civil ¿la pasarías comiendo caviar o acabarías en una zanja?
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Alberto Olmos

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Si vivieras una guerra civil ¿la pasarías comiendo caviar o acabarías en una zanja?

La lectura de testimonios bélicos revela la sobreactuación con la que afrontamos los conflictos contemporáneos

Foto: Casa en Vallecas fotografiada por Robert Cappa durante la Guerra Civil Española
Casa en Vallecas fotografiada por Robert Cappa durante la Guerra Civil Española

A veces me da por pensar dónde estaría cada cual en una guerra civil, pongamos una que no contara con el precedente de la Guerra Civil, una que se diera de pronto y sin memoria, con absoluta inocencia, valga la contradicción. Lo espeluznante es que me pongo a pensar estas cosas justo cuando veo a alguien en la tele, o frente a mí, que me sugiere una impresión muy concreta: “Este en una guerra se hartaría a fusilar gente”. Luego tiro del hilo y os coloco a todos en trincheras y tumbas, checas y conventos, bando y bando.

Dejó dicho Fernando Fernán Gómez en 'El tiempo amarillo' (Debate) que hubo mucha gente en la Puerta del Sol cuando se proclamó la República; y que había también mucha gente por todo Madrid años después, cuando Franco entró en la ciudad. Y añadía el actor: obviamente muchos de ellos eran los mismos. Esto de que la gente no tiene bando, sino miedo, es de las cosas que no olvido nunca a la hora de encontrarnos a cada uno un sitio en la guerra civil imaginaria.

Para el rol para el que más candidatos tengo es para el de Rafael Alberti. Carlos Morla Lynch se maravillaba en alguno de sus libros de que, viviendo en una ciudad sitiada, Alberti estuviera ganando tanto peso y haciéndose una hechura tan impecable de bon vivant. Anda que no hay poetas hoy comprometidísimos que sabrían, a buen seguro, conseguir caviar en mitad de un bombardeo.

placeholder Rafael Alberti con la insignia de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. (EFE)
Rafael Alberti con la insignia de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. (EFE)

Woody Allen tiró los márgenes del belicismo en la posmodernidad cuando dijo que en una guerra él sólo serviría para prisionero, y también cuando en 'Annie Hall', en respuesta a las dudas de la propia Annie sobre si soportaría que la torturaran, sentenciaba: “En cuanto te quitaran tu tarjeta de crédito, lo contarías todo”. Hoy nos quitan una app, un semáforo, un día de compras, y lo contamos todo. Hoy paramos el fascismo con un tuit. Hoy es inasumible que un policía no te deje pasar por una calle.

Es mi novia la que me recuerda de vez en cuando que hay gente que ha vivido cosas horripilantes. Todos deberíamos contar con una persona al menos que, en medio de nuestros impresionantes dramas cotidianos (no va wasap, 'Juego de Tronos' no acaba como quería, no va Twitter, no puedo tomar gintonics durante la lactancia, no me invitan a un festival literario en México...), nos recordara que, no hace tanto, la gente veía a sus hijos partir hacia una guerra y los recuperaba años después, en forma de calavera con un agujero de bala en el parietal.

El dolor

Esto, sin más ni menos, es lo que cuenta Marguerite Duras en 'El dolor' (Alianza), un libro de valor incalculable. Está el testimonio, un horror vivido en primera persona que nosotros no conocemos y que, además, somos incapaces de tomarnos en serio. Ah, sí, que entraban en tu casa, te llevaban por la fuerza, te torturaban y te tiraban a una zanja. Ah, sí, lo de los campos de concentración y la Resistencia y las torturas y la posguerra miserable. Lo comprendemos, pero no lo asumimos. Es la vieja disputa entre la sabiduría y la verdad, en la medida en que la sabiduría no es la verdad, amigos. La verdad es la experiencia.

placeholder 'El dolor'. (Alianza)
'El dolor'. (Alianza)

Y está, claro, la literatura, esa lírica por el filo de lo insoportable que practica Duras cuando se pone cirujana (“¿acaso quedaba aún en su cuerpo materia para hacer un cadáver?”), la lírica de 'Hiroshima, mon amour' o de 'Esto es todo' (Ollero y Ramos), muy superior a esa Lolita autogestionada que fue 'El amante' y que, por desgracia, la hizo famosa. Media vida en guerras y horrores y pasas a la posteridad por tus aventuras eróticas de los 15 años, escritas seguramente para pasar el rato.

Mientras leía 'El dolor' me acordé de nuestra guerra, y quise familiarizar espantos leyendo algo de aquello, así que me hice con 'Celia en revolución' (Renacimiento), de Elena Fortún. 'El dolor' son (supuestamente) unos cuadernos de 1945; 'Celia en la revolución' es de 1943. 'El dolor' se publicó en 1985 y 'Celia en la revolución' en 1983. Ambos son testimonios directos de lo horrible vivido. Incluso Fortún y Duras comparten la autoría bajo pseudónimo.

'Campo de los almendros', de Max Aub, es la mejor novela sobre nuestra guerra, junto a 'La plaza del diamante', de Mercè Rodoreda

Con prólogo de Andrés Trapiello (“una de las grandes novelas de la guerra civil”), que acompaña la introducción original de Marisol Dorao, hay una mala noticia inmediata para estos sus valedores, y para tantos lectores entregados a Elena Fortún: entre ella y Duras media un abismo. Después de leer 'El dolor', 'Celia en la revolución' parece una zarzuela.

placeholder 'Celia en la Revolución' (Renacimiento
'Celia en la Revolución' (Renacimiento

Es, claro, un libro interesante, donde sale mucho Madrid y se consignan tristezas y aquelarres y se ve cómo se mata en España cuando se nos va completamente la cabeza. Pero la peripecia es previsible, apenas un lugar común, las páginas se nos presentan atiborradas de diálogos, que es la forma de narrar más simplona que existe, y nunca aflora en el relato lo universal, al punto de que uno queda más conmovido de ver a Duras esperando a que su marido salga de Dachau que de ver los muertos en la ribera del Manzanares, que está a diez minutos andando de donde estoy escribiendo esto.

Ya por jugar a las listas de Mejores Libros, les diría que 'Campo de los almendros', de Max Aub, es la mejor novela sobre nuestra guerra, junto a 'La plaza del diamante', de Mercè Rodoreda, donde sale poca guerra en realidad, pero muy bien destilada; y que hay que leer 'Madrid de Corte a Checa', mal que nos pese, y lo de Morla Lynch. De lo de Morla Lynch (me refiero a I'nformes diplomáticos', particularmente) hay que hacer una serie, de hecho. Sería una cosa entre 'El ángel exterminador' y 'Gran Hermano'. Nunca me agradecerán tanto una recomendación como ésta de 'Informes diplomáticos'.

A veces me da por pensar dónde estaría cada cual en una guerra civil, pongamos una que no contara con el precedente de la Guerra Civil, una que se diera de pronto y sin memoria, con absoluta inocencia, valga la contradicción. Lo espeluznante es que me pongo a pensar estas cosas justo cuando veo a alguien en la tele, o frente a mí, que me sugiere una impresión muy concreta: “Este en una guerra se hartaría a fusilar gente”. Luego tiro del hilo y os coloco a todos en trincheras y tumbas, checas y conventos, bando y bando.

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