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Pero ¿qué tenéis todos contra las amas de casa?
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Alberto Olmos

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Pero ¿qué tenéis todos contra las amas de casa?

Se las silencia, se las ataca, se las desprecia, y quizá son más listas de lo que creéis

Foto: Ama de casa anciana limpiando el suelo con un trapo. (iStock)
Ama de casa anciana limpiando el suelo con un trapo. (iStock)

Kristen Ghodsee nació en 1970 en Estados Unidos y puede decirnos cómo era la vida sexual de las mujeres rumanas, búlgaras, polacas, albanas, húngaras, yugoslavas, checoeslovacas y germanorientales entre aproximadamente el final de la II Guerra Mundial y distintos momentos catastróficos de los años 80. Era una vida sexual fantástica. Todas vivían bajo dictaduras de inspiración soviética. Su vida sexual era dinamita. Hasta que llegó la catástrofe, ya decimos, la anorgasmia, ese jarro de agua fría para la libido llamado democracia. Entonces fue: un voto, un orgasmo menos. Es la idea madre, la ocurrencia retractilar de su libro 'Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo' (Capitán Swing).

placeholder Portada del libro de Kristen Ghodsee
Portada del libro de Kristen Ghodsee

Yo creo que tiene que írsete mucho la mano con la quinoa para decir que la gente (da igual el género) disfrutaba más del sexo a) en la posguerra, b) bajo dictadura, c) hace unos sesenta años y d) sin anticonceptivos que cuando se dejaron atrás a, b y c y llegó d. Michel Houellebecq no es un estudioso, pero cuando dice en alguna de sus novelas que la liberación sexual de la mujer llegó con la píldora está dando una pista bastante sensata. Ghodsee quiere hacernos creer que había más marcha en Varsovia en los años 60 que en San Francisco, Londres o París; que Ceaucescu era sexy; que "Telón de acero" quizá signifique una cosa muy picante. Sólo un cuñado podría llevarle la contraria a una experta en Europa del Este con varias publicaciones premiadas sobre su historia y sus gentes. ¿A quién vas a creer, a una etnógrafa con años de estudio o a tus poquísimas ganas de follar en Rumanía en 1954?

La tesis de Ghodsee, dejado atrás el chiste del título, es conocida: el capitalismo es muy malo. Y especialmente malo para la mujer. Lo bueno es -concluye Ghodsse- el socialismo, pero ese socialismo que aún no hemos visto. Básicamente con esto puedes pasarte toda la vida dándotelas de intelectual. Para disfrutar de este posicionamiento, como es lógico, tienes que vivir en alguno de los países más ricos del mundo y no conocer en persona a nadie con problemas reales. Por ejemplo, es necesario no conocer a una sola ama de casa.

Amas de casa

Porque cuando se habla de capitalismo y mujeres, las amas de casa quedan siempre en medio y les caen palos por los dos lados. ¿Saben cuántas veces ha hecho un periódico un reportaje sobre amas de casa en el que un redactor se haya acercado a un parque infantil a preguntar a las ocho mujeres que hay allí y a los dos hombres (yo, por ejemplo) qué piensan de su vida como "personas inactivas por labores del hogar" (INE)? Nunca. Lo habitual es preguntarle a una ingeniera, una arquitecta y una bióloga sobre cómo sus hijos les han jodido la vida, y concluir que sí, que los hijos te arruinan la vida y que ser ama de casa es la nueva esclavitud. Ghodsee añade además que si eres ama de casa no tienes ni vida sexual.

Ghodsee añade además que si eres ama de casa no tienes ni vida sexual

Si Greta Thunberg puede hablar en nombre de la Justicia Climática, yo me voy a permitir hablar en nombre de las amas de casa. Lo primero que hay que entender es que la vida de una mujer en el capitalismo no es un dilema entre ser ama de casa y ser ejecutiva en Telefónica, pues hay un bonito espectro de posibilidades intermedias. Por ejemplo, ser cajera del Día; por ejemplo, ser reponedora en el Simply. También: trabajar de camarera, de tendera o dependienta, en una lavandería, en una fábrica, de taquillera en el cine, de barrendera, de telefonista y, bueno, otros cien empleos más, obviamente vocacionales. 930 euros al mes. Parece ser que hay gente con vocación de cajera de supermercado, sí.

placeholder Un ama de casa infeliz a pesar de tener una lavadora modernísima. (iStock)
Un ama de casa infeliz a pesar de tener una lavadora modernísima. (iStock)

Por ello, es habitual ver en el parque a madres dedicando miradas letales a sus hijos de dos años, y oírlas bisbisear: "Por ti dejé un maravilloso puesto de cajera en el que iba a ser muy feliz durante treinta y siete años seguidos, ¡maldito!". Y luego lloran. Porque, ojo, también lloraron el día que decidieron dejar el Día y dedicar su vida a ese cáncer que son los hijos. Se llevaron una bolsa de plástico de recuerdo. Y la enmarcaron. "Nunca seré auxiliar de carnicería, mi sueño desde pequeña".

Obviamente, también hay madres que dejaron atrás una oficina, una jefatura de sección o un puesto de comercial donde no se ganaba mal dinero. Y esa decisión fue durísima. ¿Cómo no echar de menos las largas jornadas laborales hermosísimas en una oficina de almacén en Móstoles? ¿Cómo no lamentar toda la vida el día que dijiste adiós a Pollerías Sánchez SL o a Rodamientos Luismi, también SL? Esa silla chirriante, esa puerta todavía más chirriante, esos albaranes como pétalos de rosa. Y justo te iban a poner ordenador nuevo.

Obviamente, también hay madres que dejaron atrás una oficina, una jefatura de sección o un puesto de comercial donde no se ganaba mal dinero

Les repito la avispada tesis de Arnold Bennett en 'Cómo vivir con 24 horas al día' (Melusina): “La mayoría de la gente no desea triunfar, por eso el número de fracasados es sorprendentemente bajo”. Esto quiere decir que hay un momento en la vida en el que te das cuenta de que el éxito no es exactamente triunfar. Querer a tus hijos no es triunfar, pero no tengo tan claro que haya otras formas de éxito.

Comunistas

Yo no sé de dónde salen los intelectuales de izquierdas (o sí lo sé), los pensadores y columnistas que se dicen de tal sesgo, pero piensan todos como si trabajaran para Carrefour. Es decir, tienes a unas mujeres que se bajan del carro del capital, que apuestan por una vida acompetitiva, que obviamente consumen menos que nadie porque no tienen salario y que viven sin jefes, 'kick offs' o trepas de filo fácil y en lugar de decir: "este camino es interesante", crees que están siendo explotadas precisamente por el sistema del que se han desmarcado. Crees, sí, que son imbéciles. ¿No será que a lo mejor han acertado? Han tenido que elegir entre mil euros al mes (sueldo, por cierto —y como parecen olvidar sistemáticamente los opinadores de izquierdas— de más o menos la mitad de todos los trabajadores del país); han tenido que elegir, digo, entre mil euros al mes o estar en casa con sus hijos. Y viendo enseguida que casi les costaría mil euros al mes que les cuidaran a sus propios hijos otras personas. Por tanto, irían a trabajar ocho horas al día por 300 o 400 euros al mes que casi no llegarían para pagar el transporte al trabajo, la ropa variada exigible en cualquier faena, el menú de la cafetería y el café de media mañana. ¿A que es increíble que haya mujeres (y hombres) que prefieran quedarse con sus hijos a ganar 200 euros al mes por no verlos en todo el día?

placeholder Una recreación del secuestro de Alberto Olmos a manos de sus hijos. (iStock)
Una recreación del secuestro de Alberto Olmos a manos de sus hijos. (iStock)

Entonces una idea —por ejemplo— de Podemos y del PSOE es que hay que obligar a esta gente a volver a sus horribles trabajos al parecer vocacionales poniendo guarderías gratis. ¿Eso es la izquierda, sacar a las amas de casa de la esclavitud de su propio hogar y llevarlas al paraíso de un polígono industrial? ¿Hay algo más pro-capitalista que obligar a la gente a aceptar trabajos que detestan con toda su alma por 978 euros al mes?

¿Hay algo más pro-capitalista que obligar a la gente a aceptar trabajos que detestan con toda su alma por 978 euros al mes?

Por otro lado, cuando uno tiene hijos y se encarga de cuidarlos, mágicamente todos sus amigos y conocidos desaparecen de la faz de la Tierra. Comprendí que no me pasaba esto a mí solo por un tuit de la escritora Aloma Rodríguez, donde daba fe de esta fabulosa desmaterialización de la amistad. A mí en concreto sólo me escriben los amigos o conocidos del mundo editorial para decirme exactamente esto: "Hola, Alberto. Blablablablabla. Tengo nuevo libro. ¿Te lo mando?". Y adiós muy buenas.

Nadie quiere quedar con una persona que va a llevar consigo un bebé o un niño de dos años, porque -sí- es un coñazo. No se puede conversar tranquilamente. Sin embargo, ¿no les parece curioso que los mismos que dejan de verte porque cuidas niños denuncien en los medios y en las redes que la sociedad no ayuda a los que cuidan niños? Siempre es la sociedad la que no hace lo que, en realidad, no haces tú.

Hay cuatro millones de personas sin jefes, sin sueldo, sin competencia, sin maquillaje, sin organigrama; sin nada que producir

Hay una cosa que me encanta de las amas de casa, y es lo mal que visten. A mí me da muchísimo placer levantarme cada día y ponerme cualquier trapo y salir a la calle sin la menor preocupación por lo que la gente piense de cómo voy vestido. Con niños, no merece la pena ni la más mínima coquetería. Así, hay cerca de cuatro millones de personas que salen por la mañana a la calle con atuendos prácticamente indistinguibles, sin jefes, sin sueldo, sin competencia, sin maquillaje, sin organigrama; sin nada que producir; y que se juntan en un parque y comparten los juguetes de sus hijos con los hijos de otros desheredados.

Porque eso son las amas de casa, amigos: una comuna.

Qué una comuna: ¡el auténtico comunismo!

Kristen Ghodsee nació en 1970 en Estados Unidos y puede decirnos cómo era la vida sexual de las mujeres rumanas, búlgaras, polacas, albanas, húngaras, yugoslavas, checoeslovacas y germanorientales entre aproximadamente el final de la II Guerra Mundial y distintos momentos catastróficos de los años 80. Era una vida sexual fantástica. Todas vivían bajo dictaduras de inspiración soviética. Su vida sexual era dinamita. Hasta que llegó la catástrofe, ya decimos, la anorgasmia, ese jarro de agua fría para la libido llamado democracia. Entonces fue: un voto, un orgasmo menos. Es la idea madre, la ocurrencia retractilar de su libro 'Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo' (Capitán Swing).

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