Mala Fama
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¿Y si el fascista eres tú?
Descubrir en pleno siglo XXI que el fascismo es muy malo merece alguna consideración
Hace mes y medio, coincidiendo con la formación del nuevo Gobierno, un buen número de personas decidió proclamar a los cuatro vientos que era antifascista. Para hacer perdurable esta declaración, ubicaron tanto en la solapa de sus chaquetas como en la parte alta de sus perfiles de Twitter un triángulo rojo de punta. Explicar de dónde venía ese triangulito rojo en punta (campos de concentración nazi) nos entretuvo algunos días. Aún hoy, junto a corazoncitos rojos o verdes o morados, o enseñas piratas, hay quien pega a su nombre en Twitter el consabido triangulito rojo. Así, diríamos que pasa por normal y pertinente que haya personas adultas y formadas que solo en 2020 se han dado cuenta de que el fascismo es muy malo, lo que les ha obligado además y de inmediato a comunicarnos al resto de seres vivos su extraordinario descubrimiento.
Asistí a esta iluminación antifascista con todo ese interés que me despierta la izquierda hegemónica de nuestros días, ya saben, esa izquierda que consiste básicamente en ponerse un pin en la solapa y mandarte a la Wikipedia para que veas la profundidad de sus ocurrencias. El marchamo antifascista, en 2020, comparte en buena medida el absurdo y la frivolidad de ese otro marbete igualmente glamuroso: anticapitalista. En principio, estar en contra de todo (el capitalismo) es igual que estar en contra de un espectro (el fascismo), pues ambas oposiciones salen gratis, ennoblecen y son compatibles con vidas perfectamente capitalistas y vidas —incluso— perfectamente fascistas. Yo, si tuviera que buscar ahora mismo un fascista, miraría primero entre la gente que declara muy explosivamente que es antifascista. Del mismo modo que si buscara un cargador para un iPhone le preguntaría primero a alguien que se declara anticapitalista.
Si tuviera que buscar ahora mismo un fascista, miraría primero entre la gente que declara muy explosivamente que es antifascista
Esta paradoja posmoderna, según la cual tu postura (postureo) ejerce la función de máscara de contrarios, me llevó a pensar —con total inocencia respecto a mis propias dotes— en una expresión también afiliada al oxímoron: fascismo de izquierdas. Es simpático —aunque un poco enloquecedor— pensar así la vida: como oxímoron, contradicción, paradoja y máscara.
Cuando acudí a Google para ver si a alguien se le había ocurrido esto del 'fascismo de izquierdas', me llevé un chasco. Se le había ocurrido a tanta gente que hasta había una entrada en la Wikipedia. En ella, aparecía una cita de Peter Sloterdijk, el poético y enmarañado filósofo alemán autor del excelente 'En el mundo interior del capital'. Al parecer, en su libro 'Ira y tiempo' se hablaba mucho de izquierda desangelada y vuelta a endemoniar, de modo que me puse a leerlo con la idea de dar enjundia a mi escritura venidera sobre el triangulito rojo de marras. Leer a Peter Sloterdijk lleva su tiempo. Un poco más, queridos amigos, que descubrir que eres antifascista por la mañana y, a media tarde, haber derrotado ya tú solo a triangulitos a no se sabe muy bien qué Hitler recortable.
'Thymós', las bajas pasiones
'Ira y tiempo' se publicó en Alemania en el año 2006, pero muchos de sus planteamientos se ajustan perfectamente a la queja que cuatro locos andamos propagando estos días sobre la inexistencia o vaciado de sentido de la izquierda. Sloterdijk parte de premisas discutibles por su habitual exceso de lirismo, pero finalmente se nos antojan válidas. Tomando como pilar de sus tesis la noción griega 'thymós' (esto es: las bajas pasiones, desde el rencor al deseo de reconocimiento, pasando por la venganza), adjudica a los alzamientos de clase y a las revoluciones populares un gran capital de ira, identificando así esta pasión por el cambio, bien que agria, como la esencia de la izquierda.
Básicamente, estoy de acuerdo. Cuando yo he votado a algún partido de izquierdas, no lo he votado porque estuviera encantado de la vida, sino porque estaba hasta ahí mismo de la vida. Podemos decir, bajando al barro la prosa empírea de Sloterdijk, que para ser de izquierdas hay que estar enfadado, mientras que para ser de derechas basta con sentir incómodas preocupaciones. O al menos era así hasta ahora.
Para ser de izquierdas hay que estar enfadado, mientras que para ser de derechas basta con sentir incómodas preocupaciones. O al menos era así
Sloterdijk ya detectó hace 15 años cómo la ira ('thymós'), que había sido un catalizador político progresista durante toda la historia, había dejado de serlo, lo que afectaba inevitablemente a las formaciones de izquierda. No hay suficiente 'ira acumulada' para generar movimientos políticos de importancia. Esto guarda relación con “el fin de la historia” enunciado por Fukuyama, con las ideas de Pinker acerca del innegable progreso de nuestra civilización y hasta con mi afirmación en este artículo —modestamente— de que el capitalismo ha triunfado por completo. No hay futuro para un partido que pretenda satisfacer únicamente a aquellos que están cabreados con el sistema, porque son muy pocos en comparación con los que están soñando con disfrutar plenamente de todo lo que este puede ofrecerles. Así, la izquierda clásica “se ha dado de baja como partido de orgullo y de ira y ha realizado el giro hacia el primado de los apetitos”.
Para Sloterdijk, la moral dominante de nuestros días se presenta como un tríptico bastante mezquino: 1) “debes desear y disfrutar todo aquello que otros gozadores te manifiesten como bien deseable”, 2) debes hacer ostentación de tu consumo y 3) si fracasas, es culpa tuya. A lo que Baudrillard aporta: “Los jóvenes franceses se encuentran en su casa dentro de una burbuja de ilusión donde se defienden privilegios como si se tratara de derechos fundamentales”.
¿Y dónde cabe aquí el antifascismo?, se preguntarán. Como es natural, en ninguna parte. Sloterdijk recuerda la afirmación de Marx acerca de cómo las piezas históricas se estrenan en forma de tragedia para repetirse después regularmente como farsa. "La farsa aparece en este caso como el intento de proyectar las circunstancias de los años 30 sobre las de la época de 1968 y posterior a esta para deducir de ellas reglas para la resistencia” frente al sistema imperante". O sea, la revolución como 'escape room' de niños pijos.
Ya a mediados de siglo el concepto 'antifascismo' no fue otra cosa que la forma de “inmunizar a la Unión Soviética contra los críticos de dentro y de fuera. Estos tenían que temer ser denunciados como profascistas tan pronto como elevaran el más mínimo reproche contra la política de Stalin”. No sé a ustedes, pero a mí esto me suena mucho.
Y la traca final: 1) “la ingeniosa auto-representación del fascismo de izquierdas como antifascismo fue (…) el juego lingüístico predominante de la época de posguerra...”; y 2)“se inventó una elevada matemática moral según la cual tiene que pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más criminal que él mismo.
Consecuentemente, Pablo Iglesias no se cree su propia alerta antifascista de 2020, ni nadie de Podemos el triangulito rojo en punta que luce, como demuestra esa imagen extraordinaria del líder del partido morado carcajeándose con el portavoz de Vox entre bambalinas. Démosle el relieve que merece: no hablando, no: carcajeándose.
El problema (la tristeza) es toda esa gente que se cree que lo que toca ahora desde la izquierda es gritar a los cuatro vientos que eres 'antifascista'. A veces me imagino a Iglesias una tarde de domingo pensando sin más en decirle a su parroquia que el próximo sábado será miércoles, y que si acaso llueve, en realidad hará sol, y que cuando sea de día será de noche, y sabiendo que a buen seguro como poco un millón de personas en España creerá que efectivamente es así, pues en caso contrario serían considerados fachas.
Es increíble el miedo que tiene tanta gente a ser tildada de 'facha' y la permisividad con la que ha asistido a coacciones y acosos fascistas
Esteban Hernández lamentaba desde esta misma cabecera que la izquierda no tenga ahora mismo algo más que ofrecer que esta figuración hollywoodiense como guerrilla 'antifascista'. ¿Eso es todo lo que se os ocurre, la farsa de luchar contra el fascismo?, debemos preguntarnos. ¿Algo como: 'Oye, vótame porque soy antifascista, y como no me votes te llamo facha'?
Félix Ovejero nos dice en 'Sobrevivir al naufragio' que “encontrar culpables es el primer paso para ejercer la superioridad moral”. Y esos culpables son encontrados, no lo duden, aunque sean mujeres embarazadas a las que se hostiga impunemente o políticos en el cine junto a sus hijos a los que se increpa sin miramiento alguno. Es increíble el miedo que tiene tanta gente a ser tildada de 'facha' y la permisividad con la que ha asistido a coacciones y acosos abiertamente fascistas —¿hay algo más totalitario que no dejar hablar a una persona en la universidad?— como si fueran perfectamente normales.
No sé, amigos; no sé. Yo aquí os dejo la pregunta: ¿y si el fascista eres tú?
Hace mes y medio, coincidiendo con la formación del nuevo Gobierno, un buen número de personas decidió proclamar a los cuatro vientos que era antifascista. Para hacer perdurable esta declaración, ubicaron tanto en la solapa de sus chaquetas como en la parte alta de sus perfiles de Twitter un triángulo rojo de punta. Explicar de dónde venía ese triangulito rojo en punta (campos de concentración nazi) nos entretuvo algunos días. Aún hoy, junto a corazoncitos rojos o verdes o morados, o enseñas piratas, hay quien pega a su nombre en Twitter el consabido triangulito rojo. Así, diríamos que pasa por normal y pertinente que haya personas adultas y formadas que solo en 2020 se han dado cuenta de que el fascismo es muy malo, lo que les ha obligado además y de inmediato a comunicarnos al resto de seres vivos su extraordinario descubrimiento.