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La novela que tienes que leer en lugar de tanto Black Lives Matter
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Alberto Olmos

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La novela que tienes que leer en lugar de tanto Black Lives Matter

Colson Whitehead ganó su segundo Pulitzer con 'Los chicos de la Nickel', una historia aleccionadora y emocionante

Foto: El escritor Colson Whitehead (EFE)
El escritor Colson Whitehead (EFE)

Sigo con curiosidad la repercusión en nuestro país de los asesinatos a manos de policías blancos de ciudadanos estadounidenses de raza negra. Un vecino que vive en un segundo, tres portales más abajo en mi calle, puso en su ventana, hace semanas, un cartel donde podía leerse: “Black Lives Matter”. Yo lo miraba todos los días al pasar y me preguntaba qué quería decirnos, qué quería decirnos realmente a todos los vecinos de Carabanchel que pasáramos por debajo de su ventana y viéramos el cartel. Cuando lo quitó, hace un mes, y puso unos dibujos incomprensibles, también me hice una pregunta: ¿ya no te importan las vidas negras, amigo? ¿Qué es esto de quitar y poner grandes consignas en tu ventana según sople el viento de la actualidad? ¿En qué momento exacto decides, no ya poner ese cartel, sino, sobre todo, quitarlo?

El reavivado conflicto racial en Estados Unidos me ha hecho pensar en los negros en mi vida, los negros en España y los negros en la cultura española. Obviamente, tienen poco protagonismo. Casi nadie que conoces tiene un amigo íntimo de raza negra, por simple estadística. Así las cosas, es difícil que la raza negra asome en la televisión, las novelas o las películas españolas. Recuerdo 'Bwana' (1996), de Imanol Uribe, y 'El traje' (2002), de Alberto Rodríguez, ambas protagonizadas por actores negros. ¿Qué fue de ellos? Su raza resulta tan imponente en la pantalla que es muy improbable que les den un papel donde ser negro no lo exija el propio guión. Alex de la Iglesia podría haber puesto un actor negro entre los muchos que participan en su película coral 'Perfectos desconocidos' (2017), pero seguramente ni siquiera pensó en ello. Había hombres y mujeres, un gay, pobres y ricos, guapos y feos, y jóvenes y viejos. Pero todos blancos.

Casi nadie que conoces tiene un amigo íntimo de raza negra, por simple estadística. Así las cosas, es difícil que la raza asome en la cultura

También me he acordado de una entrada del 'Diccionario de cine' (Planeta, 1997) de Fernando Trueba. En la voz Negro, escribía Trueba: “Color habitual del amigo del protagonista”. En realidad nuestro director está criticando el racismo en el cine de Estados Unidos, que relega a los actores negros a papeles de policía muerto a medio metraje que justifiquen la venganza inmisericorde del policía blanco; pero hoy nos suena de mal gusto. Me pregunto si, reeditado, cambiarían esa frase.

Foto en la solapa

Hace como cuatro años me llegó a casa 'El ferrocarril subterráneo' (Random House), de un tal Colson Whitehead. Había ganado algunos premios importantes. Tardé tres o cuatro segundos en desecharlo. ¿El ferrocarril subterráneo? Me parecía un título antipático, y escritores estadounidenses premiados (o no) hay muchos; sus apellidos, Whitehead, White, Wood, Woodwhite, Woodward, se me enredan y amontonan, parecen siempre la misma estrella literaria de moda, de lectura obligada mientras llega la siguiente estrella literaria de moda, normalmente dos meses después.

Durante muchos años, el sello Random House ha editado las novelas sin la tradicional foto del autor en la solapa. Este gesto quería significar una apuesta por la calidad literaria, y una renuncia a esa parte comercial de la autoría que se deriva de autores o autoras muy guapos o muy estrafalarios. Venía a decir, en suma, aquí lo único importante es el texto, no la fotogenia.

Sin embargo, el sello ha cambiado de idea y ahora sí incluye una foto cuadrada de sus autores en las solapas. Y yo creo que he leído por fin a Colson Whitehead por la foto. Ah, un autor negro, me dije; he leído pocos autores de raza negra, vamos con él.

Antes de ponerme a leerlo, lo busqué en Google. En concreto, en Google Imágenes. Me gusta ver decenas de fotos de la gente famosa, de los actores, de los escritores. Me hizo gracia encontrar fotos de una casa junto a las fotos propiamente dichas de Colson Whitehead. Resulta que había sido noticia en medios estadounidenses que Colson Whitehead se hubiera comprado una casa. Está en los Hamptons y le costó 2,5 millones de dólares. Puede verse entera, habitación por habitación, en algunas revistas digitales de decoración.

Yo creo que he leído por fin a Colson Whitehead por la foto. Ah, un autor negro, me dije; he leído pocos autores de raza negra, vamos con él


Luego acudí a Goodreads y vi que 'El ferrocarril subterráneo' tenía más de 200.000 lectores y que 'Los chicos de la Nickel' iba por los 100.000 (un libro de éxito en España apenas llega a los 1000). El propio Colson Whitehead tenía más de 8.000 seguidores en esta red social de lectores (yo tengo 29, por si quieren hacerse una idea). También averigüé que Colson era hijo de la clase media-alta neoyorquina, y que había estudiado en prestigiosos colegios y universidades. Su libro fue incluido en el Club de Oprah Winfrey, y había recibido el premio Pulitzer, siendo el segundo de su carrera, logro (ganar dos) sólo igualado por William Faulkner y John Updike.

Y con todo ello generando prejuicios y embelesos más o menos intensos en mi cabeza, me puse con 'Los chicos de la Nickel'.

Elwood Curtis

La novela se adscribe al realismo más clásico y eficiente. Empieza con el hallazgo de restos humanos en un descampado junto a un antiguo reformatorio (la Nickel), y todo indica que se trata de los cadáveres de algunos chicos que acabaron recluidos en esa institución, asesinados y enterrados en secreto a lo largo de los años. Después Colson pasa a presentarnos a nuestro protagonista: Elwood Curtis.

Con la minuciosidad propia de un Richard Ford, el autor va describiendo la vida de Curtis en los años 50 y 60, donde un disco con discursos de Martin Luther King le abre los ojos al cambio que debe producirse en la sociedad. Nombres de revistas, de productos y de establecimientos apuntalan un retrato muy verosímil y documentado sobre aquella época. Finalmente, Elwood Curtis acaba en la Nickel, un reformatorio segregado donde los chicos blancos lo pasan fatal y, por tanto, los chicos negros lo pasan mucho peor que fatal. Mala comida, malas instalaciones, malos tratos. Y un galpón alejado de los dormitorios donde por la noche puede ser que estén torturando a alguien. Desobedeció, alzó la voz o simplemente tuvo mala suerte. La Casa Blanca, lo llaman.

Era lógico darle dos Pulitzer a Colson Whitehead, tan aseadito moralmente, en lugar de uno solo a escritores como Everett, que son puro ácido

El tono de la novela, en algunos pasajes avanzados del libro, me hizo pensar en realidad en una novela juvenil. Colson Whitehead desconoce el cinismo, la ironía incluso (no digamos el tremendismo), y su mirada sobre esta realidad racista de los años 60 resulta un tanto antigua, por limpia, como de un Dickens o un Mark Twain. Su propio protagonista, excelentemente caracterizado, se nos presenta como un chico inteligente, honrado e inquebrantable; un héroe clásico, en suma. Mediada la novela, me dije a mí mismo que, si tuviera 400 páginas (tiene 230), la habría dejado ya. Se avanza por ella de modo agradable, pero un punto tedioso, pues la maquinaria literaria del autor no frecuenta la épica, el riesgo, la ruptura; es muy monótona. Pensé en otro autor de raza negra que había leído, Percival Everett ('X', Blackie Books, 2011), y en cómo era lógico darle dos Pulitzer a Colson Whitehead, tan aseadito moralmente, en lugar de uno solo a escritores como Everett, que son puro ácido.

El libro te hacía ver cosas fascinantes del racismo estadounidense, como esos libros de texto que los chicos blancos legaban a los chicos negros del curso anterior y que llenaban, antes de desprenderse de ellos, de frases obscenas y humillantes; pero, llegados a la Nickel, parecía muy previsible, una canasta fácil. Y hay mucho que leer, amigos.

Es un libro que no puede no gustar; es imposible, llegado su final, no aplaudir al autor


Sin embargo, porque estaba a cien páginas del final y el pobre libro en realidad no me había hecho nada, lo acabé. Ya antes de las últimas veinte páginas el nombre de Dennis Lehane me vino a la cabeza (sus lectores pueden intuir vagamente a qué me refiero), pues empecé a notar que estaba a punto de descubrirse un trampantojo sutil y espectacular. Y así fue.

El impacto de este descubrimiento me emocionó, incluso. 'Los chicos de la Nickel' cobraba todo su sentido, se hacía inolvidable. Es un libro que no puede no gustar; es imposible, llegado su final, no aplaudir al autor. Un brillante artesano de la trama y la emoción.

Sigo con curiosidad la repercusión en nuestro país de los asesinatos a manos de policías blancos de ciudadanos estadounidenses de raza negra. Un vecino que vive en un segundo, tres portales más abajo en mi calle, puso en su ventana, hace semanas, un cartel donde podía leerse: “Black Lives Matter”. Yo lo miraba todos los días al pasar y me preguntaba qué quería decirnos, qué quería decirnos realmente a todos los vecinos de Carabanchel que pasáramos por debajo de su ventana y viéramos el cartel. Cuando lo quitó, hace un mes, y puso unos dibujos incomprensibles, también me hice una pregunta: ¿ya no te importan las vidas negras, amigo? ¿Qué es esto de quitar y poner grandes consignas en tu ventana según sople el viento de la actualidad? ¿En qué momento exacto decides, no ya poner ese cartel, sino, sobre todo, quitarlo?

Novela Alberto Rodríguez Fernando Trueba Literatura