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Trapiello en la revolución: el escritor pone patas arriba la industria editorial española
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Alberto Olmos

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Trapiello en la revolución: el escritor pone patas arriba la industria editorial española

El autor da el arriesgado paso de autoeditar sus diarios, rompiendo con el sistema tradicional de producción de libros en España

Foto: Andrés Trapiello. (EFE)
Andrés Trapiello. (EFE)

Uno de los pocos misterios que quedan por resolver en relación con los escritores es si sienten más rencor hacia los editores o hacia los libreros. Los editores hacen al escritor, y por tanto él debe ser muy pelota con ellos antes de publicar, cuando publica y después de publicar. Si aparece un editor en cualquier sitio, todos los escritores se endulzan y alborozan, se vuelven mansos y solícitos. Los libreros, por su parte, dan lectores, de modo que también hay que hacerles la pelota y falsificarse; y toda la pastelería. Dicen que los escritores son soberbios. Un escritor es, ante todo, un hombre humillado.

Andrés Trapiello viene de publicar con gran éxito —y Pablo Casado leyéndole— su libro 'Madrid' (Destino), que trata de la capital de España cuando no la ficcionábamos fascista. Debemos anotar este hito para ver con mayor perspectiva —o sea, con mayor confusión— su siguiente paso editorial, que ha sido autoeditarse. Nadie debería entender nada.

Foto: Andrés Trapiello. (Efe) Opinión

O sea, Trapiello vende, publica en un sello del Grupo Planeta y, de pronto, decide sacar a sus expensas el tomo 23º de sus diarios, que no publicaba Planeta sino un sello con el que se puede vender poco tan a gusto: Pretextos, en Valencia. El movimiento le emparenta con todo ese lumpen literario encantador que ve rechazados sus libros y se los sufragan ellos mismos; con los inicios de los escritores de otro tiempo (Valle, Baroja, muchos) que empezaron pagándose sus propias óperas prima, y con esa moda moderna, que ya parece medieval, del 'crowdfunding', donde un tipo tiene un proyecto y todos sus amigos se ven obligados a pagarle un poquito del proyecto si no quieren quedarse sin su amistad. El 'crowdfunding' ha sido estos años la boda del que no hacía boda. Una extorsión de solidaridad, en fin.

El timonazo industrial dado por Trapiello a su transatlántico literario (estos 'Diarios' son obviamente una obra cumbre de la literatura española de todos los tiempos) puede quedar en gesto estrafalario o iniciar una revolución, aunque está por ver si las revoluciones no son siempre estrafalarias.

placeholder 'Quasi una fantasía'. (Ediciones del Arrabal)
'Quasi una fantasía'. (Ediciones del Arrabal)

Lo estrafalario es que Trapiello acabe como suele empezarse, con ese poner uno el dinero para pagarse el libro, con ese ser tu propio editor y portadista y comercial y librero ('Quasi una fantasía' se vende mayormente en la web del sello familiar), una cosa muy 'a la vejez viruelas' y pasión otoñal y demás contradicciones del ánimo. Qué pereza nos da a todos, teniendo solo 40 años, trabajar tanto por los propios libros, cuando ya se publican aquí o allá y puede uno quejarse de lo mal que lo hacen los demás. Aborrecer la portada que le han puesto a tu libro es de las pocas cosas que dan algo de alegría cuando ya has publicado bastantes.

Revolución florentina

Pero —digo— también puede ser esto una revolución, acaso florentina. Lo que no ha podido hacer (de momento) el Real Madrid de Florentino Pérez lo ha hecho Trapiello: abrir su propia competición, su propio mercado mundial de balones a la escuadra de la escritura. Imaginen por tanto que esta avería en el sistema se propagara, que Marías mismo —que, de hecho, ya tiene editorial: Reino de Redonda— hiciera lo propio, dejando a Alfaguara sin sus próximas novelas, y aun (adverbio muy a lo Marías) sin las anteriores, según fueran cumpliéndose los contratos. Y así Aramburu, Landero, Almudena Grandes y otros que venden mucho y hasta los que venden lo justo se pusieran flamencos y se hicieran editores de sí mismos, mercaderes por lo pequeño de su producto consolidado. Al final autoeditarse sería lo normal, y ganar el Planeta, lo reservado a los mindundis.

Imaginen que esta avería del sistema se propagara, que Marías también se editara a sí mismo

Para esta aventura, los Trapiello han creado Ediciones del Arrabal, con logo que ya vimos en la portada de 'Al morir don Quijote' (Destino, 2015). El nombre va en la línea llorona de la edición en nuestro país, donde la gente que funda editoriales siempre lo hace quejándose: Sexto Piso y Acantilado (suicidios sugeridos), MalPaso (errores irreparables) o Fracaso Books, de Paco Gómez. Yo si fundo una editorial la voy a llamar Ediciones Espléndidas: un poco de luz, amigos, más alegría.

El cálculo, no nos engañemos, tiene que ver legítimamente con los dineros, la impugnación del intermediario y cierta renuncia al circuito autocomplaciente por el que mansurrean los libros, en el que la marca, casi ganadera, del sello que te publica es como la casilla de salida para un juego de la oca de la vanidad. Que vean que has escrito un libro, mientras avanzas por las casillas consabidas, y poco más.

Para eso, me publico yo.

Esto, sí, es lo revolucionario, el qué más me da el 'top 10' de la FNAC y la portada del 'Babelia', si voy haciendo mis libros en autarquía y felizmente me sostengo. Un poco como esos grupos de música buenísimos que conocen 30.000 personas en todo en el mundo y les va bien. Yo solo digo mi canción a quien conmigo va, ya saben.

Luego el diario en sí, el tomo 23, es lo de siempre. Quizá la camisa es un poco barata, comparada con la que le enfundaba Pretextos, y la letra algo pequeña, pero a las 10 páginas todo se olvida y está ya uno siguiendo el año que toca (2009, en este caso) de Trapiello por el mundo, como en las 10.000 páginas anteriores. “Lo más tonto, casi lírico, es verse a uno mismo arrancar del periódico esas hojas, doblarlas cuidadosamente y guardarlas. ¿Para qué? Como el jornalero la paga, para, al llegar a casa, ponerlas sobre la mesa: Mujer, este es el jornal; esto es lo que me han dado”, leemos sobre la droga primera de todo escritor: salir en el periódico. No deja de acarrear una coherencia dignísima el hecho de que unos diarios llenos de declaraciones tan poco convenientes sobre el mundo editorial vayan a acabar en esta edición al margen, arrabalera e insular.

Uno de los pocos misterios que quedan por resolver en relación con los escritores es si sienten más rencor hacia los editores o hacia los libreros. Los editores hacen al escritor, y por tanto él debe ser muy pelota con ellos antes de publicar, cuando publica y después de publicar. Si aparece un editor en cualquier sitio, todos los escritores se endulzan y alborozan, se vuelven mansos y solícitos. Los libreros, por su parte, dan lectores, de modo que también hay que hacerles la pelota y falsificarse; y toda la pastelería. Dicen que los escritores son soberbios. Un escritor es, ante todo, un hombre humillado.

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