Mala Fama
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Cómo me acabé Tinder en una semana
La red social para ligar más famosa del mundo está valorada en 3.000 millones de dólares
Nunca había tenido un 'smartphone' hasta que hace un mes me compré uno y, lógicamente, lo primero que hice fue instalarme Tinder. Es una aplicación para ligar. La había visto una vez en una fiesta. Me dio envidia el tipo que me la enseñó, pues con el dedo pulgar iba descartando o eligiendo chicas como si tuviera un harén en las manos. Era cruel e indoloro. Yo también quería tener un harén en las manos y por eso me instalé el Tinder, para disfrutar de la crueldad indolora de la tecnología.
Quizá les extrañe que yo no tuviera un 'smartphone', pero deben saber que hay seres superiores que aún se bastan con un móvil antiguo y llevan libros en el metro, y no se tatúan. Un 'smartphone' no es precisamente complicado. Este aparato, a diferencia de un abrelatas, lo sabe manejar cualquier persona a los cinco minutos de tenerlo en las manos. Te bajas una aplicación para ligar casi sin querer.
Tinder, aplicación para ligar, era como la versión mojigata de Twitter
Lo primero que hice para mi propósito fue abrirme una cuenta falsa en Gmail. Luego concedí darle mi número de teléfono y mi ubicación a Tinder, y creé mi identidad irreal en el mercado del amor. Pablo, digamos, 42 años, hombre que busca mujeres. Hice una foto de la pared como autorretrato. Ya solo había que elegir cinco etiquetas de entre las 40 que proponía Tinder para completar tu perfil único, complejo y fascinante. “Leer”, “ropa de segunda mano”, “introversión”, “cine”, “aire libre”… Curiosamente, entre esas etiquetas no había ninguna que indicara que te gusta el sexo, ni qué sexo. Tinder, aplicación para ligar, era como la versión mojigata de Twitter.
'Matches' con una pared blanca
Y empecé a ver chicas. Me extrañó que fueran todas de unos 40 años (luego descubriría que se pueden hacer búsquedas con rangos de edad), y que muchas se fotografiaran junto al acueducto de Segovia. Soy de Segovia, pero no lo puse en Tinder. No paraba de salir el acueducto de Segovia, lo que obviamente me dio mucha pena por las segovianas. También abundaban las chicas que se llamaban igual que mi hija. Todo esto no sabía muy bien cómo tomármelo.
Pero lo más reiterativo, en esta primera tanda de 600 mujeres (calculé que cambiaba de perfil una vez por segundo, de modo que en 10 minutos vi 600), era la montaña. Comprendí que toda una generación, la de las mujeres nacidas entre 1975 y 1985, se había echado a perder por culpa de la montaña. Escalaban demasiado, escalaban a todas horas, les apasionaba escalar y realmente eso no podía ser bueno. ¿Desde cuándo escalar mola? ¿Qué fue de las clases de 'swing'? ¿Tiene esto algo que ver con los tatuajes?
Toda una generación, la de las mujeres nacidas entre 1975 y 1985, se había echado a perder por culpa de la montaña. Escalaban demasiado
Entendí al cabo que Tinder funcionaba por azares paralelos. Entre 1.000 mujeres que veías podías darle 'like' a una en concreto que, casualmente, un día cualquiera, viendo perfiles de 1.000 hombres, podía ser que le diera 'like' a tu perfil, a consecuencia de lo cual el código de Tinder creaba el 'match', y podríais comunicaros por chat. La posibilidad que vi de que esto sucediera siendo un hombre normalito era un poco menor que la de que salieras a la calle y una chica con la que te cruzaras en un paso de peatones te invitara inmediatamente a su casa a follar, así sin más. Entre cero y ninguna.
Sin embargo, al día siguiente, al levantarme, tenía cuatro 'likes' en mi perfil. Me sentí muy orgulloso, dado que mi foto de perfil era la pared. Que pudiera haber cuatro chicas interesadas en una pared hablaba muy bien de esas chicas. ¿Quiénes serían? Tinder se había hecho esa pregunta por mí, y me ofrecía saber quiénes eran a cambio de 20 euros al mes, durante seis meses. Un poco cara, la curiosidad.
Comprendí que eran 'likes' comerciales, incitativos, pues uno, hasta siendo una pared, quiere saber a quién le gusta. No pararía Tinder de ofrecerme cada cinco minutos pagar 20 euros al mes, como vería enseguida.
Porque descubrí que podía buscar chicas de la edad que quisiera y empecé a dar 'likes', y resultaba que los 'likes' se acababan, y entonces, si querías dar 'likes' “ilimitados”, tenías que pagar 20 euros al mes. Casualmente, siempre que se me acababan los 'likes' salía la chica más maravillosa del mundo, que leía y todo. Ya era mala suerte que, justo cuando no podía darle 'like', salvo pagando 20 euros, me saliera la chica más maravillosa del mundo. Esto me pasó siempre, unas 50 veces.
Para enamorarse, lo mejor era pagar 20 euros al mes durante medio año
Estaba difícil lo de enamorarse, amigos. Para enamorarse, lo mejor era pagar 20 euros al mes durante medio año. Así que pensé en ver Tinder por el lado de las chicas, por si aprendía algo, y dije que era una chica sin esperar a la ley trans ni nada, y que buscaba chicos. Eran dos 'clics'. Seguía llamándome Pablo.
Fue bien. Los chicos que buscaban chicas me parecieron bastante majos, gente normal, ciudadanos sin suerte. Me dieron algunos 'likes'. Tuve cuatro 'likes' falsos en un día como hombre y 11 'likes' verdaderos en 10 minutos como mujer, llamándome Pablo. Mi foto seguía siendo la de una pared. En realidad, esto era lo esperado y todos sabemos interpretarlo.
Luego me hice hombre de nuevo, pero buscando hombres, y también tuve mucho éxito, como 25 'likes' en media hora. Lo de ser una pared tenía tirón universal. En los días siguientes, volví a ser Pablo, 42 años, hombre que busca mujeres de entre 18 y 45 años. Ya les digo que debí de ver 8.000 mujeres en una semana, me pasé el Tinder, me salían mensajes de que ya no había más mujeres, o que Paula, Rita o Bibi estaban a 8.756 kilómetros de distancia. Un poco lejos para una cita en Callao.
Tinder me pedía dinero todo el tiempo, ponía anuncios cada 19 perfiles, veía tantas caras a toda velocidad que obviamente pinchaba en todos los anuncios hasta que me di cuenta de que salían cada 19 perfiles y empecé a contar hasta 19 para que no me pillaran. Chico listo.
¿Todo el mundo está en Tinder?
Uno de los morbos que me sostenían la adicción era el de encontrarme con alguna chica que conociera. A fin de cuentas, se supone que todo el mundo está en Tinder (según una información de Kiko Llaneras en 'El País', se encuentran el 5% de las mujeres españolas y el 9% de los hombres). Pero, según iban pasando caras, me di cuenta de que no iba a ser capaz de reconocer a una amiga o excompañera de trabajo o exnovia. Todas las caras acababan pareciendo iguales, todos los acueductos de Segovia acababan pareciendo iguales; y todas las montañitas.
¡La conocía! Me grité por dentro después de pasar un perfil. Traté de volver para atrás y, adivinen, Tinder ya sabía que alguna vez querrías volver para atrás, y por tanto había habilitado amablemente la función de volver para atrás por 20 euros al mes durante seis meses. No me extraña que esta cosa esté valorada en 3.000 millones de dólares.
Al final encontré a tres mujeres que conocía, y me dio mucho pudor. Verlas ahí, en el mercado del amor, con su nombre, sus fotos, su propuesta. Encima no les di ni 'like'.
Copié algunos mensajes que aparecían en los perfiles. Uno decía: “Si no son como en la foto y salimos, ustedes invitan a la comida”. Otro (obra maestra): “No soy muy alta, ni muy guapa, ni delgada. Ya lo sabes”. Y otro: “No soy de escaladas, surfeos, motos, bicis ni campo, pero podría probar. Prefiero museos, exposiciones y cascos históricos para pasear. Un buen restaurante al que ir con tacones, y un hombre que me quite el abrigo, soy muy machista. Soy mamá de un terremoto de cinco años, una mochila preciosa, pero que pesa, es la verdad. Calmarse, porque no busco un padre, pero sí alguien que entienda mis limitaciones”.
Luego había no pocas chicas espectaculares, modo Pedroche, que compartían su cuenta en Instagram y varias fotos de esa red social. Eran como abusonas, en realidad, entrometiéndose en este mercadillo de gente normal que escalaba o vivía en Parla, con su ropa cara y sus poses profesionales y todo como de anuncio descartado por muy poco por Gucci. Me pregunté si las habían pagado por dejarse ver en Tinder, y animarlo para los hombres.
Tinder, en fin, tenía poca chicha, poca variedad, poca sorpresa. Solo una chica me encandiló. Después de 8.000 imágenes de chicas de fiesta, en la montaña, posando en bikini, sonrientes de más, apareció una treintañera poniendo la lavadora. Esa era su foto para ligar: poner la lavadora. Me pareció que una chica que se retrataba poniendo la lavadora era una chica que merecía la pena.
Nunca había tenido un 'smartphone' hasta que hace un mes me compré uno y, lógicamente, lo primero que hice fue instalarme Tinder. Es una aplicación para ligar. La había visto una vez en una fiesta. Me dio envidia el tipo que me la enseñó, pues con el dedo pulgar iba descartando o eligiendo chicas como si tuviera un harén en las manos. Era cruel e indoloro. Yo también quería tener un harén en las manos y por eso me instalé el Tinder, para disfrutar de la crueldad indolora de la tecnología.
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