Mala Fama
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Si no recuerdas lo que hiciste el viernes pasado, ¿cómo vas a escribir tu biografía?
Escribir vidas ajenas solo compite en dificultad con otro reto literario: escribir la propia vida
Casi me convencen este año Manuel Alberca y Anna Caballé de que la biografía es un territorio intelectual apasionante. Ya comentamos aquí el libro que publicó Alberca sobre este género marginal, 'Maestras de vida' (Pálido fuego), al que hay que sumar ahora el volumen confesional y combativo que firma Caballé, 'El saber biográfico' (Nobel). A los dos les debemos sendos trabajos en ese campo que figuran entre lo más excitante de la investigación biográfica, el Valle-Inclán de Alberca y el Francisco Umbral de Caballé.
La ganadora del Premio Nacional de Historia vuelca en 'El saber biográfico' su experiencia en el rastreo y ordenamiento de la vida de una persona. Para todo aquel que no recuerda qué hizo el viernes pasado, la cosa suena complicada. Pero es aún más complicada de lo que parece. Primero, explica Caballé, hay que ir a los datos, los hechos y los papeles. Esto supone (entiendo yo) que alguien tiene que poner mucho dinero para que un biógrafo pueda dedicar meses o años a buscar las notas de bachillerato de James Joyce y luego ir por todo Dublín haciendo fotos de las casas donde vivió. Hay que leer cientos de libros, quizá revistas, quizá manuscritos inéditos; viajar por toda Europa persiguiendo una sombra; entrevistarse con gentes que conocieran al biografiado y confirmar que lo que dicen es mentira, es verdad. Un trabajo hercúleo que se salda con un libro que nadie lee, y que se compra para hacer bulto en una biblioteca municipal.
Alguien tiene que poner mucho dinero para que un biógrafo pueda dedicar meses o años a buscar las notas de bachillerato de James Joyce
Pero Caballé nos descubre en su libro que la pesquisa es aún más desconcertante y voluble, pues escribir una vida no es poner por orden todos los datos, todos los divorcios e hijos muertos, el suicidio de la madre o el cáncer del abuelo, sino dar a esa vida una interpretación. La vida, en realidad, son cartas sueltas tiradas sobre un tapete, y el biógrafo —como el mismo biografiado y, al fin, todos nosotros— se hace la ilusión de que sobre ese tapete se juega a algo. No, no se juega a nada.
Caballé, después de armar la constelación de grandes biógrafos de todos los tiempos, nos informa de que el primero en sabotear la biografía como ciencia cuando esta había alzado el vuelo fue un Pierre Bourdieu. En su artículo 'La ilusión biográfica' (1986), el sociólogo francés venía a decir que toda biografía era ficción, muy en la línea de los que creen que la historia también es una ficción que nos contamos, al punto de que lo único real al final de todas estas vueltas y revueltas intelectuales es Don Quijote de la Mancha, que no existió. Ya antes Virginia Woolf se había reído de la moda de las biografías con 'Orlando' (1928) y, más cruelmente, con 'Flush' (1933), la biografía de un perro.
No tienes que salir de casa
Leyendo 'El saber biográfico' me iba acordando de otros libros de este año que, más cómodamente, se han limitado a contar la propia vida, a sabiendas de que por lo menos no tienes que salir de casa. Disfruté mucho antes del verano con dos diarios. Uno fue 'Saber quién soy' (Tres hermanas), de Laura Freixas. Tras leer hace años 'Todos llevan máscara', no quise perderme la continuación del retrato literario que la autora hace de los años 90, donde todo el mundo era mucho más interesante que ahora. La adicción que me genera este diario tiene que ver, como en tantos otros, como es obvio, con la intimidad; pero en los de Freixas hay una cima pudibunda que se sube y se supera, como no había visto nunca: la envidia. La autora nos habla de sus envidias, frustraciones (todas dentro del marco de la ambición literaria, aclaremos) y expectativas con una sinceridad muy estimulante. Pasan por sus páginas los grandes nombres, los nombres populares, de aquella década literaria, que parecía orbitar en torno a quién ganaba el Nadal y quién impedía que lo ganaras. Todo miserable y humano, un punto jolgorioso.
Pasan por sus páginas los nombres de aquella década literaria, que parecía orbitar en torno a quién ganaba el Nadal y quién lo impedía
El otro diario, también lectura continuada, es el de Eduardo Laporte. 'Tiempo ordinario' (Papeles mínimos) es la segunda entrega de la vida sin ningún interés de Laporte, y por ahí entra todo lo bueno. Si en 'Diarios' (Pamiela), la influencia estilística de Iñaki Uriarte era demasiado palpable, en 'Tiempo ordinario' la prosa sencilla, clara, sopesada del autor se nos presenta manumitida y autónoma. Es un libro donde también sale mucha calderilla social, de presentaciones y autorías, de pujos y pajas, pero que destaca por la bellísima captación del tiempo que realiza en algunos pasajes, por la brevedad innegociable: “La satisfacción que da recibir un halago se agota al tener que responderlo.”
Finalmente, dediqué algunas semanas a saber quién era alguien, porque ese alguien no dejaba nunca de ser. Me llegó 'Los días perfectos' (Asteroide), de Jacobo Bergareche, y lo iba leyendo preguntándome de dónde salía un tipo tan interesante. La novela es como una autobiografía falsa/verdadera sobre un matrimonio en crisis con Faulkner de fondo. Sumamente original, me llevó a leer su primer libro, 'Estaciones de regreso' (Círculo de Tiza), ya directamente autobiográfico, pero muy alineado con la novela: en ambos libros sale Austin (Texas), el Harry Ransom Center y diversas profesiones y ascendientes. Mientras, vía Google, iba sabiendo que Bergareche venía de una familia importante, que hacía guiones para la televisión, que era nieto de Ramón Mendoza, que gustaba de las camisas discordantes y había hecho una charla TED justamente sobre un asunto que aparecía en su novela: la lista de las primeras veces. También encontré este vídeo de hace 10 años que me pareció muy divertido. Jacobo Bergareche: "La literatura es lo que diferencia a una buena serie".
Escribir sobre uno mismo, en fin, quizá es lo que sale más a cuenta. Como leemos en 'Estaciones de regreso': "Pensé cuando escribí el primer capítulo que este libro me devolvería algo de mi hermano, pero en realidad solo me ha devuelto algo de mí".
Casi me convencen este año Manuel Alberca y Anna Caballé de que la biografía es un territorio intelectual apasionante. Ya comentamos aquí el libro que publicó Alberca sobre este género marginal, 'Maestras de vida' (Pálido fuego), al que hay que sumar ahora el volumen confesional y combativo que firma Caballé, 'El saber biográfico' (Nobel). A los dos les debemos sendos trabajos en ese campo que figuran entre lo más excitante de la investigación biográfica, el Valle-Inclán de Alberca y el Francisco Umbral de Caballé.